Lunes, 5 de julio de 2010 | Hoy
CULTURA › PRESENTACIóN DE LA COLECCIóN “CUENTISTAS ARGENTINOS”
Los escritores Mariana Enriquez, Federico Falco, Samanta Schweblin y Oliverio Coelho debatieron sobre diversos aspectos vinculados con el “cuento”: la responsabilidad o no de renovarlo, las identificaciones generacionales y la “contaminación” genérica.
Por Silvina Friera
La hora de los cuentistas argentinos podría ser el título de un documental. O de un libro de diálogos con Mariana Enriquez, Federico Falco, Samanta Schweblin y Oliverio Coelho, cuatro escritores que hace rato que dejaron de sonar como promesa para consolidarse dentro de la “nueva narrativa”. Los protagonistas nacieron en los ’70, crecieron en los ’80, fueron adolescentes y jóvenes en los ’90. Los medios de comunicación, adictos a las identificaciones cómodas, les extienden el certificado de buena juventud. Ellos se burlan de tener siempre la edad o la apariencia que otros desean que tengan. Una de las mujeres dirá, con la ayudita de Oscar Wilde que le sirve en bandeja la ironía, que tiene una juventud más larga que Dorian Gray. En el living de Libros del Pasaje, “los cuatro estilistas”, como los definió el periodista Diego Erlan, presentaron sus libros publicados por Emecé en la notable colección “Cuentistas argentinos”.
¿Se puede renovar el cuento, un género que desde lo formal es conservador? ¿Les corresponde a ellos renovarlo? Todos esquivaron esa mochila pesada. A Falco, autor de La hora de los monos, no le preocupa qué es un cuento. “Prefiero pensar en cierta cantidad de texto más o menos breve y verlo como si fuera una acumulación de bacterias o de materias a la que por una cuestión de comodidad la llamo cuento”, dijo con una leve tonada cordobesa. “No sé si es un género conservador o no y tampoco si me cabe la posibilidad de renovarlo.” Schweblin, autora de Pájaros en la boca, su segundo libro de cuentos, hasta ahora no tuvo opción. Es la única estrictamente cuentista. “Las ideas llegan y me piden el formato cuento. No me imagino ninguno de los cuentos de este libro en formato de novela. Hubieran sido malas novelas,” No tiene, precisó, intención particular de renovar. “Me interesa mucho abordar algunas cuestiones del absurdo y del fantástico de una manera sutil y lateral; ésa es una diferencia con otras generaciones que lo hacían de un modo más frontal, pero eso tiene mucho que ver con los estilos de cada autor.”
Autor de Parte doméstico, Coelho planteó que tanto el cuento como la novela son géneros “muy difíciles de renovar a esta altura”. “El problema no es formal. Hacer algo nuevo implica que aparezcan escritores con un universo muy singular y un trabajo con la lengua distintos. Las formas breves pueden ser las más adecuadas para ciertos autores. Hay novelistas que se ponen a escribir cuentos y renuevan su universo. Y viceversa.” Es el caso de Coelho que aseguró que el cuento es “un laboratorio, la preparación de la novela”. “Muchas novelas primero pasaron por el formato cuento y después se despegaron. A veces hay cuentos que terminan siendo cuentos sin ser planeados como cuentos.” A la hora de hablar, el estilo de Enriquez es frontal. “Trato de que los cuentos estén bien; renovar ya es mucho”, subrayó la autora de Los peligros de fumar en la cama. “Para renovar tiene que existir el artista que tenga un talento rupturista. Yo no tengo ese talento ni ese interés. No me va a salir renovar el cuento, no está en mi personalidad.”
Cada uno comentó el modo en que armaron sus libros. “Mi corte personal tiene que ver con las atmósferas, los climas, y con una mezcla particular entre el realismo y el fantástico más o menos pareja en todos los cuentos”, señaló Schweblin. “Uno toma la decisión no de escribir un libro de cuentos, pero sí de hacer un libro de cuentos a través de la selección, el descarte. Un buen libro de cuentos tiene la misma unidad de una novela”, opinó Coelho. El aporte de Enriquez rumbeó, escalonado, hacia lo que escapa al control del autor. “Empecé a escribir cuentos a pedido, cosa que me gusta hacer; probablemente por mi trabajo como periodista me cuesta menos porque es natural que me pidan algo. Pero yo quería escribir una novela de terror y fracasé en repetidas oportunidades. Ahora estoy pensando que a lo mejor al terror le va mejor la brevedad. No lo sé, puede ser mi propia incapacidad que me lleva a esa conclusión para quedarme más tranquila.” Cuando llegó el momento de decidir qué hacer con los cuentos que había escrito para revistas y antologías buscó elementos en común, como las voces femeninas jóvenes, en la frontera entre la adolescencia y la adultez, “como si ese pasaje fuera un poco horripilante de por sí”.
