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Domingo, 25 de julio de 2010

CULTURA › COMO ES LA EXPOSICION UNIVERSAL DE SHANGHAI

La otra revolución cultural

Dentro y fuera de las 500 hectáreas de la Expo, donde la gran mayoría de los países se muestran en sus respectivos pabellones, sobre todo China, unas 500 mil personas contemplan día a día el poderío de un país que parece decirle al mundo: “Aquí estamos”.

 Por Karina Micheletto

Desde Shanghai


“Dicen algunos que hay vencedores que no sienten ningún placer en la victoria a menos que el contrario sea tan fuerte como un tigre o un águila; y si sus contenedores son tímidos como ovejas o gallinas, sienten que el triunfo es vacío. Por otra parte, hay vencedores que, después de conquistarlo todo, ya el enemigo muerto o rendido, dicen la frase clásica: ‘Vuestro súbdito, temeroso y temblando, se presenta ante vos para el crimen que merece la pena de muerte’. Se dan cuenta de que ya no tienen enemigo, ni rival ni amigo, desolados y aislados. Y entonces sienten que la victoria es algo trágico. Pero nuestro héroe no pertenecía a estas clases: él siempre se sentía optimista. Esta tal vez pueda ser una prueba de la supremacía moral de China sobre el resto del mundo.”

Lu Xun,
La verdadera historia de A Q

Los representantes argentinos llevaron el apoyo a la candidatura de Abuelas para el Nobel de la Paz.

Todo en Shanghai, por estos días, parece dispuesto con un objetivo: ofrecer una prueba de la supremacía de China sobre el resto del mundo. Beijing fue escenario, dos años atrás, de un despliegue de escena de este tipo, con la organización de los Juegos Olímpicos. Ahora, la Exposición Universal de Shanghai, un evento de dimensiones monumentales –como casi todo en China–, concentra los ojos de Occidente en otra metrópolis del gran país de Oriente. Adentro y afuera de las 500 hectáreas de la Expo, donde la gran mayoría de los países se muestran en sus respectivos pabellones, la que se muestra es sobre todo China. Y en las diferentes lenguas que suenan en esta suerte de Babel contemporánea, un tema recorre la Expo: Habrá que cambiar la frase hecha –“el futuro es chino”– por otra en tiempo presente. Si en el nuevo escenario geopolítico, China venía anunciándose como el nuevo contendiente, la victoria del gigante asiático, vista desde adentro, luce como un hecho consumado.

El escritor Lu Xun, considerado el padre de la literatura china moderna, pasó sus últimos años en Shanghai, y su casa es uno de los puntos turísticos posibles de la ciudad. Un texto como el arriba citado circulaba a precio de revista en los kioscos de la Argentina de los tiempos de gloria del Centro Editor de América Latina. En los ’70 no existía Internet, pero cualquier argentino habilitado por la curiosidad tenía acceso al lejano universo que pintaba Lu Xun, con un estilo cargado de ironía. En tiempos de globalización, la distancia hoy puede ser mayor. La visita a la casa de este escritor que fue descalificado por el Partido Comunista de China, por sugerir que la literatura no tenía por qué ser un instrumento al servicio de la ideología, habilita una serie de preguntas que rebotan en cada rincón de la ciudad de Shanghai.

Cómo es que este país encerrado por siglos tras una Gran Muralla se abre al mundo, sin necesidad de salirse culturalmente de esa muralla. Cómo logran ser tan comunistas y tan capitalistas de mercado. Cómo manejan semejante capacidad de vigilancia como la que se percibe en cada detalle de la vida cotidiana de los chinos, y muy particularmente adentro de la Exposición Universal, donde se hace evidente que el control de las multitudes es tema prioritario. Y esto, sobre una población que oficialmente se anuncia en 1300 millones de personas, pero que en los hechos se calcula que asciende a 1600 millones. Ocurre que en China la ley prohíbe tener más de un hijo, pero muchas familias no cumplen esta regla en las zonas rurales, donde la pobreza no hace demasiada diferencia entre estar dentro y fuera del sistema, y también en las ciudades, donde la corrupción permite a los más pudientes transgredir las normas.

Mafalda –que, por cierto, se edita también traducida al chino, y es bastante popular en este país– se anticipó en la pregunta a su padre: ¿Qué pasaría si un día todos los chinos se pusieran de acuerdo y patearan el mundo al mismo tiempo? La pregunta suena ahora en Occidente, libre de inocencia: ¿Qué va a pasar?

