* Alonso Cueto (escritor, Perú): “Creo que la primera vez que descubrí el poder de la literatura fue cuando leí los poemas de César Vallejo, a los catorce años. Mi padre acababa de morir por entonces. La lectura de Vallejo me enseñó para siempre que un gran escritor puede encontrar las palabras para expresar algunas experiencias esenciales, en las que los lectores podamos reconocernos, a pesar de las diferencias de tiempo o de espacio. Las palabras que permanecen en nuestra memoria son la mejor defensa contra la muerte”.

* Cecilia Pisos (escritora): “Como a mí en este Foro me toca un poco hacer de caballera andante de la poesía, voy a contar el momento en que me sentí tocada por un poema y ahí quedé enamorada de por vida de las posibilidades de crear mundo que la literatura nos da. Fue en segundo grado, casi fin de clases, calorcito de noviembre; mi señorita Olga nos hizo copiar y leer ‘El dulce milagro’, de Juana de Ibarbourou, en el que la voz del poema proclamaba que el amor le había hecho crecer rosas en las manos. En ese momento, me di cuenta de que todo podía hacerse con las palabras, de su poder poético, del verbo griego poiéo, hacer, crear”.

* Samanta Schweblin (escritora): “Recuerdo la lectura de La espuma de los días, de Boris Vian, a mis doce, trece años. La contratapa decía que el autor también escribía con otros nombres. ¿Podía hacerse eso? Que escribía novelas tituladas Escupiré sobre vuestras tumbas o Que se mueran los feos. ¿Podían ponerse semejantes títulos? Que era novelista, pero también guionista, poeta, dramaturgo, trompetista, compositor, traductor e ingeniero. ¿Podía alguien ser tantas cosas a la vez? Leerlo fue un baldazo de agua fresca, fue sumergirme por primera vez en el surrealismo de un mundo hiperrealista: porque era insólito y onírico, pero era también lo más cercano que había leído a mi propio mundo. La entrada definitiva a una literatura que ya nunca podría dejar de leer”.