CULTURA › COLOQUIO INTERNACIONAL EN LA CIUDAD ALEMANA DE LEIPZIG
No es que su obra lírica esté precisamente oculta, pero sí parece opacada por su narrativa. Por eso, el encuentro de eruditos que comenzó ayer busca recordar a las próximas generaciones el placer que supone sumergirse en esa búsqueda del poema perfecto.
› Por Silvina Friera
Desde Leipzig
El lugar del tilo. Eso significa Leipzig, ciudad del este alemán que por una memorable escena del Fausto de Goethe quedó inmortalizada como la París chiquita. Tal vez el centro histórico tenga un aire parisino. Pero las impresiones de los recuerdos, más si son evocaciones de lecturas lejanas, suelen ser más generosas que la realidad. Las huellas de edificios de la ex República Democrática Alemana destilan residuos de sueños colectivos archivados. Es curioso el silencio de esta mañana nublada en la cuna de Leibniz y Richard Wagner, en la “ciudad de la música”, donde trabajaron Johann Sebastian Bach y Felix Mendelssohn, donde estuvo el súper-hombre de la filosofía, Friedrich Nietzsche. Un puñado de pájaros marca el presagio de lo que será una sinfonía de eruditos titulada “Borges poeta”, coloquio internacional organizado por el Centro de Investigación Iberoamericana de la Universidad de Leipzig (Ciial), con el profesor chileno Alfonso de Toro a la cabeza, y por el Comité Organizador para la participación Argentina como país invitado de Honor en la Feria del Libro de Frankfurt (Cofra).
Las calles ya son la entraña de Borges, especialmente la Ritterstrasse, donde está el rectorado de la Universidad fundada en 1409. Aunque el destino de Borges fue la lengua castellana, siempre reconoció que lo habían exaltado “otras músicas más íntimas”, como la “dulce lengua de Alemania”. La estatua de Goethe escucha, extrañada, el parloteo de los académicos. El acento español y sus variantes se barajan entre los “amigos” de Borges. De María Kodama a Mario Goloboff; del alemán Roland Spiller (Frankfurt) al italiano Emanuele Leonardi (Palermo), bautizado por los periodistas argentinos como “el clon de Pedro Mairal”; del mendocino Víctor Gustavo Zonana a Edna Aizenberg (Nueva York); de Víctor Andrés Ferretti (Kiel) a Ricardo Forster; de la sevillana María Caballero a Walter Bruno Berg (Freiburg); de la romana Laura Silvestri a Ruth Fine (Jerusalén); de Susanna Regazzoni (Venecia) a Adelheid Hanke-Schäfer; y del mexicano Rafael Olea Franco a Michael Rössner (München), entre otros.
Parafraseando a Borges, el universo de esta mañana tiene la precisión de la fiebre. Los eruditos son entomólogos que fatigan los arrabales de los versos intentando “rescatar” y poner en un primer plano la obra lírica borgeana eclipsada por la narrativa. En el majestuoso salón principal, un hombre canoso y simpático, el chileno Alfonso de Toro, director del Ciial y autor de Borges infinito. Borges virtual, cultiva ese fervor que siente desde los ’60. “Queremos dar un nuevo impulso a un aspecto de la obra de Borges que ha estado muy mal entendido”, subraya. “No quiero decir que no se haya tratado, pero sí que su poesía juega un papel marginal en la investigación.” Lo que el hombre quiere proclamar es que no es un mero azar que el tema sea la lírica borgeana. “A través de la poesía, Borges se crea como autor; la poesía es uno de los medios más importantes y eficaces que le permite crear Argentina como nación cultural y literaria.”