La masa

Algunas formas de respuesta a estas preguntas pueden rastrearse puertas adentro de la Exposición Universal de Shanghai. En este “otro lado del mundo”, al que un argentino llega después de atravesar 19.760 kilómetros en más de un día de vuelos con escala, y de adelantar once horas su reloj, es pleno verano. Los más de 30 grados constantes, la humedad altísima, castigan a los cientos de miles que recorren las interminables explanadas de cemento de la Expo. “Cientos de miles” no es una manera de decir: son unos 500.000 por día, 25 millones desde que comenzó todo esto, el 1º de mayo, 73 millones para cuando termine, el 31 de octubre. La Expo Shanghai es prioridad nacional en China, y si la propaganda y la organización son temas que los chinos manejan hace rato, puestas al servicio de la Expo funcionan como multiplicadores de multitudes.

Son puntitos coloridos al observar los ríos de gente desde los puentes que cruzan la Expo: otros tantos cientos de miles de sombrillitas ayudan a mitigar la espera en las colas que zigzaguean alrededor de los pabellones de los diferentes países. Muchos de los que las portan llegan en nutridos contingentes, organizados desde lejanos puntos de China. Además de sombrillas la gente aquí porta unos banquitos plegables, muy chiquitos, que esta cronista vio en los Easy de Argentina e imaginó para muñecas. Aquí, sirven para acomodar en la espera el pequeño coxis del porte oriental.

Un detalle que suena perverso, leído con extrañeza occidental, parece vivido con entusiasmo por la multitud de la Expo. Se trata de un pasaporte. Un pasaporte que los chinos compran por 20 yuanes en la entrada, y en todos los puestos de información y de venta de merchandising de la Expo que se extienden por Shanghai. En cada pabellón visitado, es posible sellar el documento de fronteras. Y acumular sellitos, es sentir que se ha viajado. El furor de los pasaportes es tal, que ejemplares sellados en absolutamente todos los pabellones de la Expo –algo cada vez más difícil de lograr, porque cada vez hay más gente y más colas en los pabellones– se venden en Internet en miles de yuanes.

China, qué grande sos

La Expo es un gigantesco parque de formas tan vanguardistas como imaginativas, la perdición de cualquier arquitecto y urbanista. La estructura del pabellón de Japón imita la forma de un gusano de seda, y su diseño aprovecha la energía del sol para iluminar y el movimiento del aire y el agua para refrescar el ambiente. Las paredes externas del pabellón de Inglaterra son 60.000 varas de acrílico transparente, cada una con una semilla distinta en la punta, símbolo de la apuesta agrícola para el futuro. Durante el día las varas transmiten la luz del sol hacia adentro del pabellón, durante la noche la luz eléctrica del interior irradia hacia afuera. En el pabellón de Alemania, el visitante entra en un túnel donde el sonido del agua, las burbujas de aire y el reflejo de la luz dan la impresión de un paso subacuático. A la salida aparece una fantástica ciudad futurista.

Con el nombre de “Sinfonía urbana”, en alusión a su diversidad cultural, Singapur presenta un pabellón inspirado en una cajita de música, desplegado en tres pisos, más una terraza con un jardín tropical. Otra terraza destacada es la del pabellón de Arabia, que recrea un oasis. El pabellón ruso es una construcción con doce torres de veinte metros, inspirada en un cuento infantil de Nikolay Nosov. El de Pakistán es una réplica de un fuerte construido en el siglo XVI, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco. El de España, una gigantesca estructura de mimbre de formas retorcidas. El pabellón canadiense fue encargado al Cirque du Soleil. Es uno de los más grandes, con más de seis mil metros cuadrados y forma de C, y en el gran patio central siempre actúa una troupe del circo y otros artistas del país. Entre los latinoamericanos, el de mayor despliegue e inversión como pabellón de diseño es el de Chile. Las salas conceptuales proponen conexiones en tiempo real con diferentes puntos de Chile, en touch screens a partir de un mapa desplegado, o un “Pozo de las antípodas”, asomándose al cual se descubre lo que está exactamente del otro lado: Valparaíso.

