Lunes, 17 de octubre de 2011 | Hoy
CULTURA › CARLOS ALTAMIRANO Y UNA NUEVA VERSIóN DE PERONISMO Y CULTURA DE IZQUIERDA
La versión original fue publicada en 2001: con las transformaciones vividas en la última década, resultó lógico que Altamirano volviera a poner en circulación un libro de alto valor académico, reforzado por el análisis de la historia más fresca.
Por Cristian Vitale
La historia pegó otro giro y Carlos Altamirano, que al momento de publicar Peronismo y cultura de izquierda (2001) veía un ciclo ideológico terminado, tuvo que recular. Nobleza obliga. El historiador, investigador del Conicet y profesor emérito de la Universidad de Quilmes se deshizo del epílogo de la primera edición, que determinaba el fin de la identificación del peronismo con la esperanza de una revolución social –o algo así– en Argentina (“¿Quién podría insertar todavía en las líneas de un discurso militante que el peronismo es el hecho maldito del país burgués?”, se preguntó aquella vez) y rearmó esa conflictiva aunque motivadora mixtura ideológica a la luz del kirchnerismo. Hoy, el autor ve al interés de cierta parte de la población por la política como un “reencantamiento ideológico”, y ya no piensa a la izquierda peronista –o algo así– como una “existencia residual”. “Me pregunto si en el núcleo del kirchnerismo, en Néstor y Cristina, no está la idea de que lo que se prolonga o se reanuda son las esperanzas de los jóvenes”, resume Altamirano, sobre el motor resignificador de la segunda edición del libro que permaneció largamente agotado, por su utilidad para la bibliografía universitaria de la última década.
La nueva edición (a cargo de Siglo XXI), además de la corrección de mirada, incluye dos nuevos artículos: uno dedicado a desandar aspectos de la vida ideológica de Juan Carlos Portantiero (“Trayecto de un gramsciano argentino”) y otro que ya había incluido en La batalla de las ideas de Beatriz Sarlo (“¿Qué hacer con las masas?”). El resto está intacto. Peronismo y cultura de izquierda recorre las diversas disputas por la interpretación del hecho peronista: la postura adoptada por el marxismo tradicional durante las dos primeras presidencias de Perón, la lucha por la definición de una actitud intelectual legítima respecto del peronismo y de la Revolución Libertadora, el rol de la pequeña burguesía, la denodada búsqueda de un “peronismo verdadero”, el Cordobazo y los montoneros. Claves, al cabo, para pensar un nudo de la historia política argentina que aún engendra “fervores encontrados”. “Me pareció bien poner al alcance de los más jóvenes las cosas discutidas, analizadas y pensadas en esta temática, dado el nuevo clima ideológico que ocurre en el país y que le es afín”, asevera Altamirano a Página/12.
–La temática tiene una demanda actualizada. Hace diez años, cuando el libro se editó, la relación peronismo-izquierda era casi una entelequia. La dictadura y el menemismo habían hecho mucho por desarticular ese “ciclo ideológico”.
–Podía ser contemplado como algo pasado, sí, y estaba en sintonía con el carácter de historia intelectual que tenían estos trabajos. Pero desde 2003 algunos elementos de los setenta han recobrado una nueva vida. Digamos que hay una continuidad entre la primera mitad de los setenta y hoy, y elementos nuevos que, a la vez, marcan una discontinuidad. Por un lado, las referencias a los ideales de aquella juventud y por otro, en términos de ruptura, la referencia a esos ideales y a la entrega en la que los jóvenes comprometieron sus vidas como desconectada de la idea de revolución y de partido armado, que fueron elementos constitutivos del radicalismo político de los setenta.
–Una resignificación parcial, dicho en otros términos.
–Volcada a una política de reformas. Hubiese sido escandaloso hablar de reformas en 1973, y hoy es el modo en que no sólo el kirchnerismo sino también una parte de la izquierda piensan en el sentido de cómo pueden venir los cambios en el poder: la distribución de la riqueza, la cultura, en fin... hubo un ajuste con el clima de este tiempo. Hay un juego entre continuidad o reanudación de aquello que quedó truncado en 1973 y lo que hay de novedad respecto de aquel momento.
–Esta idea de reforma que caracteriza el modelo kirchnerista, contrapuesta al radicalismo político de los setenta, ¿no se parece más al primer peronismo que al camporismo?
–Para mí no. El primer peronismo traía como elemento revulsivo la incorporación, como actor político y económico, del movimiento obrero organizado. No hay ningún actor comparable hoy, porque ya el radicalismo ideológico de los sesenta y los setenta tenía esto como presupuesto: el gran actor era el pueblo trabajador. Entonces, aquella era una política de reformas que tenía este elemento revulsivo como elemento característico que implicó una revolución social, porque cambió los patrones de deferencia y respetabilidad con que hasta entonces había funcionado Argentina. Un elemento plebeyo que se incorporó a la cosa pública y que no pudo ser suprimido. Si uno compara ese ciclo con éste, no encontraría parecido.
