Lun 30.11.2009
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CULTURA › EL SEGUNDO SALóN LITERARIO EN VILLA OCAMPO FUE DEMASIADO “CORRECTO”

Debate de baja intensidad

Martín Caparrós, Liliana Heker, Damián Tabarovsky, Matilde Sánchez y Jimena Néspolo fueron los protagonistas del encuentro, convocado bajo el lema “Literatura y crisis”. Pero la discusión nunca levantó vuelo.

› Por Silvina Friera

La promesa de debate que auguraba el segundo salón literario en Villa Ocampo, convocado bajo el lema “Literatura y crisis”, quedó abortada por una esterilidad de “baja intensidad” en la circulación de ideas. Tal vez por el peso del anterior encuentro, donde el revuelo fue mayúsculo, aunque todo haya partido de un malentendido. O quizá porque las hilachas de las tensiones que asomaron entre los participantes –Martín Caparrós, Liliana Heker, Damián Tabarovsky, Matilde Sánchez y Jimena Néspolo–, no lograron desplegarse, como si, finalmente, una corrección agazapada las replegara hacia una “intimidad inaccesible” y todos actuaran, entonces, como si no hubiera pasado nada. El primer problema, que pronto se subsanó, fue la “puesta en escena” en el jardín de la mansión. En las escalinatas estaban Federico Scigliano, el moderador, Mariana Sández y Gabriela Adamo, las organizadoras junto al director de la casa, Nicolás Helf. Con ese tono zumbón que de tanto zumbar hace un ruido molesto, Caparrós acertó al observar una cuestión de perspectiva: le preocupaba “hablar a la casa vacía”, a las escalinatas, sin ver a la gente que quería escuchar qué tenían para decir sobre cómo pensar la relación entre literatura e historia, qué cosas dice la literatura de la historia y la política, si lo dice con una “eficacia mayor”, como disparó el moderador para preparar el terreno y la dirección de la discusión.

Con el plano de la puesta invertido, los escritores sentados en las escalinatas, Sánchez mencionó tres textos muy distintos que tocan la crisis de 2001: La villa, de César Aira; Corazón descamisado, de Luis Tedesco; y El carrito de Eneas, de Daniel Samoilovich. “La crisis produjo más una explosión de artistas plásticos y de pintores que de literatura que haya perdurado”, aseguró la autora de El desperdicio. Tabarovsky mencionó El aire, de Sergio Chejfec, porque le interesa la relación lateral de la política en la literatura. “En la descomposición se lee lo político”. Néspolo subrayó que toda literatura es política. “La posición que adopta el sujeto narrador, cómo hace actuar a los personajes, cómo resuelve la trama, cómo escribe, qué tono elige, el tiempo, el tema, eso es política; es una forma de comprometerse o no con una realidad”. A continuación, rescató El mago, de Aira. “Hay que empezar a hacerles preguntas impertinentes a los textos y leer a contrapelo”, agregó y propuso pensar en la figura del dandy por su disposición frente a la materia narrativa, “la mordacidad y la distancia que implica un posicionamiento político y una respuesta a una crisis, que también se puede rastrear en una serie de textos de los ’90”.

Caparrós dijo que la crisis de 2001 se manifestó sobre todo en la literatura. “Lo que se publicó en los últimos diez o veinte años me parece bastante resignado y pauperizado. La inmensa mayoría de los libros que se publican, no necesariamente por malos, muestran una especie de falta de ambición, de encontrar formas distintas, de romper con lo que se ha hecho. Estamos haciendo una literatura pauperizada a imagen y semejanza del país en crisis en el que vivimos”, explicó el autor de Una luna. Sánchez se quejó y dejó en claro que ella escribe “con ambición”. Heker también cuestionó el planteo del escritor. “De ninguna manera hay una literatura resignada; en última instancia debe haber escritores resignados. Con resignación es muy difícil escribir. Si no creés que tenés una novela, un poema, un cuento que va a decir algo que no estaba dicho hasta ese momento, muy difícilmente nos pongamos a escribir.”

Tabarovsky advirtió que le teme más a la salida de las crisis en el país porque tienden a normalizar u obturar: “Después de la devaluación y la extenuación de 2001, aparecieron muchas editoriales independientes que han sido muy dinamizadoras, pero ahora parece un ciclo en crisis. No sé si las nuevas editoriales independientes han publicado nueva literatura. No creo que lo joven sea necesariamente nuevo. Mi generación es de escritores viejos, no han renovado nada, han carecido de toda clase de ambición”. Néspolo protestó por las generalizaciones de los demás sin mirar, claro, las propias. “No creo que nadie diga ‘voy a escribir lo peor que pueda’”, la interrumpió Caparrós. “Pero son pobres los horizontes con los que cada uno trata de hacer lo que puede.” Néspolo gritó: “¡Más pobre de lo que fue Horizonte de Antonio Gramsci, escribiendo en la cárcel...! Me parece que las coyunturas son muy particulares”. Caparrós respondió con una ironía: “Me sorprende que cuando digo horizonte veas la línea que se ve en el fondo, en un calabozo o en La Pampa”.

El público se esforzaba para reprimir el bostezo. Laura Cardona, una editora que seguía la deriva de un debate que no fue, pidió la palabra y les sacó la palabra de la boca a unos cuantos. “Me parece un poco estéril la discusión. No sé si el punto para discutir es crisis y literatura, o política y literatura. Se tendría que hablar más de los imaginarios que permiten pensar el tema. No creo que hoy nadie pueda escribir El hombre sin atributos; es una escritura diferente que responde a imaginarios diferentes.” Tabarovsky, el único que lee literatura argentina contemporánea, admitió que le gusta cierta literatura argentina que está repensando la ambición. “Hay varias camadas de escritores argentinos vivos que ponen la ambición en un lugar más de ‘luces y sombras’. Quizá la ambición consista en politizar zonas de lenguaje que aparecen a priori como apolíticas y que generan un efecto de lectura diferente.”

La segunda vuelta de debate comenzó con la capacidad de la literatura de anticipar las crisis y la degradación, la pérdida de la masa crítica, la precarización del lector y el fenómeno de los centros culturales, que produjo, según Caparrós, “un discurso muy banal, muy estandarizado; quién va a estar en contra de hacer un centro cultural”. Heker le pidió que no fuera tan despectivo. El escritor la corrigió: “Despectivo no, irritado se llama, definamos los adjetivos”. “No me vas a decir que los centros culturales impidieron que hiciéramos la revolución... vamos, no hicieron daño. No me parece mal, ocurrió como fenómeno, no podemos ignorarlos, aunque sea cierto que no produjeron grandes obras literarias”, añadió la autora de El fin de la historia.

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