CULTURA › ENZO BUONO Y EL SORPRENDENTE PROYECTO PLAYING FOR CHANGE
Así define el argentino al dúo que conformó con Mark Johnson, que inició el juego de mezclar cantantes callejeros de todo el mundo para terminar dándole forma a Songs around the world, un disco de intención solidaria y formidable resultado artístico.
› Por Facundo García
Playing for change significa “tocando por monedas”, pero también “tocando para el cambio”. En ese juego de palabras está el eje de una aventura musical que incluye a artistas callejeros de todo el planeta. Songs around the world (“Canciones alrededor del mundo”) fue el primer CD/DVD editado por la fundación que patrocina el proyecto; y el argentino Enzo Buono –uno de los dos productores que llevaron adelante la iniciativa junto a más de cien músicos– no tiene pudores en aceptar que la experiencia fue una revelación. Mientras adelanta que están por estrenar un documental titulado Peace through music (“Paz a través de la música”), admite que está cumpliendo “el sueño de conocer decenas de culturas” mediante una actividad que lo apasiona.
Fue una humilde combinación de sonidos la que, hace cuatro años, inspiró a Mark Johnson para terminar fundando lo que hoy es una organización con presencia en varios países. “Mark se ganaba la vida como ingeniero en un estudio de grabación en Nueva York –cuenta Buono–. Una mañana, yendo al laburo, vio a dos monjes budistas tocando en el subte. Lo que hacían era tan conmovedor que la gente los rodeaba: unos lloraban, otros soltaban carcajadas. Aunque era hora pico, las personas preferían quedarse ahí, escuchando.” Johnson empezó a sospechar que podía haber cientos de artistas que conmovían diariamente, sin vidrios ni tecnologías sofisticadas de por medio. “Poco después –desarrolla Enzo–, caminando por una ciudad costera de California que se llama Santa Mónica, hubo otro episodio parecido. En una esquina cantaba un negro. `Esta canción enseña que no importa quién seas o cuánto tengas. Siempre va a llegar un momento en el que pedirás que alguien se quede con vos`, decía. Y entonces la idea terminó de completarse.” El cantante era Roger Ridley, y lo que estaba interpretando era “Stand by me”, el primer track del CD inaugural.
A Buono no le iba mal por esa época, pero dos por tres pasaba la gorra para despuntar el vicio y para que, de paso, el público le tirara unas chirolas. “Me había ido de Argentina en 1991 –cuenta–. Di varias vueltas, y finalmente fui a Los Angeles. Estaba tocando en la vereda cuando Johnson se acercó y pegamos onda.” Por supuesto, no había un peso y los dos productores debieron remarla: “Llevábamos una batería de auto y ahí enchufábamos los equipos de grabación”, rememora Enzo, enternecido.
“Stand by me” abrió con el timbre afro que tiene Ridley. De ahí hubo que transportarse a Nuevo México para visitar un grupo de percusión aborigen. Después vinieron New Orleans y el viejo Grandpa Elliott, que cayó de algún coro de ángeles bluseros y acaba de sacar su propia placa, muy en la onda de los Buena Vista Social Club. Obviamente, en esos meses nadie habría apostado un mango por el futuro de Playing for change. “Por más que no habíamos salido de Estados Unidos, más y más gente se iba enganchando”, retoma el entrevistado. A la banda de entusiastas se sumó el blusero Keb’Mo’ y hasta Bono y The Edge, de U2. El círculo se agrandaba. “Era energético. La mayoría de los que participaron en las grabaciones no se conocen entre ellos, salvo a través de los sonidos. A pesar de eso, han desarrollado vínculos de afecto”, refuerza Buono.
Para las grabaciones usan un equipo mínimo. “Somos nómades. Buscamos al músico e intentamos registrarlo donde suele tocar. A veces llueve, hay viento, o poca luz, o es una zona aislada”, enumera Enzo. Lo más peligroso, empero, es acercarse a aquellos barrios donde ser o parecer “gringo” es un karma. Cerca de Johannesburgo, en Soweto –que, con novecientos mil habitantes, es el barrio negro más importante de Sudáfrica– la troupe se vio rodeada de pandillas. “Lo loco es que se entusiasmaron. Durante el apartheid, cualquier protesta era reprimida con brutalidad, y la música fue un canal de diálogo. De manera que respetaban mucho los cantos. Así como sus canciones se referían a la libertad, ellos suponían, aunque no conocieran el idioma, que lo que cantaban los demás podía estar hablando de lo mismo.”
El staff ya anduvo por España, Argentina, Cuba e India. Viajó a Israel para encontrarse con la Orquesta Arabe–Judía y se contactó con el coro de la comunidad Omagh, integrado por irlandeses católicos y protestantes. Y la lista sigue. No obstante, fue precisamente en Sudáfrica que Playing for change fundó la primera de una serie de escuelas de música que tiene planeado abrir en diversas comunidades. “Teníamos un libro de fotos que en una de las imágenes mostraba a un contrabajista, un tal Pokei Klaas. Ya en Capetown, logramos rastrear al tipo y nos invitó a su casa. El ensayaba y alrededor se juntaban vecinos que bailaban a pesar de las costras que les producía el sida. Era evidente que ahí la música hacía falta, y terminamos armando la escuelita. Ahora la organización ha iniciado emprendimientos similares en Nepal y Ghana”, destaca el viajero.
En cuanto al reciente documental, Buono anticipa que no se compone exclusivamente de música hecha “en colaboración”. “Hay escenas donde los intérpretes se presentan individualmente. Lo que persiste, claro, es la intención de que la humanidad deje de construir muros y los reemplace por puentes”, metaforiza. El percusionista Surendra Shrestha, de Katmandu (Nepal), sintetiza el espíritu colectivo en un tramo de Songs around the world: “La música es una forma de meditación. Necesitás una gran dedicación para convertirla en Arte Grande. Y cuando el Arte Grande está, siempre aparece el cielo. Por lo tanto la consideramos un camino de iluminación”.
Más información en www.playingforchange.com.
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