Lunes, 27 de septiembre de 2010 | Hoy
CULTURA › DANIEL RIERA, AUTOR DE NUESTRO VIETNAM Y OTRAS CRóNICAS
“Mis temas son fruto de lo que me ha ido llamando la atención en la vida”, sostiene el periodista y escritor sobre los textos reunidos en el libro, que abarcan desde la miseria de los veteranos de Malvinas hasta la confesión de una mujer que jura ser hija de Evita.
Por Facundo García
“El 17 de septiembre de 1985, a los quince años, decidí ser periodista. ¿Qué mejor profesión que aquella en la que a uno le pagan por perseguir platos voladores?”, escribió Daniel Riera en uno de los textos que componen Nuestro Vietnam y otras crónicas (Aguilar). Si el editor de la revista Barcelona fuera un entrevistado convencional, esta nota podría restringirse a esos temas. El periodismo, algún petardo político y un recorrido por las colaboraciones en Rolling Stone, Soho, Gatopardo, Selecciones y TXT que fueron a parar al volumen. Pues bien: no se puede. Los rotulitos al paso no le entran. De hecho, también acaba de sacar a la luz Evangelios y apócrifos (Libros del Náufrago), una novela inclasificable, plagada de personajes que se creen el Mesías. Y para rematarla, desde fines de 2008 sumó a sus oficios otro más, el de la ventriloquía. Así que a no asustarse de lo que puede venir acá abajo.
Por ejemplo. Riera cuenta que la última vez que hizo el check in en un hotel, puso que su ocupación era “ventrílocuo”. Fue en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Hasta ahí llegó para indagar en uno de los casos que hacen de Nuestro Vietnam un oasis para los que se aburrieron de la prensa convencional: la tragedia alrededor de un pibe al que le habían prometido tatuarle en la espalda un corazón de Boca Juniors y al final le tatuaron un pito gigante (ver Textual). “De vez en cuando –revela– uno se entusiasma con un pirulo en un diario o con una noticia en un periódico zonal y se da cuenta de que vale la pena profundizar.”
–Igual su punto de vista no se queda en eso. En la literatura, el periodismo o la ventriloquía persiste un sello personal.
–Eso parte de intereses a los que he ido dando cauce desde chico. Cuando vi Los invasores a los ocho años, me voló la cabeza lo raro, lo extraño, lo misterioso; y la posibilidad de narrar eso. A los dieciocho empecé a laburar en Pelo, y la fascinación por el mundo de la música sigue estando presente. Mis temas son fruto de lo que me ha ido llamando la atención en la vida.
–De a ratos, sus crónicas recuerdan a las nouvelles de aprendizaje personal.
–Parto de la duda. ¿Cuál es la otra posibilidad? Ser Eliaschev o sus imitadores; subirse al púlpito del columnista y pontificar. Yo me paro en otro lado. No sé lo que pasó y quiero averiguarlo para contárselo a los demás. La crónica facilita eso, y deja que te preguntes no sólo qué ocurrió, sino qué te pasó a vos con eso.
De más está decir que el formato Ripley no le alcanza. Tampoco el freakismo de un Tod Browning. Sus investigaciones se agrupan bajo los títulos “La dictadura y sus efectos”, “Terrestres Extra”, “Letra y Música” y “Eso que llamamos democracia”, rubros que abarcan desde la miseria de los veteranos de Malvinas hasta la confesión de una mujer que jura ser hija de Evita. En las correrías tras los aliens, los espíritus demoníacos, los campeonatos de fabricación de empanadas y otras rarezas varias, Riera asegura estar haciendo “un esfuerzo por capturar lo inasible” en un “aprendizaje compartido con el lector”. Nada más lejano del culto por lo sorprendente que abunda en Internet. Su inclinación por lo bizarro, en última instancia, se afirma en la capacidad introspectiva y las convicciones políticas. Mientras mantenga esa postura se puede vaticinar que las corporaciones no van a llamarlo para que ocupe un sillón jerárquico. A lo sumo querrán hacerle un tatuaje. Encerrarlo en una marca.
