Jue 15.04.2010
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CULTURA › EL COLOQUIO INTERNACIONAL “IDENTIDAD, (IN) DEPENDENCIA Y CRISIS”

Razones para entender todo un país

El encuentro que se desarrollará hoy y mañana en el Instituto Goethe reunirá a historiadores, escritores, antropólogos, curadores y sociólogos en búsqueda de un análisis profundo de la historia y el presente de la Argentina a las puertas del Bicentenario.

› Por Silvina Friera

El desafío de los bicentenarios en la región consiste en explorar el sistema nervioso de este tiempo de la mano de esa irradiación colosal que presupone la reflexión. La propuesta del Coloquio Internacional “Identidad, (in) dependencia y crisis”, que comienza hoy en el Goethe, es experimentar durante dos días un diálogo creativo y multidisciplinario entre historiadores, escritores, antropólogos, curadores y sociólogos, que permita abordar vías de escape a la doble trampa que ha padecido América latina: la naturalización y exotización, la celebración biologicista o tropicalista. José Nun, Marcelo Cohen, Alonso Cueto, Norma Giarracca, Laura Malosetti Costa, Alejandro Grimson, Raúl Zibechi, Rossana Reguillo, Omar Ribeiro Thomaz, Fabio Wasserman y los alemanes Rüdiger Safranski y Uwe Timm recogen el guante de pensar con autonomía y en función de los contextos específicos de cada sociedad qué significa este trío de palabras con tanto linaje como densidad histórica.

Organizado por el Goethe y el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, el Coloquio mete los pies en el barro de la identidad, la (in) dependencia y la crisis, términos problemáticos, como los define el antropólogo Alejandro Grimson. “La polisemia de estos conceptos da cuenta de la multiplicidad de contextos en los cuales precisamos convocarlos para que nos ayuden a pensar la complejidad de lo real”, dice el antropólogo. “En América latina, pero no sólo aquí, la identidad ha pasado por tres momentos muy diferentes”, repasa Grimson. “En la extensa época de formación de los estados nacionales, las narrativas homogeneizantes postulaban que cada país tenía una cultura y una identidad. Desde los pueblos indígenas hasta los afros fueron a veces invisibilizados en esos relatos. Inmigrantes de ciertas zonas fueron enfatizados y otros olvidados. En otros países de América latina se optó por narrativas de mestizaje, que aunque partían de su imposibilidad por ocultar a las poblaciones originarias, o esclavizadas, o aniquiladas, presuponían una completa homogeneidad de la nación, muchas veces anudando la nación a esta imagen de una nueva raza mestiza o mulata.”

Después de este nacionalismo homogeneizante se impuso el multiculturalismo. “La construcción clásica de hegemonía, que incluía alguna ilusión de ciudadanía universal con un relato cultural homogeneizador, se había roto”, dice el autor de Relatos de la diferencia y la igualdad. “Entrábamos a la época de las identidades múltiples, fragmentarias, particulares, útiles al proyecto de deconstruir los estados como un todo. En el plano teórico o bien se intentó abolir la idea de identidad o, más frecuentemente, se la banalizó considerando equivalentes a todas las maneras en las cuales nos identificamos cotidianamente. Es lo mismo ser adulto, joven, varón, blanco, obrero, empresario, argentino, japonés, rockero, gay, porteño, turista y así hasta el infinito. Si el primer modelo le otorgaba a veces a la nación y otras a la clase una prevalencia supuestamente objetiva para el cambio social, el neoliberal y posmoderno -–compara– le otorgaba el predominio a la multiplicidad.”

