Mar 08.06.2010
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CULTURA › II JORNADAS INTERNACIONALES RAMóN GóMEZ DE LA SERNA

“Su fama mundana hizo olvidar la profundidad de su obra”

Miguel Vitagliano, Martín Greco y Juan Carlos Albert, estudiosos de la obra del escritor español, trazan un perfil para ayudar a entender una figura que fue legendaria mientras vivió en el extranjero, pero perdió potencia al radicarse en Buenos Aires.

› Por Silvina Friera

Escribir es como tirarse de un rascacielos. Ramón Gómez de la Serna lo dijo. Y lo hizo. El artista iconoclasta se lanzó en España –donde nació en 1888– y en Argentina, lugar en el mundo que eligió en 1936 para vivir “esa paz que sólo se respira en América”. Unos años antes de exiliarse de la “actualidad de la ametralladora”, de los desastres de la guerra civil, fue recibido aquí como una celebridad. Representaba la modernidad de las primeras décadas del siglo XX; fue el divulgador de las vanguardias europeas desde su concurrida tertulia, en el café de Pombo, tradujo el manifiesto futurista de Marinetti, propagó la pintura cubista, el jazz, el cine sonoro, el surrealismo. Los ultraístas y la Generación del ’27 (García Lorca, Cernuda, Aleixandre) lo reconocieron como uno de sus pocos maestros. Por los pagos rioplatenses, el grupo reunido en torno del periódico Martín Fierro lo admiró, a veces hasta el plagio. Y lo usó como bandera en polémicas literarias con el grupo de Boedo. Para los boedistas el creador del género literario conocido como greguerías encarnaba la frivolidad, el arte por el arte, la revolución sólo en el estilo. “Ramón”, como le gustaba que lo llamaran, cultivó esa penosa y nefasta manía de escribir: publicó muchísimos artículos en diarios y revistas –con la urgencia periodística tensionando los textos hasta los límites del lenguaje– y un puñado de libros. Pero su adhesión al peronismo hipotecó su futuro. Y su prestigio. Después de 1955 fue “enterrado en vida”, antes de que le llegara la muerte en Buenos Aires, en 1963.

Las II Jornadas Internacionales Ramón Gómez de la Serna, que comenzaron ayer en el Malba y terminarán mañana (ver aparte), se proponen como “una tertulia en medio del océano”, un modo de acortar distancias y encontrar coincidencias entre ramonianos, escritores y estudiosos de Europa y América. Organizadas por los coordinadores del Boletín Ramón, Juan Carlos Albert (Madrid), Carlos García (Hamburgo) y Martín Greco (Buenos Aires), participarán, además, Miguel Vitagliano, Sylvia Saítta, Laura Yusem, Ioana Zlotescu, Roberto Yahni, Jerónimo Ledesma, Patricia Artundo, Rilo Chmielorz, Evelyn Hafter, Raquel Macciuci y Mónica Scordamaglia. Ya sucedió una suelta de greguerías, atadas a globos, tal como hacía el escritor en sus conferencias. Albert, el que soltó las greguerías después de repasar la vida y obra del escritor, dice que Gómez de la Serna siempre estuvo presente entre los protagonistas de la cultura: “La obra de Ramón ha significado una especie de ‘iluminación’ y de recordatorio-ejemplo permanente de una cierta manera de ‘ver’ la realidad. El rescate actual de Ramón no sería más que una especie de afloramiento circunstancial de esa corriente subterránea que creo que siempre ha existido”.

La obra de uno de los más importantes y caudalosos escritores de lengua española del siglo XX parece un recuerdo “archivado” que relampaguea de tanto en tanto –de un tiempo a esta parte con mayor insistencia– por el fervor de lectores y especialistas. “Quizá la sociedad no tiene la capacidad suficiente para cuidar de sus propias figuras importantes”, conjetura Albert intentando desmontar ese olvido. “El mismo Ramón buscaba, desde un cierto punto de vista, borrar sus huellas; evitaba representar un papel cerrado, acabado, definitivo. Quizá sabía que su forma de ser se acoplaba mejor a un modelo de persona que, al renunciar al producto final brillante, en beneficio de una obra de alguna forma inacabada por imperfecta, se movía mejor en el terreno de una cierta irresponsabilidad, en un segunda línea alejada de las exigencias de una vida pública marcada por la imagen ante los demás. Por eso su humorismo, que en el fondo no era sino una forma de no otorgar importancia a las cosas que a su juicio no debían tenerla. Ramón sabía que su espacio era el inmediato con la vida, y sabía que si se alejaba de él, se perdía. Su obra –y su vida– es por esto un poco huidiza, nunca acaba de ofrecer un perfil rematado.”