–Hable de los “altos precios personales” que dice haber pagado por meterse con ciertos asuntos.
–Son gajes del oficio y es mucho más lo que se gana que lo que se pierde. El descubrimiento de la ventriloquía es consecuencia directa de involucrarme con aquellos sobre los que escribo. Uno puede comportarse como un entomólogo e ir a mirar a la gente desde afuera, aunque esa opción es mucho menos interesante. Peor todavía es esa otra que consiste en hacerse el banana e ir a burlarse de la gente mostrando cuán irónico y superior a los demás se puede ser. Yo voy por otro camino.
En su momento hubo pasajes que los editores prefirieron suprimir. “Cuando hice Esclavos del deseo –una incursión por los calabozos del sadomasoquismo– estaba un día charlando con una dominatriz mientras ella mantenía a uno de sus cautivos preso en un cepo y en bolas. En eso, la mina me dice ‘¿me alcanzás esa vela?’. Se la di como quien da la hora. Ella la envolvió en un forro y se la encajó al chabón por el culo. Con eso me involucró, estableció una cadena de complicidad. En la primera publicación habían decidido quitar ese tramo para ‘no exponerme’, pero ahora lo restituí”, cuenta Riera. En ese sentido el libro es algo así como un director’s cut, que viene a recargar la potencia de un film que en sus versiones anteriores ya era bastante desaforado.
Llama la atención que la timidez del hombre no le haya impedido meterse en semejantes toletoles. Como cuando se fue a Cosquín con un Charly García que todavía no se había sometido a la cámara lenta que le impuso la chacra de Palito. De aquella gira salió un aguafuerte que avanza con la velocidad de una locomotora secuestrada por terroristas; un engendro del lenguaje que refleja al García más siniestro a partir de párrafos sin comas ni puntos seguidos. “Uno busca lo que lo vincula con el otro –tira Daniel–. Sabía todo sobre él, y lo acompañaba hasta las siete o las ocho de la mañana. Era como seguir a uno de mis héroes. Además, la timidez a veces ayuda. Te vuelve menos invasivo, menos policial. No siempre soy así, ojo: según mi maestro de ventriloquía, Miguel Angel Lembo, tengo uno de los mayores desdoblamientos de personalidad que se hayan visto.”
Evangelios y apócrifos es una prueba de ese desdoblamiento. Ahí el narrador se propone construir una novela “de sesenta capítulos de sesenta líneas a sesenta espacios” acerca de individuos que se creen la reencarnación del Mesías. La galería de desquiciados incluye al Frente Mágico para la Liberación –un grupo de magos setentistas cuyos integrantes se salvaron del terrorismo de estado gracias a sus “habilidades houdinistas” para la fuga–; hay un Cristo brasileño que fuma porro, un Cristo sartreano, una Crista de generosas tetas y un grupo guerrillero que se comunica a través de los torrents de Paul McCartney que circulan por la web. “Son todos hijos del planteo que se hace La última tentación de Cristo (Martín Scorsese, 1988)”, puntualiza el escritor.
Así dialogan Cristo (Willhem Dafoe) y Judas (Harvey Keitel) en aquel film que incomodó tanto a los usuarios de sotana:
(... música de ocasión)
Cristo: –Debo morir en la cruz.
Judas: –No te dejaré morir.
Cristo: –¿Recuerdas que me dijiste que si me desviaba de la revolución me matarías? ¿Lo recuerdas?
Stop.
–Llama la atención esto de coleccionar mesías, porque si uno revisa retrospectivamente su obra encuentra que uno de los temas recurrentes es la política. Política y mesianismo, al menos en Argentina, suelen ir de la mano.
–A lo mejor hay un vínculo. Los militantes de los setenta eran gente que peleó y creyó mucho. Pero el gran quilombo se arma porque creer y pensar son ejercicios distintos. Eso abre una grieta para el humor. Que vos creas en la revolución no quiere decir que la revolución vaya a venir. Supongo que por eso la crítica que les hago a varios de estos supuestos “iluminados” es dura y simultáneamente afectuosa.
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