CULTURA › FORO INTERNACIONAL POR EL FOMENTO DEL LIBRO Y LA LECTURA
Escritores, editores, académicos, bibliotecólogos, traductores, ilustradores, pedagogos y comunicadores participarán a partir de hoy de este tradicional encuentro chaqueño motorizado por Mempo Giardinelli. Habrá mesas, conferencias y mucho debate cultural.
› Por Silvina Friera
Todos los caminos conducen a Resistencia. Si algún escéptico aún duda de que en la capital chaqueña hay un encuentro cuyo combustible y materia prima es la promoción de la lectura, en la brevísima pausa que media entre dos parpadeos debería revisar el itinerario. “Leer abre los ojos.” Esta bandera, tan sencilla como vigorosa, levantó Mempo Giardinelli cuando regresó de su exilio mexicano y comenzó a predicar en un paisaje quebrantado y anestesiado por la última dictadura militar. El tema –entonces– no cotizaba en ninguna bolsa de valores culturales. Ni siquiera figuraba como nota al pie de las agendas educativas. El empeño sostenido, la convicción soberana de cosechar y sembrar y el sudor de un trabajo a pulmón no fueron en vano en la ruta hacia una nación lectora. Como todos los años, escritores, editores, académicos, bibliotecólogos, traductores, ilustradores, pedagogos y comunicadores se sumarán al cuchicheo de la imaginación y el murmullo de las ideas que elevarán la sensación térmica en las mesas, conferencias, tertulias y debates del 16º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, que Giardinelli inaugurará hoy a las 17 en el Domo del Centenario. Alonso Cueto (Perú), Eduardo Heras León (Cuba), Hugo Mujica, Samanta Schweblin, Cecilia Pisos, Claudia Masin, Hernán Brienza, Diego Golombek, Iris Rivera, Orlando Van Bredam, Judith Gociol y Claudia Piñeiro –a cargo del cierre– participarán de esta gran movida literaria del nordeste argentino, que se prolongará hasta el próximo sábado.
El encargado de abrir las discusiones en esta edición del foro, organizado por la Fundación Mempo Giardinelli –candidata al IBBY-Asahi Reading Promote Award 2011, el premio global más importante en la especialidad–, será José Castilho Marques Neto, director saliente del Plan Nacional de Lectura de Brasil, quien en su conferencia magistral de apertura brindará un panorama de los desafíos comunes que enfrentan los países de Latinoamérica para garantizar a sus ciudadanos el derecho a leer. Más de mil personas asistirán a los plenarios y talleres, en los que se explorará qué capital cultural deviene de la práctica de la lectura, aun cuando no nos propongamos leer para aprender. Y más de mil estudiantes entrevistarán en sus propias escuelas a los autores invitados. “Un país que no lee cercena su futuro. Personas y pueblos somos lo que hemos leído, pero también somos lo que nunca leímos”, dice el escritor chaqueño a Página/12.
–¿Qué cuestiones en torno del fomento del libro y la lectura se modificaron gracias a los foros?
–Yo empecé a trabajar en esto a mediados de los ’80, cuando hacerlo parecía un exotismo. De modo que visto ahora es evidente que cambiaron muchas cosas y para bien. La primera reacción positiva fue que otras ciudades quisieron organizar foros sobre el tema, incluida Buenos Aires, que creó un congreso en paralelo a la Feria del Libro. Nosotros, entretanto, hacia 1999 vimos que no alcanzaba con debatir y entonces creamos un voluntariado para trabajar en programas concretos con el objetivo de dar de leer. Así empezamos el Programa de Abuelas Cuentacuentos; después el de Pediatras Voluntarios; luego el de Amigos Lectores, y comenzamos a llevar autores a las escuelas, donde previamente estimulábamos a maestros y alumnos para que leyeran textos de quienes luego iban a visitarlos. La verdad es que la sociedad nos respondió muy bien y el foro creció velozmente, tanto en cantidad de asistentes como en calidad de ideas. Hoy podemos decir, con orgullo, que aquel ejemplo prendió y que la fundación contribuyó a crear conciencia sobre la importancia de la lectura, que hoy está incluida en todas las agendas culturales y educativas de nuestro país.
–¿Y también colaboraron en el debate de la nueva Ley Nacional de Educación?
–Sí. Cuando el anteproyecto empezó a circular y a debatirse en todo el país, nos dimos cuenta de que el verbo “leer” no existía en el texto. No había ninguna mención a la lectura. Entonces trabajamos muchísimo por la inclusión de la promoción de la lectura en la nueva ley. Logramos esa inclusión en el texto y propusimos a los ministerios de cada provincia que se recomendara la lectura compartida cotidiana en las escuelas, y en gran medida logramos influir para que se crearan planes y programas estatales que garanticen el derecho a leer. Hoy, en algunas provincias, se replican nuestras propuestas. Y en cierto modo, sí, podría decirse que todas esas ideas nacen de este foro anual.
–Aunque la difusión de la lectura está más extendida que a mediados de la década del ’90, ¿qué falta imaginar y hacer para llegar finalmente a ser un país que lee?