Martín Greco, escritor, investigador, guionista de cine y docente, define la escritura de Gómez de la Serna como vanguardista, “en el sentido de que rehúye deliberadamente la perfección, elude siempre los lugares comunes; es incesante, ilimitada, no tiene centro, puede crecer en cualquier dirección, en un proceso de fragmentación y collage de elementos disímiles, a veces reunidos por simple azar, donde no sólo se desvanece el texto como unidad, sino también el yo detrás del texto”. Sobre la invención ramoniana, la greguería, el investigador que ha publicado numerosos artículos sobre el escritor precisa que en la mayoría de los casos se trata simplemente de una frase. “Pero no es un refrán, ni un haiku, ni una máxima moral”, aclara. “La greguería es un destello de la inteligencia, la búsqueda de una analogía inesperada, una mirada sorprendida del mundo, una mezcla de humor y de poesía”, pondera Greco. Y cita, a modo de prueba, unas cuantas: “La muerte es hereditaria”, “La soda es agua que sabe a pie dormido”, “El dinero es el papel secante del sudor ajeno” y “El sueño es un depósito de objetos extraviados”, entre otras.

Precursor de las performances, en sus conferencias Gómez de la Serna se disfrazaba de Napoleón o se pintaba la cara de negro, soltaba greguerías atadas a globos, iluminaba la sala con una vela especial que comía al final, pronunciaba discursos desde un trapecio de circo o montado a un elefante y daba entrevistas en aeroplanos. “Todo esto le proporcionó una enorme fama mundana que hizo olvidar en cierto modo la profundidad de su obra”, sugiere Greco. Cuando el escritor anunció su primera visita a Buenos Aires en 1925, los jóvenes de vanguardia publicaron un suplemento de bienvenida en Martín Fierro. “Esperaban recibirlo con un ‘Banquete en movimiento’, recorriendo las calles en ómnibus convertidos en comedores y deteniéndose en alguna plaza para leer los discursos. Pero Ramón, que era un gran miedoso, no se atrevió esa vez a atravesar el Atlántico y la visita se demoró algunos años.” Finalmente llegó en 1931 y 1933. Y fue recibido como una celebridad. “Una de sus conferencias más recordadas era la ‘conferencia-maleta’, en la cual iba extrayendo de una valija los objetos más variados, que le servían de excusa para pronunciar greguerías. Al final rompía a martillazos el objeto más cursi”, repasa Greco.

Ramón fue el vanguardista que salió a la calle y observó el mundo con una mirada nueva. Se definía fundamentalmente como un “mirador”. “Es enorme la similitud con Oliverio Girondo, que escribió que ‘la costumbre nos teje una telaraña en las pupilas’”, compara Greco. “Muchos acusaron a Girondo de plagiar en su primer libro a Ramón. Aunque es indudable que hay cierta influencia del español sobre el argentino, creo que más que nada eran dos espíritus afines. Una de las primeras reseñas del libro de Girondo la hizo justamente Ramón para un diario de Madrid. Lo elogiaba mucho, aun sin conocerlo. Cuando Oliverio volvió a Europa, fue a visitar a Ramón y le agradeció esa reseña. Se hicieron amigos para toda la vida. Oliverio tenía dos atributos que no suelen aparecer juntos: era millonario y generoso, y ayudó varias veces a Ramón. En especial, le giró el dinero con el que pagar los pasajes en barco cuando estalló la Guerra Civil Española, y Ramón escapó de Madrid para refugiarse en Buenos Aires, donde se quedó.” Gómez de la Serna no olvidaría la generosidad de Girondo, a quien le agradeció públicamente en su autobiografía Automoribundia (1948).

Vitagliano recuerda que Cortázar fue lector de Gómez de la Serna. “Historias de cronopios y famas está cruzado por las greguerías, y también Rayuela”, subraya el escritor. “En los ’50 y los ’60 sobre todo, que tanto podían tener en común con la vanguardia de Gómez de la Serna, prefirieron colocarlo a la retaguardia, o a un costado. Me refiero a la cultura del Río de la Plata. Acaso no haya habido sólo una razón, pero sin duda una de ellas fue que se trataba de un español y no de un francés, y que se llamaba Ramón, no Rafael ni mucho menos Pablo. Ramón es un nombre que parece llevarse a las patadas con la cultura en Argentina, es nombre de entrenador de fútbol, hasta Palito Ortega lo ocultó durante mucho tiempo; por eso los Ramones tuvieron tantos seguidores aquí, porque eran una banda punk, y por eso Berni eligió el nombre de Ramona para su provocativa heroína”, examina con ironía el escritor. “Para mí Gómez de la Serna seguirá llamándose por su apellido, pero me encanta oír que también es Ramón. En esa tirantez también ubico a la literatura”, postula.