La socióloga Norma Giarracca subraya que la Argentina como nación se constituye a partir de un modelo económico agroexportador. “La apropiación de territorios y aniquilamientos de las poblaciones indígenas se llevan a cabo por la necesidad de generar una unidad política territorial, pero también para facilitar la expansión agropecuaria que era la base del crecimiento y de la promesa del ‘progreso’ y ‘desarrollo’”, explica la socióloga, investigadora del Instituto Gino Germani. “El Centenario es un hito en ese proceso que había llevado al país a un nivel de importancia que se traduce en los personajes que asisten a los festejos; país de una próspera economía donde el terrateniente participaba en todos los sectores de la vida política y social. No obstante –aclara–, estábamos en presencia de una sociedad fragmentada, polarizada, con persecución política y social. Lograr altos niveles de capitalismo, con actores económicos innovadores e inserción en el mundo, no garantizó ni garantiza un país democrático, inclusivo, con amplio acceso a la riqueza producida.”

Giarracca observa que en este Bicentenario “la historia se repite”. O se parece. “Nuevamente contamos con actores económicos capitalistas innovadores tecnológicamente, con actores agrarios que producen con tecnologías de punta y nuevamente estamos frente a un país polarizado y fragmentado”, advierte. “El próspero terrateniente de ayer, los personajes que forman los ‘fondos de inversión’ hoy, así como la explotación petrolera de ayer y de hoy, constituyeron y siguen constituyendo fuertes dificultades para lograr los procesos de democratización que el país necesita. No es con el famoso ‘desarrollo’ con ‘tecnologías de punta’ que logran las sociedades que puedan mirarse en el propio espejo que les regresa sus verdaderas necesidades. Hace falta la política; una política que mantenga cierta autonomía de la economía y sea capaz de producir transformaciones inclusivas y progresistas.” La especialista en movimientos sociales en América reflexiona sobre el rol de los “sujetos políticos”. “La posibilidad de lograr transformaciones democráticas en etapas de crecimiento económico y fuertes inserciones internacionales depende de sujetos políticos capaces de modificar los pactos fundantes del capitalismo de cada época; capitalismos ciegos en búsqueda de pura ganancia. Allí es donde el Estado debe escuchar a quienes demandan cambios. La articulación entre ambos actores genera la potencia necesaria para los cambios”, precisa la socióloga. “Por supuesto que hubo momentos de grandes retrocesos, de autoritarismo y represión. Pero hoy estamos en democracia y es posible generar ‘sujetos políticos’ que desde la sociedad y desde el Estado puedan lograr un país más justo en este nuevo siglo.”

En un fragmento del programa del Coloquio se plantea que “para América latina el desafío consiste en escapar de la doble trampa de la naturalización y la exotización, de la condena o la celebración biologicista o tropicalista”. Grimson arremete contra esto. “Fuimos celebrados y condenados por ser peculiarmente distintos. El imaginario Macondo celebra nuestra magia exótica, mientras el racismo clásico nos condena porque esa irracionalidad la portaríamos en la sangre. Si la huida al macondismo es el europeísmo argentino, los problemas se agravan”, afirma el antropólogo. “La primera pregunta que una democracia se debe a sí misma es quiénes somos ‘nosotros’. Hace sesenta años ese nosotros sólo incluía a los varones adultos; las mujeres no votaban. Si aceptáramos que los argentinos no somos descendientes de los barcos, sino un complejo heterogéneo donde los pueblos originarios y la población mezclada tienen mayor peso demográfico que el que se les reserva en el imaginario europeísta, podríamos no sólo socavar las ideas tan poderosas de ‘capital-interior’, sino pensarnos como menos distantes culturalmente de América latina”, analiza Grimson. “Esto implica repensar la región como conjunto heterogéneo, pero donde su diversidad no exige enterrar un proyecto de integración. Si en las épocas nacionalistas se presuponía que la identidad dependía de la homogeneidad y el posmodernismo postuló que al no haber homogeneidad no hay una identidad, para salir de la trampa necesitamos pensar en articulaciones de diversidad, en que la dimensión política de lo latinoamericano no debe postularse sobre la creencia en una hermandad biologicista ni en un ambientalismo tropical.”

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