CULTURA › LAS HUELLAS DE MICHEL HOUELLEBECQ EN MEXICO
Una película de reciente aparición da cuenta de los pasos del autor de Plataforma en tierra azteca. Invitado por el músico Alonso Arreola, el más ermitaño de los escritores dio un inolvidable recital poético en el marco del Festival Poesía en voz alta. Entretelones y anécdotas.
› Por Mónica Maristain
Desde DF
A pocos meses de irse de México, país que visitaba por primera vez, el gran escritor francés Michel Houellebecq, autor de libros fundamentales como Plataforma y La posibilidad de una isla, recibió el Goncourt. Una película de reciente aparición da cuenta de los pasos del famoso autor en tierra azteca. Invitado por el músico Alonso Arreola, nieto de Juan José Arreola, Houellebecq dio un inolvidable recital poético en el marco del Festival Poesía en voz alta y luego, contra todas las predicciones, aceptó la invitación de la Feria del Libro de Oaxaca.
Cuando el músico y escritor Alonso Arreola (Ciudad de México, 1974) llegó a la última página de La posibilidad de una isla, fue tan grande su conmoción que decidió escribirle un correo a su autor, Houellebecq (Francia, 1958). No tenía para ello más que las herramientas que brinda Internet a cualquier simple mortal. Desde la página oficial del escritor galo, Arreola le mandó un correo comentándole cuánto le había impresionado la lectura de su obra. Increíblemente, Michel, famoso por su misantropía, respondió. Eso fue a principios, más o menos, del 2009, y desde entonces comenzó entre ambos un intercambio de correos electrónicos, en uno de los cuales Houellebecq hizo referencia a que nunca había estado en México. La invitación de Alonso no se hizo esperar y ésta es más o menos la historia de un encuentro fantástico y también, por qué no, fantasmagórico, entre dos artistas de diferentes generaciones, diferentes lugares de origen y residencia, que derivó en dos recitales poéticos y en una flamante película en DVD, exquisito testimonio de un intercambio definitivo e inolvidable para los involucrados y para quienes tuvieron la fortuna de ser testigos privilegiados del hecho.
Alonso Arreola, que no es nada ajeno a la literatura, pues él mismo escribe, admite que le sirvió de mucho ser nieto del gran Juan José Arreola, uno de los escritores mexicanos más importantes del siglo XX, para enriquecer la atribulada comunicación con Houellebecq. Le mandó en francés el Bestiario, libro que Michel se leyó de pe a pa y que le hizo recordar mucho a la obra de su amigo Fernando Arrabal.
El desembarco del autor de Las partículas elementales sucedió en noviembre de 2009, luego de largas y complejas negociaciones llevadas a cabo por Alonso. No faltaron, claro, los apoyos estatales de organismos como el Canal 22, la señal nacional dedicada a la cultura y de La casa del Lago Juan José Arreola, institución perteneciente a la Universidad Autónoma de México, pero fundamentalmente, fue el joven músico mexicano quien sirvió de filtro y tuvo toda la paciencia de que es capaz un ser humano para que la empresa en la que se había metido llegara a buen término. La aventura de comunicarse vía e-mail con Houellebecq no fue nada comparada con la que se originó luego, de cuerpo presente, pero no nos adelantemos a los hechos.
Al principio, el francés estaba obsesionado con el tema de la seguridad y pidió media docena de guardaespaldas, sin olvidar aún las amenazas que le hizo un musulmán trasnochado por los textos de Plataforma, la polémica novela dedicada al turismo sexual que Houellebecq publicó en 2002. El autor, que había declarado aquello de que el Islam era “la religión más idiota”, fue llevado a juicio por sus declaraciones y luego absuelto de todo cargo, aunque no se siente todavía demasiado seguro en el mundo, por lo que mudó su residencia de París a Lanzarote y de esta isla española a la inaccesible isla de Bere (de apenas 200 habitantes), ubicada en el extremo sudoeste de Irlanda.
Además de la seguridad, quería dos pasajes en primera clase y que el trayecto hiciera preferentemente escala en los Estados Unidos, donde Michel ansiaba encontrarse con uno de sus más conspicuos admiradores: el rockero Iggy Pop, quien dedicó a La posibilidad de una isla su disco más bizarro, Préliminaires.
