CULTURA › OPINION
› Por Daniel Mordzinski *
Los festivales literarios marcaron una nueva manera de gestionar la cultura literaria contemporánea y significaron un cambio profundo en la interpretación del hecho literario en la sociedad. Cada festival, con su dinámica de inter-relación entre autores y público, genera unos espacios de convivencia, de diálogo y de intercambio de experiencias. Los encuentros literarios arrancan con fuerza a finales de los años ’80, los pioneros fueron la Semana Negra de Gijón, Etonnants Vogayeurs en St. Malo y el Hay Festival de Hay-on-Wye, una prueba del milagro donde la literatura es capaz de mover a más de 200.000 personas hasta una de las aldeas más remotas de Gales. Gracias a estos precursores existen hoy grandes encuentros como Vivamérica en Madrid, Literastur en Gijón, Correntes d’escritas en Póvoa de Varzim, LEV en Mato-
sinhos, el Festival de la Palabra en San Juan de Puerto Rico, el Flip en Brasil y, por supuesto, los Hay Festival en Segovia, Xalapa, Cartagena de Indias, Kerala, etcétera. Me gustaría subrayar la importancia de Filba, que en tan solo tres ediciones ha conseguido un lugar importante en el mapa de las carreteras literarias del mundo. Como fotógrafo los festivales me dieron, en primer lugar, la posibilidad de retratar y conocer nuevos escritores que necesito para comprender la dimensión real de ese gran atlas de la vida que es la literatura. Después, la alegría de encontrarme con amigos que quiero y admiro y por fin la oportunidad de preguntarme, lejos de mi epicentro de trabajo y de vida que es París, qué rumbo lleva mi proyecto creativo.
El 31 de mayo 2011 escribí en el diario El País mi testimonio sobre la reconciliación de dos titanes literarios. El británico V. S. Naipaul, premiado en 2001 con el Nobel por su fabulosa obra narrativa sobre el mundo colonial, entró en la salita de invitados del Hay de Gales. Tal vez no imaginaba que se iba a encontrar con Paul Theroux, el gran novelista norteamericano que ha elevado la literatura de viajes a la más alta categoría de la cultura. Viejos amigos desde que se conocieron en 1966 en Uganda y autores de un copioso epistolario sobre el mundo colonial, Naipaul y Theroux también son famosos porque se juraron “odio eterno” en 1996, cuando Theroux descubrió que Naipul había vendido por 1500 dólares un libro suyo que le había dedicado y regalado. Desde entonces sólo habían intercambiado difamaciones e insultos. Theroux incluso firmó una biografía demoledora, La sombra de Naipaul, retrato feroz del Premio Nobel nacido en 1932 en Trinidad. Todo sucedió muy rápido. Naipaul irrumpió en el lugar y se hizo un silencio singular, hecho de rumores y sombras de disputas. Había hielo y fuego en el aire. Para romperlo sugerí: “¿Y qué tal una fotografía juntos?” Se miraron lentamente, se dijeron mutuamente: “Te he echado de menos” y empezaron a levantar la mano derecha hasta apretarla al tiempo que sonreían.
Mi historia en los Hay comenzó en 2007 con la invitación de Cristina Fuentes La Roche a participar en “Bogotá 39”. Juan Gabriel Vásquez me recibió con un texto en El Espectador que tituló “39 + 1”. Mas allá de la anécdota numérica, fue un símbolo del momento mágico e inolvidable que viviría; en “Bogotá 39” quedó claro que lo que llamamos movimiento o grupo a veces tiene sentido y se puede ejercer de forma creativa, original y atractiva. Ese fue el comienzo y desde entonces participo en todos las ediciones en español del mejor festival literario del mundo.
* Fotógrafo.
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