Mar 28.06.2011
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CULTURA › JUAN JOSé SAER, REVISITADO EN LAS JORNADAS “LO IMBORRABLE”

Una vuelta completa sobre la obra de un clásico

El gran narrador santafesino, que hoy cumpliría 74 años, será el eje de un encuentro de escritores y críticos que se desarrollará en la Biblioteca Nacional durante tres días. Habrá charlas, debates y proyecciones de películas, con entrada libre y gratuita.

› Por Silvina Friera

Un cumpleaños, un pretexto y una movida para celebrar un proyecto narrativo que no cesa de provocar nuevas lecturas. Un programa literario inagotable que, a seis años de la muerte del entrañable Juani, como lo llamaban los amigos y un puñado de perseverantes lectores y críticos en la intimidad del trato con sus personajes y escenas, despliega un espesor y un brillo más intenso. Volver a leerlo implica bucear en una zona familiar, que alimenta la extrañeza y el asombro, pero también la certeza de estar ante un clásico que no sólo resiste la “prueba” del tiempo. Las obras de Juan José Saer, que hoy cumpliría 74 años, tienen la virtud de mejorar con el paso del tiempo. Quizá sea un caso “anómalo”; un corpus literario expuesto durante más de cuatro décadas a contrapelo de las canonizaciones y el anquilosamiento consagratorio, que interviene desde una circulación cuyas marcas y cicatrices, reacias a todo cierre o clausura, aún se presentan de un modo inacabado en la “conversación infinita” de la literatura.

Si de conversaciones se trata, si en la médula de las ficciones saerianas se erige la potencia de la amistad, escritores y críticos invocarán una porción notable de este culto en “Lo imborrable”, las jornadas tituladas como la novela que publicó en 1992, organizadas por la Biblioteca Nacional (BN) y el Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe, que inaugurarán el director de la BN, Horacio González, y el escritor Carlos Bernatek.

En estas jornadas saerianas, reunión de amigos que se extenderá durante tres días y en la que seguramente muchos lamentarán la imposibilidad logística de recrear el infaltable fueguito del asado, participarán Martín Kohan, Beatriz Sarlo, Daniel Freidemberg, María Teresa Gramuglio, Paulo Ricci, Susana Cella, Martín Prieto, Florencia Abbate, Hernán Ronsino, Alberto Díaz, Aníbal Jarkowski, Jorge Monteleone, Isabel Plante y Alberto Giordano, entre otros. Todos se entregarán a la placentera excursión de emprender una vuelta completa por una obra inusual en la literatura argentina, desde los relatos fundacionales de En la zona (1960) –comienzo que delimita un lugar, prefigura al emblemático Tomatis y anuncia un programa dinámico, el Big Bang de un corpus en proyección– hasta su última novela, La grande, el guiño póstumo inconcluso por la muerte del escritor en París, el 11 de junio de 2005, que establece una serie de intercambios intensos con sus textos anteriores. El corpus saeriano, desde el principio, plantea una regla de funcionamiento ineludible. Lo que Saer escribió partía siempre de algo ya escrito, una historia empezada con un puñado de personajes que pronto conformarían lo que el escritor denominaba “el elenco estable”: Carlos Tomatis, Pichón Garay, Barco, Angel Leto, Washington y el Matemático, entre otros.

En el ciclo narrativo saeriano la política no es un mero decorado intrascendente. “Aunque no se trate de una literatura que elija poner en el primer plano de sus historias peripecias políticas, es indiscutible que la política modifica la subjetividad de sus personajes”, subraya Paulo Ricci, compilador de Zona de prólogos (Seix Barral), un conjunto de textos liminares que reflexionan sobre los libros del escritor. “La política es una presencia permanente que no cesa de alcanzar, con sus esquirlas no siempre benévolas, las vidas de los personajes que circulan entre los libros de Saer.” Hernán Ronsino coincide con la relevancia que reviste lo político. “Tal vez haya una línea de novelas en donde se evidencie con más claridad la relación con un contexto específico, pero lo político siempre aparece operando como trasfondo, como zumbido lejano. Y esa línea empieza con Responso y logra sus momentos más logrados en Cicatrices, Nadie Nada Nunca o Glosa –pondera el autor de Glaxo–. Pero, por otro lado, lo político en Saer atraviesa al sujeto. Lo constituye existencialmente. Y es trabajado de tal modo en la espesura de un lenguaje notable, que logra un efecto que nada tiene que ver, por ejemplo, con el efecto de ese realismo que intenta transmitir un mensaje político. Por eso con Responso comienza un proyecto narrativo que renovará profundamente la literatura argentina.”