Las negociaciones fueron arduas y estuvieron a punto de fallar muchas veces. ¿Cómo explicarle a un autor tan europeo y lejano como Houellebecq, por ejemplo, que en un país tan inseguro como México lo menos recomendable es andar con muchos guardaespaldas por la calle, pues eso llamaría sin dudas la atención de los delincuentes? ¿Cómo hacerles entender a las anquilosadas instituciones burocráticas mexicanas que alguien con el nivel de paranoia que tiene el autor de El mundo como supermercado jamás mandaría una copia de su pasaporte para hacer cualquier trámite?
Poco a poco, merced a los buenos oficios diplomáticos de Alonso Arreola, los puntos distantes se fueron acercando y el arribo a México del niño terrible de las letras francesas se iba haciendo realidad.
Al final, llegó solo. No paró en los Estados Unidos, porque ya se había podido encontrar con Iggy Pop en Europa, tuvo un guardaespaldas y una camioneta cuatro por cuatro a su disposición, pudo fumar cada uno de sus 50 cigarrillos diarios en donde se le antojó, alojarse en un coqueto hotel cinco estrellas de la muy cheta zona de La Condesa y cerca de él siempre tuvo un vaso lleno de tequila o mezcal, las bebidas que ingirió durante su estada en México.
Alonso Arreola es considerado uno de los mejores bajistas mexicanos de todos los tiempos, por lo que se ha rodeado de reconocidas figuras del rock y el jazz nacional e internacional para editar cuatro discos como solista: Música Horizontal (2007), Música para ser niño (2009) Suspendido (2010) y Transfusiones de cruento (2011). Liderando sus propios proyectos o como miembro del grupo La Barranca (2001-2007), ha tocado en los principales festivales de México, ha tocado varias veces en los Estados Unidos, en Francia y en Japón.
Con Houellebecq, la relación fue de igual a igual y juntos idearon un espectáculo llamado Las partículas horizontales, cuya primera versión se llevó a cabo el 26 de noviembre de 2009, en La Casa del Lago Juan José Arreola, con un lleno de público. Una semana después, durante la Feria del Libro de Oaxaca, ambos artistas presentaron otra vez su recital. La amalgama de música y la excelsa poesía de Houellebecq dio como resultado un espectáculo exquisito y de alto contenido artístico que derivó en la película homónima que acaba de ver la luz en México. Por ahora el DVD no tiene distribución internacional y sólo se consigue, desde el extranjero, a través de la página oficial de Alonso Arreola (www.labalonso.com).
La aventura de posibilitar la llegada de Houellebecq a México fue ardua y, si bien tuvo un principio, conforme fueron pasando los días se convirtió en una verdadera odisea inacabada, fruto del profundo ostracismo en que vive sumergido al autor. Testimonio de ellos son sus conocidos y morosos silencios como carta de presentación. En esta entrevista, concedida especialmente a Página/12, Alonso Arreola cuenta los detalles.
–¿Houellebecq estaba tan preocupado por la seguridad?
–Sí, lo primero que me dijo, de manera muy decente y directa, fue que no quería que lo secuestraran en México porque nadie iba a querer pagar un rescate por él. Entonces empezamos a acordar los términos de su visita, originalmente iba a venir acompañado y después terminó viniendo solo. Cosa que le agradezco mucho, porque a mí no me conocía, si bien yo lo iba poniendo en conocimiento de cada paso que daba en relación con su llegada a México. No cobró nada, hay que decirlo, como también hay que decir que todos los trámites de logística de su arribo al Distrito Federal llevaron nueve meses de intercambios telefónicos y de correo electrónico.
–¿Y él quiso leer poesía?
–Sí. Lo que fue una buena idea, la verdad. En libros como El mundo como supermercado o en el que trae las discusiones con Bernard-Henri Lévy, Michel expresa una gran preocupación por su poesía, que es lo menos difundido de su obra. Acordamos que serían un total de trece textos, que él mismo seleccionó del libro Supervivencia. Cuando conseguí el libro, antes de que Michel me mandara los poemas elegidos, la introducción me tocó mucho. Y fue el único momento en que metí mi mano en los textos, al sugerirle que leyera la introducción. Me dijo que lo iba a pensar, que le costaba mucho, porque era muy doloroso. De hecho, tuvimos un solo ensayo de ocho horas, aproximadamente, y fue muy conmovedor escucharlo leer ese texto. Estaba realmente afectado por ese poema.