–Yo diría que estamos en un momento de transición: hay políticas nacionales, provinciales, municipales y de todo tipo de entidades. La verdad es que se trabaja mucho por la lectura y los acervos de las bibliotecas populares y escolares se van actualizando. Hay muchas propuestas para que se lea más, y existen normativas provinciales que disponen tiempos específicos para leer en la escuela. Y aunque ya se observan algunos primeros frutos, persisten algunas dificultades para acordar una política nacional al respecto, no homogeneizadora y que respete las diferencias regionales, pero que sí acuerde la adopción de líneas de acción comunes. A la Nación le es muy difícil acordar sus políticas con todas las provincias, y no sólo las referidas a la lectura. Y ésas son rémoras del desastre educativo que hizo el menemismo con su falso federalismo. Cuando siguiendo una de nuestras propuestas, el Ministerio de Educación de la Nación propuso que se leyera todos los días unos minutos en cada aula, sólo unas pocas provincias adoptaron la medida. En el Chaco eso sucede y se ven los resultados, que son notables.
–¿Hay mediciones confiables sobre los índices de lectura?
–No, todavía no tenemos mediciones regulares sobre lectura. Hace años que nuestra fundación propone que se haga una encuesta nacional de lectura regular, cada año, para ver cómo evolucionamos. La última es de 2001. Tengo entendido que ahora se trabaja para implementar una próxima encuesta, pero no debería ser una investigación aislada. Todo país necesita saber cuánto leen sus habitantes, porque un país que no lee cercena su futuro. Personas y pueblos somos lo que hemos leído, pero también somos lo que nunca leímos.
–En una entrevista en 2005, también por el foro, dijo que el problema de la lectura no es de los chicos, sino de los adultos que no leen. ¿Sigue siendo así o tal vez ahora los adultos, los maestros, leen más y comparten con sus hijos y alumnos?
–Para saberlo con exactitud es que necesitaríamos de esas encuestas e investigaciones sistemáticas. Pero mientras tanto mi respuesta sigue siendo la misma y es ridículamente sencilla: si ya somos un país convencido de la importancia de la lectura, ahora lo que falta es que todos y todas se pongan a leer, no sólo los chicos. Y sobre todo, no encajándoles a ellos la responsabilidad. Son los maestros, los bibliotecarios y los papás y mamás los que deben leer. Y también los funcionarios, los dirigentes, los empresarios. El drama de este país es que los adultos no leen. Incluso es evidente que muchos profesionales, de diferentes disciplinas y actividades, dejaron de leer. Y se les nota. De donde es obvio que los chicos no tienen ninguna culpa ni responsabilidad si no leen. Son los grandes los que dan el ejemplo, y si el ejemplo en muchos hogares es hacer zapping como idiotas o detenerse en Tinelli, los maestros no pueden revertirlo. Y menos cuando los maestros también están cautivos de la telebasura. Por lo tanto, es el Estado el que debe garantizar el derecho a leer, y no sólo con políticas educativas, sino también con la asistencia de recursos como la ley de medios, por ejemplo.
–¿Pero entonces qué es lo que ha cambiado favorablemente?
–La conciencia que hoy tiene nuestra sociedad, en primer lugar. De haber sido una nación lectora hace medio siglo, pasamos al terror, la censura y la persecución. El paradigma de ascenso social que eran el libro y la lectura fue destruido, y se lo sustituyó por el paradigma de facilismo, especulación e individualismo que todavía está vigente en algunos sectores. La reconstrucción en democracia está en marcha y sus resultados son notables, pero es una tarea muy lenta. Hoy sabemos que las próximas generaciones de maestros y bibliotecarios estarán mejor formados, gracias a los nuevos paradigmas de lectura, a los recursos y tecnologías que se están asignando al sector, a la existencia de nuevos acervos en las escuelas y sobre todo a la inclusión del fomento de la lectura en la carrera docente. Sin duda, ése es el camino, y vamos bien. Y hoy se lee mucho más que hace diez o veinte años, aunque no tengamos las mediciones que reclamamos para certificarlo.
–Dentro de la cadena que va del libro al lector, ¿qué rol cumplen hoy las bibliotecas y los bibliotecarios? Como intermediarios, ¿afinaron la puntería y las estrategias para arrimar el libro a cientos de chicos?
–Muchos lo hicieron; otros no tanto. Todavía hay bibliotecas escolares que ponen a la cuota de cooperadora, que debe ser voluntaria y no obligatoria, como excusa para que los libros no circulen. Todavía hay kioscos de golosinas dentro de las bibliotecas, lo que es una costumbre nefasta que hace que en el recreo los chicos vayan a la biblioteca a comprar alfajores y no a elegir qué leer. Hay todavía funcionarios que no sacan de las cajas los libros que el Estado les envía. Y hay quienes no los entregan cuando en realidad esos libros son para que los chicos se los lleven a sus casas. Hay de todo y también en estas materias estamos bien encaminados, pero falta muchísimo. Por eso sostengo que la caída en los índices de lectura que provocaron la dictadura y el menemato no se revertirá en poco tiempo. Aunque a la vez es evidente que lo estamos revirtiendo, ¿se entiende? Lo importante es que somos muchos, muchísimos los que trabajamos para esto. También son miles los bibliotecarios y maestros que aman la lectura y dan el buen ejemplo.
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