Los primeros años del exilio fueron difíciles. “Durante la guerra civil trató de mantenerse neutral, pero eso le valió la antipatía de los dos bandos enfrentados y acabó apartándose de los círculos republicanos y enemistándose con compatriotas emigrados como Rafael Alberti”, explica Greco. “Los tiempos de la vanguardia habían terminado y la politización creciente hizo que su literatura quedara fuera de lugar. Ya dijo Borges que el esnobismo es la más sincera de las pasiones argentinas. Gómez de la Serna era buscado y admirado mientras vivía en España y sólo venía a dar conferencias. Pero cuando se instaló definitivamente en Buenos Aires perdió su aura de celebridad inalcanzable.” Para vivir tenía que escribir por mes más de veinte artículos. “Así se fue aislando, porque para poder cumplir con estas exigencias escribía más de doce horas diarias”, señala Greco. “Sus obras completas forman veinte tomos de mil páginas cada uno, aun sin incluir la enorme masa de textos que jamás fueron recogidos en volumen y que de a poco vamos descubriendo.” Responsable del libro La penosa manía de escribir, que recopila más de cincuenta artículos, casi todos inéditos, aparecidos en los ’40 y ’50 en la revista argentina Saber Vivir, Greco próximamente editará las notas publicadas en el diario El Mundo, donde Ramón era una de las estrellas literarias y compartía las páginas con Roberto Arlt, Enrique González Tuñón y Nicolás Olivari, entre otros.

Pese a las diferencias estéticas, Borges siempre tuvo un gran respeto literario por Gómez de la Serna. “Lo convocó para todas sus iniciativas culturales, en revistas y antologías”, confirma Greco. “Macedonio Fernández fue un gran amigo de Ramón. Lo consideraba el Poeta Máximo y lo definía como ‘el mayor realista del mundo como no es’. Macedonio, Oliverio y Ramón formaron el más grande trío de escritores marginales de la cultura argentina de la época. No es casual que fueran amigos. Con Victoria Ocampo, Ramón se vinculó en París en la década del ’20, en un grupo que incluía a Jean Cocteau y Ortega y Gasset. Ramón colaboró desde los primeros números en Sur. Pero luego en Argentina la relación con Ocampo se enfrió, y ante el advenimiento del peronismo la separación fue definitiva.” Hubo un hecho que resultó central en la vida del escritor, un único viaje a España en 1949. En una entrevista con la prensa española pronunció grandes elogios a Perón y Evita. La noticia llegó a Argentina; el reportaje se reprodujo en las páginas de Sur.

Ramón sufrió el desprecio de los intelectuales antiperonistas y perdió su colaboración mensual en La Nación, iniciada en 1928. “Sabemos por una carta inédita que Ramón, desesperado, le pidió a su amigo José Ignacio Ramos, consejero de la embajada española, que intercediera ante las autoridades de prensa para ‘encontrar una colaboración asidua en que yo diese la nota mía de la ciudad y en la lucha periodística los periódicos peronistas diesen más batalla literaria a los otros’. Esa batalla era desde luego puramente literaria”, advierte Greco. “Ramón jamás tuvo un empleo público, ni escribió nada sobre política, ni perteneció a ningún partido. Su peronismo era más bien lírico; sentía gratitud porque Perón había enviado alimentos a la empobrecida España de la posguerra.” Fiel a su radical individualismo en todo, según Albert, no fue un escritor, ni una persona, que permitió que sobre él se montara una industria cultural. “Pero dio de comer sentimentalmente a muchísimas personas que lo mantuvieron casi en secreto.” El especialista no cree que estas jornadas internacionales sirvan para proclamar que se ha superado el olvido. “Falta la declaración de olvido y falta también, por tanto, la anulación de la misma”, ironiza. “Quizás ahora podemos aceptar su evolución personal sin estigmatizarle, y podemos aceptar su desmesura sin echársela en cara, y podemos disfrutar sus greguerías sin reducirlo a ellas.”

Uno de los primeros en revalorizar a Gómez de la Serna, quince años después de su muerte, fue Cortázar. “En un artículo confesó la influencia que Ramón había ejercido sobre él y destacó su importancia en la historia de la literatura en lengua española. Lo mismo hicieron Pablo Neruda y Octavio Paz”, enumera Greco. En 1996 comenzó la empresa de la publicación de las Obras completas, bajo la dirección de Zlotescu, la más profunda investigadora ramoniana (ver aparte), que va por los 18 tomos. Albert interpreta que la única respetabilidad que anhelaba Gómez de la Serna era la que surgiera de la fidelidad de su obra con su propia personalidad. “Esto le exigía deshacerse todos los días en la mirada sobre las cosas, en la mirada cargada de recuerdo de lo vivido que le iluminase las relaciones insospechadas que hay entre las cosas, los momentos y los sentimientos. Podría decirse que su tarea fue conscientemente la de aprovisionador de ideas. Ramón se situó en el primer momento de la creación, el momento en que nace la primera imagen cada vez, y él nos la muestra con la candidez del descubridor, con la alegría de quien sabe que está contribuyendo a entender mejor el mundo”, fundamenta.

“Debemos estar agradecidos a la incontinencia ramoniana, pues gracias a ella no sólo podemos leer más obra suya, sino que la podemos leer menos manipulada, más virgen, más en estado puro, más ‘materia’ para nuestro uso, menos producto acabado”, comenta Albert. “La comida que proporciona es una comida poco cocinada. Podríamos decir que es deconstruida, fragmentaria, y más cosas; entraríamos en terrenos más prestigiosos, pero más alejados de su quehacer. Si lo leemos y nos gusta, encantados.”

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