Falco escribió muchos cuentos confiando en que esa unidad iba a surgir sola en La hora de los monos. “Con los cuentos que quería que estuvieran en el libro empecé a pensar en un orden, en una modulación, una especie de cadencia. Lo que estaba haciendo era fantasear qué iba a pasar con la lectura.” Enriquez le retrucó desde su experiencia. “No se puede planear tanto. A veces la literatura te sorprende; no es bueno calcular tan milimétricamente. Se puede encontrar un hilo interno sin volverte tan loco o tan controlador de tus cosas. Me pasa eso: dejo que suceda.” “Yo soy bastante obse”, admitió Falco. “En la intimidad de la almohada uno piensa ‘ahora tendría que venir tal cosa que levante, que baje’. Por eso hablo de la fantasía; era algo que usaba para tranquilizarme.” Coelho explicó la instancia del montaje. El decidió un orden y acomodó los cuentos en tres secciones, dispuestas de tal manera que fueran in crescendo. “Nada asegura que el lector siga ese orden, con lo cual el cálculo queda arruinado. Pero en ese montaje, el escritor pone su deseo, más allá de que en la lectura nadie siga ese orden y el lector encuentre su propio camino. También un libro de cuentos es un laberinto.”
La mayor dificultad que enfrenta Schweblin no es el momento de la escritura en sí mismo. “Las decisiones me gustan tomarlas con la cabeza antes de sentarme a escribir. Lo que me ha pasado la mayoría de las veces es que me siento a escribir cuando tengo una idea, dos o tres párrafos que son lo suficientemente reveladores de muchas cosas. Y paro y me voy a otra cosa. Cuando me doy cuenta de qué va a pasar –que sucede una hora o un año después–, me siento y trato de escribir el cuento entero”, resumió la autora de Pájaros en la boca. “Tengo la sensación de que uno se da cuenta de si un cuento fue escrito de una sentada o de varias. Los cuentos de una sentada tienen una energía, una potencia y una unidad mucho más esférica, mucho más perfecta y más fuerte.” La escritora recordó que Roberto Arlt decía que entre jugar a la pelota y escribir, prefería jugar a la pelota. A ella le sucede casi lo mismo. “Necesito que algo justifique que me siente a escribir.”
Las crónicas cada vez le gustan más que la literatura de ficción a Enriquez. “Me parecen más fuertes y más verdaderas. Me pasa también con el cine. Con una película de ficción cada vez me aburro más, con un documental no. Lo fronterizo y lo contaminado está cada vez mejor.” ¿Es un rasgo de época?, quiso saber Erlan. “Si hay un rasgo de época –respondió Falco–, es la puesta en jaque del concepto de lo verdadero. Mi reacción ante eso, paradójicamente, es refugiarme en lo más ficcional posible y tratar de apelar a la hibridación. Lo que sí podría ser un rasgo de época es la desconfianza sobre todo lo que está en pantalla, la mezcla de cosas que podrían ser reales o invención que conviven sin etiquetas que las diferencien.” Coelho agregó que esa contaminación es un rasgo de la segunda mitad del siglo XX. “Desde hace años la literatura convive con otros discursos, los incorpora, los deglute. En cada escritor se puede rastrear esa contaminación, pero es tan particular que no se puede hablar de un mismo tipo de contaminación. Con el tiempo cada escritor domestica todos esos discursos que lo vulneran y a la vez lo reinventan.”
Ultima pregunta: ¿Ustedes consideran que son jóvenes?
Mariana Enriquez: –Depende de para qué... para escritores somos re jóvenes; como mujer ya no. Muy pronto dejaré de ser fértil. Lo que está bueno es dejar de ser fértil como mujer, pero seguir siendo una escritora joven diez años más (risas).
De yapa otro interrogante. ¿Sienten que tienen una responsabilidad frente a una generación o frente a la literatura? ¿Sienten ese peso? “A la hora de escribir, trato de escribir como si me fuera a morir mañana”, afirmó Falco. Para Schweblin la responsabilidad está con lo que se escribe. “Y nada más.”
Oliverio Coelho: –No creo que exista una responsabilidad generacional, sino con lo que uno se propone escribir. Ser un escritor joven a lo mejor es tener menos de 40 o 45 años. Pero tal vez uno puede sentirse un hombre viejo, por ejemplo en mi caso. Es una ventaja seguir siendo un escritor joven. ¡Pero eso no soluciona los dolores de espalda a la mañana!
M. E.: –Publiqué mi primera novela en el ’95, cuando era joven en serio. Entonces me vendieron como escritora joven. Luego publiqué la segunda en el 2004. Y no era vieja. Hace mucho que soy joven y me burlo. Tengo una juventud más larga que Dorian Gray (risas).
“Una cosa que te marca como escritor viejo es pensar que los escritores más jóvenes escriben mal y están degradando el lenguaje”, continuó Enriquez. Cuando empezás a decir esas pavadas, sos un viejo mental, no importa la edad que tengas. La única responsabilidad generacional es una defensa de tus contemporáneos. No dejarse maltratar. Es una cuestión de actitud. Yo también tendré 60 años y espero no convertirme en una vieja monstruosa.”
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