Uno de los finales que más le gustan a Ronsino de las novelas de Saer es el de Las nubes. “En ese grupo de hombres que recorre la pampa y de pronto se ven cercados por el fuego, en esa pintura que Saer construye, me parece que se puede ver claramente de qué modo piensa al sujeto en el mundo. Pero también esa escena, el círculo de fuego que queda en la tierra, es un buen ejemplo de la marca imborrable que deja en el lector el monograma saeriano, es decir, la exploración perceptiva del mundo y su relación con lo político.”

¿Cómo leen las nuevas generaciones, entre las que se encuentra Ronsino, la “política saeriana”? “Me resulta difícil opinar sobre un estado de cosas que está en formación y además se muestra tan complejo, diverso, tan vivo. Lo que sí se pueden advertir son tendencias, maneras de procesar, de concebir o de trabajar lo político. Siempre, de todos modos, el elemento político se presenta como algo conflictivo en el plano narrativo. Cuando se lo niega o cuando se lo evidencia. O cuando se lo muestra sin estridencias, como en el caso de Saer. A todo narrador, creo, lo político siempre lo enfrenta con un conflicto. A mí me resulta muy interesante esa forma que elige Saer para trabajar lo político, esa manera de narrar lo político sin estridencias pero, a su vez, siendo algo que acecha al sujeto en la espesa selva del lenguaje.”

Como si la multiplicación de versiones o la equiparación de la memoria entre la experiencia empírica y lo mediado por un relato que destella en Glosa contaminaran el preludio de una relación, Alberto Díaz, el editor de Saer, cuenta a Página/12 las dos versiones. Los dos principios. Ambos suceden en 1985. Díaz trabajaba entonces en Alianza y un día vio a un señor en la librería Gandhi (en la esquina de Charcas y Riobamba), muy parecido al escritor que desde 1968 estaba radicado en Francia y ya tenía publicados once libros en diez editoriales distintas de Argentina, Venezuela, España y México. Su futuro editor lo había leído casi todo, excepto El arte de narrar. Podía equivocarse, pero no perdía nada con sacarse la duda. Y lo hizo. “¿Usted es Saer?”, le preguntó cuando lo vio salir de la librería. “Sí, soy yo”, le dijo, quizá con su voz socarrona y dulce. La versión de Juani, en cambio, eclipsa el cruce azaroso y postula que se conocieron a través de Ricardo Piglia. “Este desacuerdo, por supuesto, evoca inmediatamente al Pichón Garay que en Glosa, 18 años después, está seguro de recordar que el Matématico estuvo entre los asistentes al cumpleaños de Washington Noriega”, compara su editor.

Díaz publicó Glosa y El limonero real en Alianza. La suerte del gran escritor santafesino, nacido en Serodino en 1937, empezaba a cambiar. Atrás quedaba esa “modalidad errabunda” en la edición de sus obras; se iniciaba una etapa en la que perforaría los límites de una literatura de “culto”, más allá de los círculos universitarios o secretos. Hasta ese encuentro con quien sería su editor, el escritor no había establecido una relación estable con ninguna de las editoriales que lo habían publicado. Cuando Díaz se fue de Alianza y pasó a Seix Barral, continuó con su “política” saeriana. Pronto llegarían Cicatrices y La pesquisa (ambas en 1994); y de ahí en más toda la obra, doce novelas, cinco libros de cuentos, cuatro de ensayos y uno de poesía, un total de 310.000 ejemplares en 23 primeras ediciones y 59 reimpresiones. Díaz repasa las cifras por la importancia que tienen para “un autor que nunca escribió para el mercado”. “Lo central, en literatura –decía Saer–, es la praxis incierta del escritor que no se concede nada, ni concede nada tampoco a sus lectores: ni opiniones coincidentes, ni claridad expositiva, ni buena voluntad, ni pedagogía maquillada. No quiere seducir ni convencer. Escribe lo que se le canta.” En el origen de su programa, con cierta prepotencia juvenil, se arrogaba la convicción de que la suya era “una obra erguida hacia el futuro”. Y acá estamos, dirán sus lectores, paladeando una propuesta narrativa que sigue de pie, interpelando el porvenir.

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