Los diseños impactan visualmente. Pero los espacios más imponentes son los que se reservaron para sí los anfitriones. En el centro exacto del predio, levantándose en sus catorce pisos por sobre los demás pabellones, claramente visible desde las autopistas que cruzan la ciudad, brilla el pabellón de China. Una construcción que impacta por su roja simetría, por la sorprendente estructura de su techo, inspirada en una técnica constructiva milenaria de Oriente, el dougong. Por su ubicación y su despliegue, el lema implícito es casi un canto de cancha, una mojada de oreja al resto del mundo: China, qué grande sos.

Están también los cinco pabellones temáticos, con nombres que apuntan al lema de la Expo –“Mejor ciudad, mejor vida”–, inspirados en el estilo de la antigua Shanghai y en la papiroflexia, antigua tradición de figuras en papel doblado. Y el Centro de Espectáculos, que parece un gigantesco platillo volador. Estos son algunos de los pocos edificios que los chinos planean conservar, cuando toda esta gigantesca inversión se haya desmontado, dando lugar a otro gigantesco emprendimiento inmobiliario. Tirar abajo los astilleros y los barrios de clase baja que antes ocupaban este espacio fue cuestión de meses, y se espera un dispositivo similar al término de la Expo. En Shanghai, donde los rascacielos de formas vanguardistas se levantan con velocidad junto a las pagodas milenarias, las grúas son una parte importante del paisaje.

La bandera en la Expo

A diferencia de otros países latinoamericanos, que comparten un espacio común en la Expo, Argentina se exhibe en un pabellón propio, a lo largo de unos 2000 metros cuadrados. Allí hay lugar para una cantidad de iconos de la cultura, el deporte, las ciencias, mostrados en pantallas gigantes, que en su momento reunieron a los latinoamericanos que trabajan en la Expo para sufrir el Mundial. También para muestras como la del orfebre Marcelo Toledo, arte urbano como el fileteado de Jorge Muscia, proyecciones de cine, exhibición y venta de camisetas de la Selección, cerveza, vinos, alfajores. Y, pegado al pabellón, el gran símbolo nacional, la parrilla, pero esta vez manejada por un chino con residencia argentina, Fernando Yuan.

La estrategia argentina pasó fundamentalmente por los contenidos del pabellón: una ambiciosa programación propone descubrir diferentes formas de la música y la danza identitarias, pero no en un formato for export, sino apuntando a buena parte de lo mejor que se está haciendo por estas tierras. Buscando esta representación, ya fueron convocados artistas como Ariel Ardit, Andrés Linetzky, Pablo Mainetti y César Angeleri, Lidia Borda, Juan Falú y Liliana Herrero, Jorge Navarro, Pedro Aznar, Orozco-Barrientos, Juan Carlos Baglietto y Lito Vitale, La Chicana, Bajofondo o la Selección Nacional de Tango, además de diferentes parejas de bailarines. Y queda por delante una agenda que incluye a Luis Salinas, el Sexteto Mayor, Raúl Barboza. En agosto, la presentación de Iñaki Urlezaga junto a la Orquesta Sinfónica de Shanghai, Chango Spasiuk, Peteco Carabajal. En septiembre, Jaime Torres, Bruno Arias, Aca Seca, Rodolfo Mederos, Guillermo Fernández. En octubre, Dino Saluzzi, el Dúo Coplanacu, Javier Malosetti, entre otros.

En estos días, la Selección Nacional de Tango estuvo actuando no sólo dentro del pabellón, sino también en la Plaza de las Américas –la Expo está organizada por regiones geográficas, con sus plazas comunes– ante miles de personas. Hasta allí los músicos llevaron el apoyo a la candidatura de Abuelas para el Premio Nobel de la Paz, desplegando una bandera que fue aplaudida por todos los continentes aquí representados. En este tipo de presencias se resaltan, también, los símbolos de orgullo de un país. Algo que expresa el secretario de Cultura, Jorge Coscia –la Secretaría a su cargo dispuso la organización artística, mientras que Cancillería se encargó del armado del pabellón–: “Cuando se consolida un país, se integran sus símbolos”, analiza el funcionario. “En una política que está reconstruyendo las piezas de un país desintegrado, queda clara la falsedad del mito de la Argentina aislada del mundo.”

El nombre de China en mandarín es Zhong Guo, “país del medio”. Un planisferio chino ubica este país en el centro y Europa, Africa y América hacia los costados. Desde el costado lejamísimo del mundo que es Argentina, llegan símbolos potentes. Banderas de orgullo.

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