Viernes, 24 de junio de 2011 | Hoy
CULTURA › OPINION
Por Pablo Melicchio *
No quiero arrancar con la frase “hoy hubiese cumplido...”, pero es el pretexto para hablar de la vida –hace muy poco hablábamos de su muerte–, del querido Ernesto Sabato. El túnel, dedicado por su puño y letra, lo mantiene vivo en mi desordenada biblioteca, como también la relectura donde continúo dialogando con él, como cuando nos encontramos en la librería La Ciudad, o intercambiamos correspondencia. Que luego de la muerte no se cumplan años es una verdad inobjetable. Pero estando vivo, ¿sí se cumplen? Yo prefiero no cumplir. Cumplir es hacer aquello a que se está obligado. ¿Y se está obligado a vivir? No. Como diría Cioran, somos un accidente, frutos del azar. Arrancamos en la vida por el deseo de los otros que nos quisieron tener. No elegimos nacer, pero sí podemos elegir cómo vivir. Vivir es elegir la vida, apropiársela y luego hacer de ella, o con ella, lo que deseamos.
Sabato vivió noventa y nueve años. Hoy no cumple cien. Y si cumplió con algo fue con su deseo de ser escritor, liberándose, entre otras cosas, de cumplir con la ciencia en la que parecía tener un futuro prometedor, claro que para los otros. El se jugó por la literatura, siendo referente de varias generaciones, voz consultada una y mil veces. Sí, con su partida se fue un diferente, el último escritor al que todos conocían y no sólo los intelectuales. Era un escritor mediático, pero no en el sentido de la basura televisiva de hoy, a Sabato se lo consultaba acerca de los grandes temas de la vida. Y esa posición lo diferenció. Sabato no llegó al centenario, eso también se esperaba de él, para entonces celebrar la despampanante cifra de tres dígitos y desde allí la vida y obra del escritor que ya no hacía más que estar resistiendo la ancianidad dentro de su casa en Santos Lugares. Sabato no cumplió, ésa fue su última ironía.
* Escritor. Psicólogo.
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