Sábado, 30 de julio de 2011 | Hoy
CULTURA › MUJERES DE PALABRA, UN GRUPO DE NARRACIóN ORAL
Sus integrantes vienen de distintos ámbitos –teatro, música, docencia– y confluyen en la idea de “ir a lo puro del cuento y decirlo en público”. Textos de Benedetti, Dolina, Mastretta, entre otros, animan estos encuentros, que se producen en distintos espacios porteños.
Por Cristian Vitale
Graciela, Aída, Graciela, Edith, Ana María y Ercilia no son profesionales de la letra universal. Son, más bien, seis doñas de la palabra, algunas con nietos, todas con hijos, que se juntan a leer cuentos entre ellas y también para los demás. Lo primero, íntimo, de entrecasa (aquelarres semanales, dicen), todos los miércoles en el lugar donde se conocieron: el Centro Cultural Rojas. Lo segundo, cada tercer jueves del mes en Notorious, y cada cuarto domingo (como mañana) en la Biblioteca Julio Cortázar (Lavalleja 924). “Lo que hacemos es ‘cocinar’ literatura, humor, ideas, fantasía, realidad y todo lo que encontramos a mano”, ensaya Ana María Fraga, algo así como la portavoz del conjunto, en un intento de introducir de qué va el combo narrador. El resto, englobado bajo el nombre de Mujeres de Palabra, asiente. Y rodea a Página/12 para agregar algunos porqué más. El primero es, dicen, que el cuento es “amor a primera vista”. El segundo que, aunque cada quien venga de un quehacer distinto (teatro, música, mimo, canto, títeres o docencia), todas confluyen en un centro común: la idea de la voz como el más poderoso de los instrumentos. “Si se unen el placer de leer y de decir, si no me guardo lo que leo y lo ofrezco, se produce algo mágico... en eso estamos todas”, agrega Aída Shvartz, otra de las hechiceras del clan lector.
Mujeres de Palabra va por su cuarta performance narrativa. Debutó con una sugerente puesta a media luz que llamaron Algo está por suceder. Después motorizaron Eva y todas las demás; Adán, y todos los demás, Adán y Eva y sus consecuencias (la del domingo es la fecha clausura) y para agosto tienen pensado abordar textos sobre mitología griega como eje narrativo. “La idea es salir de la contada... ir a lo puro del cuento y decirlo en público –se ríe Ercilia Bilancieri–. Empezamos eligiendo un eje temático y después cada una tiene la libertad de elegir el cuento. La búsqueda es individual, claro, pero una vez encontrado, el cuento debe ser aceptado por el grupo y Leonora, la coordinadora... es como un ensamble lúdico, algo que divierte.” “Sí, esto es central porque, para armar cada espectáculo, tenés que contar algo para que la gente no se vaya arrastrando, ¿no?, sino una cosa más bien armoniosa, a veces tierna, a veces dura, equilibrada”, sostiene Graciela Fabré.
¿Qué cuentan las mujeres de palabra, entonces? Todas hacen casi una apología de Julio Cortázar o de Abelardo Castillo, pero admiten que es difícil “pasarlos” a clima de recital. “Son autores alucinantes –se emociona Graciela–, pero a veces son muy duros para leer en público. ¿Cómo contás un cuento de ellos en el marco de una narración colectiva en la que tiene que haber un poco de humor, de relajación?”, dice y le reenvía la sensación a Fabré: “Yo soy una enamorada de Haroldo Conti, por ejemplo, pero a veces resulta difícil de contar, por eso la búsqueda es hermosa... uno lee, lee, lee y ve qué es lo que se puede llevar a la oralidad y lo que no”. Las hechiceras del aquelarre prefieren, a fines públicos, los cuentos de Isabel Allende, Mario Benedetti, Marco Denevi, Angeles Mastretta o Alejandro Dolina: “Son relatos que se pueden acomodar muy bien para poder contar, porque en esos cuentos algún personaje, sea principal o secundario, hombre o mujer, tiene que ver con algo de mi vida... algo que hice, que hago o que me parece correcto hacer. Entonces, a través de ese personaje, me engancho con el resto del cuento y eso se traslada a la gente que te escucha. En la narración hay como un ida y vuelta entre quien escucha y quien dice, mucho más que en el teatro”, resuelve Fabré.
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