–¿Y qué más pasó en ese ensayo?
–Fue una experiencia muy interesante, porque allí pudimos constatar el enorme oído musical que tiene Michel Houellebecq, no sólo por ser poeta, sino también por poseer una gran conciencia del ritmo, de los cambios de acorde, de las modulaciones. Fue muy impresionante verlo expresar desde su timidez, desde su reserva, las ideas claras y directas en relación con lo que estábamos haciendo juntos. Aportaba mucho y constantemente buscaba más riesgos. Donde yo trataba de ser cauto, venía él para decirme que lo hiciéramos con más fuerza y eso me emocionaba porque precisamente era lo que buscábamos nosotros. Cuando digo nosotros hablo también de mi hermano Chema Arreola (baterista), que participó de todo.
–¿Cómo diría que fueron esos días junto a Houellebecq?
–Sin lugar a dudas diría que se trató del show más difícil que hice hasta ahora. No sólo por la cantidad de elementos que teníamos que considerar en el momento de la lectura: tornamesas, juguetes, el bajo, las percusiones acústicas y eléctricas de mi hermano, una estación de loops para grabar en vivo... lo que nos tenía muy nerviosos, sino también por el comportamiento que esperábamos de Michel. Durante nuestra correspondencia, si bien había sido afectuoso y muy amable, no dejaba de ser extremadamente parco. Y la idea que nos han dado los medios de su personalidad nos condicionaba bastante. Y parte de nuestra idea previa se comprobó...
–¿Cómo?
–Bueno, cuando entró a mi casa por primera vez comenzó a hurgar en todos los estantes, todos los rincones, como haciendo una especie de inspección. Eso nos dio mucha risa. También entendí que para él era importante que nos convirtiéramos si bien no en grandes amigos al menos en cómplices profundos en forma inmediata. Teníamos muy poco tiempo para lograr una verdadera conexión. Había ido a buscarlo al aeropuerto, donde lo encontré muy cansado, exhausto y profundamente preocupado. En el automóvil le pregunté si pasaba algo y me retrucó con otra pregunta. “¿Quieres saber la verdad?”, me dijo. Y ahí me contó que una persona que él quería mucho se estaba muriendo de una enfermedad muy grave. Me dio los detalles y ahí fue cuando todavía le agradecí más que hubiera cumplido nuestro acuerdo a rajatabla. En las circunstancias que estaba viviendo, siendo él quien es, podría haber cancelado todo a último momento y ya... pero no lo hizo.
–¿Cómo diría que es Houellebecq?
–Es un tipo que tiene una vida interna muy desfasada de lo que está sucediendo en el exterior. Es muy rudo, que de pronto está harto o enojado, pero por otras cosas que le están preocupando que no tienen nada que ver con lo que está pasando afuera, pero tú tienes que lidiar con eso. Al tercer día, luego de la primera presentación, tomamos la decisión, un poco como hacemos con los niños, de no hacerle caso cuando entraba en esos estados. Es un tipo que reacciona muy diferente de lo normal. Aquello que esperas que le guste, le disgusta. Aquello que crees que lo hará hablar, lo hace entrar en el mutis más profundo, cuando menos te esperas que hable se suelta con un largo discurso. Houellebecq es la persona que he visto más fuera de las convenciones en la comunicación regular.
–¿Se sintió agradecido por la experiencia?
–Mucho. La despedida en el aeropuerto fue muy emotiva. Nos dimos un largo abrazo y me lo quedé mirando cuando se iba. Le grité: “No fumes tanto”. Y él me contestó, muy serio: “¿Crees que fumo mucho?”. Y le dije que fumaba como a nadie había visto en mi vida. Entonces me dijo: “Lo tendré en cuenta, gracias por la experiencia”. En Oaxaca le regalé una calavera de barro para él y otra para su mujer. Luego me escribió diciendo que le parecía la cosa más extraña tener una calavera humana hecha en barro arriba de su escritorio, pero que le hacía pensar muchas cosas.
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