CULTURA › ALICIA SERVETTO CRITICA EL “DOBLE DISCURSO” DE JUAN DOMINGO PERON EN LOS ’70
En su libro 73/76. El gobierno peronista contra las “provincias montoneras”, la historiadora cordobesa analiza las intervenciones en Santa Cruz, Mendoza, Córdoba, Formosa y Salta en ese período. “El error fue pensar en Perón como un revolucionario”, asegura.
› Por Silvina Friera
Una ráfaga de terror llega del pasado. Desde el lugar en el mundo donde nació, en Oncativo, un pueblo de la provincia de Córdoba. Su padre encendió la radio el 24 de marzo de 1976, miró a esa niña picada por la curiosidad que entonces tenía 10 años, y con un tono que pendulaba entre la queja y la resignación le dijo: “Otra vez los militares”. Después, se fue a trabajar. “Recuerdo la sensación de miedo; fue una época de mucho temor que quedó registrada en mi memoria”, cuenta la historiadora Alicia Servetto, autora de 73/76. El gobierno peronista contra las “provincias montoneras” (Siglo XXI), libro que explora de un modo exhaustivo el “proceso múltiple, complejo y contradictorio” de las intervenciones federales en las provincias de Formosa, Córdoba, Mendoza, Santa Cruz y Salta durante el tercer gobierno peronista. Como señala en la introducción, “más que un recurso constitucional para el ejercicio de control y autoridad por parte del gobierno central sobre los poderes provinciales”, las intervenciones fueron “una herramienta para frenar la movilización social y disciplinar a las fuerzas políticas con el objetivo de dirimir la contienda intraperonista y liquidar los bastiones de poder del peronismo revolucionario”.
El libro es la continuación de una investigación que Servetto había realizado sólo en Córdoba. Viajó a cada una de las provincias que fueron intervenidas en ese período. Sus dedos se llenaron de polvo mientras hurgaban en los archivos; entrevistó a muchos de los protagonistas de entonces, como al ex gobernador de Santa Cruz Jorge Cepernic. Cuando inició el trabajo de campo, la investigadora y docente de la Universidad Nacional de Córdoba creía que las tensiones nacionales se proyectaban en las provincias; “que los conflictos internos eran sólo una reproducción de lo que estaba pasando a nivel nacional”. Pero en el terreno irrumpieron otros actores y otras líneas que estaban en juego. En el caso de Formosa, lo que más le llamó la atención fue el peso de las ligas agrarias en la política provincial del ’73; de Mendoza le interesó el papel que jugó el Partido Demócrata, que fue clave en la destitución del gobernador Alberto Martínez Baca. “Una de las cuestiones más gratificantes de Santa Cruz fueron las entrevistas, que permitieron reflejar cómo Cepernic había ido construyendo su liderazgo –recuerda la historiadora–. Montoneros, que lo miraba con desconfianza, empezó a apoyarlo después de que fue elegido, cuando Cepernic comenzó a tener un discurso muy provocador.”
–¿Cómo analiza los discursos de Perón en el contexto de la complejidad y dialéctica de ese período?
–La violencia quedó asegurada por el Estado desde el 20 de junio de 1973 con la masacre de Ezeiza; ese primer episodio en el que hubo muertos y heridos nunca fue investigado. Y Perón no dijo nada. Cuando uno desanda un poquito los discursos de Perón, eran discursos de guerra; se estaba en guerra para combatir a los “infiltrados”, además de la recurrencia de asemejar la sociedad con un organismo, algo propio del discurso de las Fuerzas Armadas. La sociedad era un cuerpo y cada parte tenía una función, pero si alguna parte no funcionaba bien había que erradicarla. La rectora de ese cuerpo, la cabeza de esa sociedad, eran las Fuerzas Armadas. Esto es predominante en el discurso de Perón del ’73 al ’74, en los que tendía a comparar a los sectores más revolucionarios del peronismo con elementos patógenos o “focos infecciosos”.
–En Santa Cruz se dio una de las instancias más radicalizadas a través del proyecto de expropiación de la tierra. Cepernic padre le dijo a usted que Perón lo apoyaba. Cepernic hijo, secretario de Gobierno de su padre, le dijo que no. ¿Qué conclusión saca respecto de si Perón apoyó o no la expropiación?
–A Cepernic padre le costaba reconocer, creo que por una cuestión de pertenencia con la identidad peronista, que Perón no lo había apoyado; para él, el problema era (José) López Rega, no Perón. Pero el hijo dice otra cosa. Creo que efectivamente Perón no apoyó, como tampoco no apoyó las leyes de expropiación en Formosa. Por eso el título de este capítulo del libro es “La pretendida experiencia de un peronismo radicalizado”. Fue el gobierno más radicalizado de las cinco provincias que resultaron intervenidas. El proyecto de expropiación de tierras fue una de las medidas más revolucionarias que pretendieron hacerse desde las provincias. Pero Perón le bajó el pulgar.