La imagen de Borges –junto con la de Cortázar– presidirá la gran exposición de doscientos años de literatura argentina, “El idioma de los argentinos”, que ocupará el centro del pabellón de Argentina en la Feria de Frankfurt. Borges es el escritor argentino “más universalmente reconocido y traducido a los más diversos y exóticos idiomas”, pondera Magdalena Faillace. “Es fácil comprender por qué se opta por la novela y la brevedad del cuento antes que por la expresión lírica. Borges no escapa a las generales de la ley. La poesía perdió mercado, pese a que afortunadamente se sigue escribiendo, sigue habiendo grandes poetas y muchos leemos poesía.” La presidenta del Cofra anticipa que el coloquio permitirá “descubrir y amar aún más el universo borgeano, donde no hay fractura entre poesía y narrativa”. Los mismos temas, símbolos e imágenes de sus relatos se reiteran en sus poemas, que conducen al Borges esencial, “al ser humano que siente, que transmite una enorme piedad hacia la frágil condición humana”. Con emoción, Faillace termina con una sensación que transmuta en certeza. “Siento que Borges va a estar muy feliz, desde algún lugar, de vernos en esta universidad de 600 años que contiene una parte de la historia de Europa y su literatura.” Desde que tenía 19 años, cuando una profesora le tiró al autor de El Aleph sin bibliografía, la presidenta del Cofra confirma, lectura tras lectura, que siempre encuentra en el laberinto “algo nuevo con que Borges me deslumbra”.
No tiene mucha voz Kodama. “Este año Borges cumpliría 111 años”, revela. Hermoso regalo, este encuentro en la dulce lengua de Alemania. Antes de abonar erudición en altas dosis, prefiere contar una anécdota de algo que había intuido en la infancia. La profesora de inglés le leyó “Two English Poems”. “Me dio la oportunidad de sentir cosas que después fueron esenciales en mi vida y no necesitan de la contención intelectual, llegan a través de lo que sentimos.” Kodama traza las principales coordenadas de la poesía para que los especialistas sigan el hilo de Ariadna por otros caminos. Las obras de Borges mezclan poemas, ensayos y narraciones, pero el común denominador es el lirismo. “Esta corriente que las une es la esencia, el anhelo de Borges: alcanzar lo imposible, escribir el poema arquetípico, la inmortal forma de la belleza y la profundidad que quiere legar a las generaciones del porvenir”, analiza. Las creaciones líricas de Borges, repasa, están reunidas en 17 libros, editados entre 1932 y 1985, a lo que hay que agregar los poemas publicados en revistas españolas durante su adolescencia, cuando vivió en Ginebra y España.
Después de los tres primeros poemarios, Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929), hubo un hiato hasta El hacedor (1960), donde en una operación de alquimia empezó a mezclar los géneros. “La gente se pregunta por qué su producción poética pasó por un purgatorio de casi veinte años de silencio. Lo que podría explicarlo –sugiere Kodama– es quizá la admiración que Borges sentía por Homero, padre de la poesía occidental, con quien se identificaba. Ese silencio será el comienzo de su actividad ‘prosista’.” La magnífica prosa de Borges se debe a un accidente que sufrió cuando fue a visitar a una amiga para regalarle un ejemplar de Las mil y una noches. Al subir las escaleras, se golpeó la cabeza con una ventana abierta. La escena que encontró esa amiga fue horrorosa, con el escritor bañado en sangre. Lo acompañó al hospital, pero no lo desinfectaron bien. Tuvo una septicemia y estuvo al borde de la muerte. Convaleciente, la madre le leyó un texto y él se puso a llorar. “Cuando le preguntó qué pasaba, le respondió que lloraba porque entendía el texto”, recuerda Kodama. “Como temía que por ese accidente algo se hubiera dañado en su cerebro y no pudiera volver a escribir un poema, decidió escribir un cuento, ‘Pierre Menard, autor del Quijote’ que, según dicen, cambió el rumbo de la prosa en lengua española.”
“A pesar de su escasa producción poética, al demostrar su interés por reeditar y agregar nuevos poemas nos muestra que no busca la cantidad, sino la calidad y la excelencia; que busca la meta de su vida con respecto a su obra: la imposible perfección. Corrigió hasta el último instante de su vida”, agrega Kodama. Cita ejemplos de las versiones y cambios en el poema “Las calles”; lee “La noche cíclica”, de una belleza metafísica demoledora. “Borges jamás sintió la angustia de la página en blanco; él es el hacedor, el que versifica y crea cuando la musa o el espíritu lo visitan. La calidad de su creación va en aumento; trata de encontrar la palabra justa, necesita encontrarse a sí mismo para entregarse a sus lectores a través del más frágil y falaz de los elementos: la palabra.” No pudo ni quiso escapar de su destino de poeta. En su secreta complejidad, la poesía de Borges es como un río interminable.
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