–¿No está de acuerdo entonces con la “elipsis ideológica”?
–No, porque lo novedoso es que globalmente la oposición antiperonista entre el ’46 y el ’55 tuvo su base de masas en las clases medias urbanas universitarias, y eso cambió con el kirchnerismo. Este sector ha sido incorporado a la órbita de sus simpatizantes. Yo sostengo la comparación porque el camporismo fue, antes que un hecho para el movimiento obrero peronista, un hecho para las clases medias radicalizadas que se habían unido al peronismo. Desde ese punto de vista, es un sector de las clases medias el que es atraído, no con la promesa de revolución sino de reformas sociales, económicas y políticas. Acá se cuentan los elementos en común. Para un sector de quienes hicieron las primeras experiencias de los setenta, en los meses de Cámpora, el peronismo auténtico ya no estaba encarnado en el de Perón sino en el peronismo de los jóvenes. Ellos eran los portadores del mensaje peronista de aquello que tenía de emancipador.
–Ubicado en las décadas del sesenta y setenta usted marca como uno de los ejes militantes la idea milenarista que nutre y funde a los movimientos radicalizados de izquierda con los sectores revolucionarios de la Iglesia, afines al peronismo, bajo el mandato de “bueno, hay una culpa, una deuda con el pueblo y por eso hay que actuar”. ¿Es un argumento nodal?
–Es un eje pero no el que me movió centralmente. Siendo yo alguien de la cultura de izquierda, la idea central fue revisar la trayectoria que había llevado a segmentos cada vez más numerosos de la sociedad a la pregunta de qué es el peronismo, perseguidos por la convicción de que descifrar este hecho era la clave para la comunicación entre la clase obrera y los grupos políticos de izquierda... siguiendo esta pregunta, pude descubrir una mutación en la cultura de izquierda. Si uno hubiera hecho un corte sincrónico en 1955, tomando el conjunto del espacio de izquierda, veríamos un apego a la tradición democrático-liberal. Y si uno hubiera hecho otro corte sincrónico en 1970 hubiera visto de qué manera esta gravitación había, si no desaparecido, al menos reducido hasta la insignificancia. Entonces, entre una cierta concepción de la izquierda como ala avanzada del frente liberal democrático hasta la avanzada de movimiento nacional, media una mutación en la cultura política de izquierda, en el modo de percibir no solo el pasado sino en el modo de concebir la historia nacional, que ya no era la que había caracterizado la visión del pasado por parte de la izquierda tradicional.
–¿Esa mutación, en su visión, tuvo que ver con condiciones materiales de existencia, las ideologías, con las prédicas tempranas de Abelardo Ramos o Puiggrós o con otras razones?
–No todo lo que ocurre en la cultura de izquierda argentina tiene que ver exclusivamente con lo que ocurre acá. Hay un tercer mundo que se incorpora como nuevo actor en la escena internacional, y algunas revoluciones anticolonialistas tuvieron mucho impacto en la opinión pública.
–Argelia. El FLN, Sartre, Fanon y la identificación de Montoneros con esa historia de liberación nacional...
–Claro. La descolonización, los no alineados, la tercera vía y Cuba, que empieza a gravitar en 1960. El triunfo de esa revolución y su radicalización implica el lazo entre la cuestión social y la cuestión nacional, entre antiimperialismo y revolución socialista. La clase que podía seguir ese camino era peronista y la pregunta era ¿cómo aliarse a ese sector si se mantenía el relato que la izquierda había hecho sobre el período peronista?... había que romperlo y acá sí entran las ideas de Abelardo Ramos y Puiggrós, lecturas que tenían razones domésticas para alimentarse, encontraron también en el contexto mundial otras razones convergentes. ¿Por qué se produce esta mutación?, por un conjunto de razones, cada una con su propia matriz, pero con un fin: había que entender al peronismo y para entender al peronismo había que entender la cuestión nacional, y si se quería entender la cuestión nacional había que entender Argentina como un país semicolonial. Y si era así, eso ponía en crisis la continuidad de la visión histórica del liberalismo político. Se abría así una revisión en cadena.
–¿Qué agrega a este cuadro el ensayo sobre Portantiero?
–Traté de seguir un trayecto individual asociado a diferentes contextos, porque su pensamiento no se cristaliza solitariamente. Pero el desafío central para mí fue: ¿se puede hablar de alguien que ha sido tan próximo con un recurso que no sea ni hagiográfico ni para hacer un recuento de sus errores? Traté de entender a Portantiero y creí que su trayectoria iluminaba otras trayectorias. Si lo logré o no, no sé... no soy quién para decirlo.
* Altamirano presentará el libro pasado mañana a las 19, en la Biblioteca Nacional, junto a Mario Wainfeld, Alejandro Grimson y Hernán Camarero.
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