La sonrisa de Servetto le cava surcos en sus mejillas. “Mi familia nunca fue peronista; mi papá trabajó toda su vida en la Federación Agraria, era cooperativista. Si tuviera que definirlo, era más bien gorila. Pero me casé con un peronista, lo que siempre me ha generado tensiones. Y para colmo acabo de publicar este libro en el que no lo dejo muy bien parado a Perón –admite con un suave cantito cordobés–. Lo cargo a mi marido, le digo: ‘¡Cómo podés seguir siendo peronista, mirá lo que hacía Perón!’ Entonces él me contesta que el peronismo es un sentimiento. Discutimos, pero no puedo hacerlo cambiar de idea.”
En la mayoría de los casos investigados en 73/76, los conflictos comenzaron cuando los actores en disputa se negaron a aceptar a los gobernantes electos, cuya legitimidad de origen impugnaban. La lógica binaria no era monopolio exclusivo del peronismo; estaba en las entrañas misma del modo en que se pensaba la política en los ’70, como advierte Servetto. “La disputa entre leales y traidores es una disputa en términos morales, digamos entre el bien y el mal. ¿Y quiénes eran los buenos? Para los Montoneros eran ellos; los otros eran los traidores, aquellos que alguna vez habían tenido cierta lealtad y luego se apartaron de los postulados. Para el sindicalismo burócrata, la izquierda peronista eran los traidores, los extraños que viciaron al peronismo.” La historiadora dice que cada uno trató de arrastrar a Perón hacia su propio costal. “Se podría plantear que había cierta ingenuidad en Montoneros al no haberse dado cuenta de que Perón se había definido políticamente. ¿Eran ingenuos? –se pregunta la historiadora–. Hay un trabajo de Silvia Sigal y Eliseo Verón en el que analizan las paradojas discursivas de Montoneros: si dejaban de ser peronistas perdían esa identidad de masa que habían conseguido y caían en ‘la trampa mortal’.”
–La pregunta también podría formularse en un sentido inverso: ¿Perón fue ingenuo al creer que podría encauzar a Montoneros?
–Perón alentó la formación de Montoneros desde el exilio; fue su carta de negociación para volver. Los alentó y le dio una entidad: eran las “formaciones especiales”, que tuvieron un lugar dentro de la conducción del movimiento. Cuando regresó, pretendió encauzarlos institucionalmente, cosa que no pudo hacer. Cuando Perón justificó la intervención a Córdoba, dijo que el gobierno “no supo colocarse a la altura de las circunstancias”. Perón tuvo un doble discurso. Sé que a los peronistas no va a gustarles esto que digo (risas). Ese doble discurso es muy evidente entre el ’73 y el ’74. Pero hay que decir que Perón dio señales. La principal señal fue que no investigó lo que sucedió en Ezeiza el 20 de junio de 1973; y después propuso volver a las 20 Verdades Peronistas, lo que significaba que no iba a haber ninguna revolución socialista. Creo que el error fue pensar que Perón era un revolucionario. Las señales discursivas de Perón fueron generando trampas en la propia JP, que había crecido gracias a su identidad peronista. O rompían con Perón o rompían con su propia identidad. Las dos cuestiones les generaban una contradicción. Además, la JP apoyó a los gobernadores pensando que iban a llevar adelante una revolución socialista, pero ninguno provenía del ala radicalizada del peronismo. Una de las preguntas que se hicieron los peronistas de izquierda fue por qué durante el Navarrazo no salió la gente a la calle a defenderlo a (Ricardo) Obregón Cano, por qué no hubo resistencia popular.
–¿Qué respuesta tiene ante este interrogante?
–El deterioro del gobierno de Obregón Cano en nueve meses fue aceleradísimo. La legitimidad que tuvo en marzo del ’73 no la tenía en marzo del ’74. Atravesado por todas las contradicciones internas del peronismo, no tenía el apoyo de la Iglesia, pero tampoco había por parte de la sociedad la necesidad de defender instituciones que no representaban nada. La democracia no era un objetivo a defender en ese momento. Obregón Cano ganó en segunda vuelta; en la primera obtuvo el 45 por ciento de los votos y el radicalismo, el 43. Los mismos radicales se preguntaban por qué la Córdoba del Cordobazo, del Viborazo, le dio el 43 por ciento de los votos a un candidato muy conservador como fue Víctor Martínez. En la segunda vuelta, el radicalismo sacó el 45 por ciento y el Frejuli llegó al 53 por ciento. El patriciado cordobés no toleró que el vicegobernador, Atilio López, fuera un obrero que provenía de la UTA. ¡Un chofer de colectivo vicegobernador de la provincia! Córdoba tiene esa doble cara: la combativa, pero también la reaccionaria.
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