CULTURA › OPINIóN
› Por Martín Kohan *
Los relatos de Juan José Saer señalan en la literatura argentina una manera siempre singular de relacionar literatura y política. Pero eso que puede decirse, por caso, de Cicatrices, o bien de Nadie nada nunca, adquiere en Glosa una potencia extraordinaria, y hasta podría pensarse que fundacional. La trajinada oposición entre una literatura atenta a lo político y otra que se resuelva apenas como literatura de formas y de lenguaje, es reductiva en cualquier empleo que se le dé; pero en Saer es más que eso: es simple equivocación. Y no porque se postule, como resultó igualmente de uso, que hay política en las formas o política en el lenguaje. En Glosa están la dictadura militar, la represión armada, el militante con su pastilla de cianuro, el desaparecido. Y también el lenguaje llevado a su grado tal vez más alto de perfección de la forma. Sin embargo, sería por lo menos empobrecedor, si es que no directamente torpe, decir de Glosa que es novela de la dictadura, novela de la represión, novela de la militancia, novela de desaparecidos; sólo que no lo sería menos, sin embargo, decir de ella que es novela de puro lenguaje o novela de la pura forma.
Saer apostó, sobre una tradición que podría provenir de Macedonio Fernández, a liberar la novela argentina del mandato de ceder al realismo, a la referencialidad documental, al testimonialismo vivencial o a las certezas ideológicas, para poder así decir lo político o narrar lo político. Glosa despliega las más sutiles vacilaciones sobre la entidad de lo real y la posibilidad de representarlo cabalmente, sobre la garantía presunta de las experiencias directas, sobre la firmeza aparente de lo que se da por seguro. Y compone con esas premisas, las más opuestas al paradigma dominante sobre literatura política, su propia relación con la política.
Se abren así nuevas posibilidades para la novela. Y al mismo tiempo se establece la exigencia implícita de leer de otra manera. Sin tener que leer “mensaje” ni “realidad” para poder leer política. Y declinando esa tan arraigada antinomia que tiende a desconfiar, en función de lo político, de la esmerada perfección formal que pueda perseguir un texto. Porque Saer ha revelado justamente eso: que la literatura puede decir lo político mucho mejor cuando se sabe lenguaje, mejor aun cuando se vale de la potencia del cuidado de la forma.
* Escritor.
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