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Lunes, 20 de febrero de 2012

CULTURA › GUILLERMO PELLEGRINO Y SU BIOGRAFíA DEL CANTAUTOR ORIENTAL

“Cada uruguayo tiene ‘su’ Zitarrosa”

El periodista y escritor reeditó, con modificaciones y a través de los Cuadernos de la revista Sudestada, su ya clásico Cantares del alma. “A él le hubiese desagradado un texto que lo pusiera en un bronce”, señala el biógrafo.

 Por Cristian Vitale

“Cada uruguayo tiene armado su propio Zitarrosa en la cabeza”, lanza Guillermo Pellegrino, uruguayo, escritor, periodista free lance, y la deja picando. Imposible meterse en la cabeza de cada celeste, claro, pero la sentencia da un modelo para armar sobre el cantor de los cantores orientales. Para él, que acaba de reeditar una interesante biografía para los Cuadernos de la revista Sudestada, es la voz. Es un referente de la canción, del decir y el hacer, y es un uruguayo que amó como pocos su tierra. “Para muchos uruguayos, Zitarrosa encarna rasgos que quieren creer de sí mismos”, va a más y resuelve el hombre. Así la cosa, sería de buen tino leer su libro (una especie de síntesis renovada y remozada de Cantares del alma) como un mapa de la idiosincrasia celeste pasada por el tamiz del creador de “Adagio en mi país”.

–¿Cuál sería “su” Zitarrosa, entonces?

–(Risas.) Bueno, me reflejaría en su sensibilidad, en su sentido social, en su autocrítica (en la sana, no en la autodestructiva), en su paciencia para conseguir objetivos, en su profesionalismo en cuanto a la creación y en el sitial que ponía a los trabajadores de la cultura, entre otros.

–¿Cuáles otros? ¿Se viste de negro, fue anarquista y después comunista? ¿Es atormentado?

–(Más risas.) No. No me visto ni me he vestido de negro. No fui anarquista ni comunista. Soy de izquierda, pero independiente. Y creo no ser atormentado.

Pellegrino nació en Montevideo hace 43 años y la reedición del libro cierra una elipsis perfecta con su primera producción: Cantares del alma, editada en 1999. Se trata de dos textos con la misma impronta (con el foco puesto en vida y obra de Zitarrosa), pero con giros y modificaciones impulsadas por una necesidad editorial de economizar texto. El autor optó por acentuar la atormentada infancia del poeta (sus confusos orígenes familiares) y agregar anécdotas de Zitarrosa que desconocía a fines de los ’90 en desmedro de detalles accesorios que contemplaba la primera edición. “Primero me focalicé en elaborar un texto medular, más directo. Tuve que identificar los párrafos ‘accesorios’ y modificar la organización original de los capítulos.

Después me centré en fortalecer determinados contextos culturales, sociales y políticos, de los que entendí que adoleció el texto original, para luego insertar algunas vivencias de Alfredo que me parecieron interesantes, y que conocí después de la publicación de Cantares... Claro que estas tareas me supusieron tiempo y mucho cuidado, porque por ejemplo una idea o concepto que se suprime puede tener significación antes o después, y si esto se lleva a cabo sin tener en cuenta el hilo total de la narración, puede llevar a distorsionar o a crear vacíos imperdonables”, explica Pellegrino, también hacedor de Las cuerdas vivas de América (2002), Jébele, el cálido blues de los mediodías (2009), Rubén Lena, maestro de la canción (2009) y Dicen los cantores (2010).

–¿Por qué Zitarrosa?

–Ocurrió en Argentina. Con mi amigo Gustavo Stok estábamos haciendo tareas de alfabetización en Ciudad Oculta y ahí empezó mi historia con Zitarrosa. Viéndome a la distancia, creo que en esa época inconscientemente yo andaba en la búsqueda de algo movilizador. Y tuve como una llamada: en el departamento donde vivía, en Palermo, escuchaba casi a diario su inconfundible voz que provenía de un departamento vecino. Y una tarde, aprontándome para ir a Ciudad Oculta, se coló por la ventana “El violín de Becho”. Salí cantando la canción, y seguí tarareándola para mis adentros mientras viajaba en el 141. Ya en la villa, un rato después, y mientras estábamos trabajando en el galponcito, a unos 400 metros de la intersección de Eva Perón y Murguiondo, escuché “El violín de Becho” y después otras canciones provenientes de un precario pasacasete de alguna de las casillas vecinas. Me impactó. Si bien sabía que el mensaje de Zitarrosa llegaba con la misma fuerza a todos los estratos sociales, lo estaba viviendo, como nunca, en carne propia. Al día siguiente, entonces, arranqué con las primeras tareas de investigación, que al principio no tuvieron más pretensiones que alimentar mi propia curiosidad.

Pellegrino no vio tocar a su biografiado ni lo conoció en persona, pero sí a través de los más de cien entrevistados que aportaron sus vivencias: Serrat, por caso, se recuerda junto a Zitarrosa en una noche de calor en Montevideo bebiendo y discutiendo de política hasta altas horas de la madrugada; Silvio Rodríguez lo evoca llorando en el duro exilio madrileño (“Me cuesta hablar de eso porque lo único que recuerdo de él son llantos”) y Sabina traza un lúdico recuerdo, en un concierto compartido en la UGT de Madrid, ante 200 trabajadores.

“Cuando terminé lo anunciaron y apareció un tipo de traje, pelo engominado, con cara de representante de pompa fúnebre (...) Traía un tocadiscos bastante primitivo. Colocó la púa y empezó a sonar ‘Guitarra Negra’ sin voz. El empezó a recitar esos versos (...) y al tercero quedé petrificado. ‘¿De dónde salió este marciano?’, pensé, y desde entonces lo amo”, recuerda Sabina.

–¿Cómo evitar caer en una apología cuando se escribe sobre alguien que se admira, como en este caso?

–Cuando se hace un trabajo de este tipo parece difícil no partir de la admiración, pero ésta no debe cegarte. En mi caso, me gusta mucho la obra y varios de sus procederes, pero no creo ser un devoto con anteojeras. De hecho, en varios pasajes se puede percibir que no es un panegírico, ya que en algunos momentos salen a relucir sus miserias, que las tuvo como todo ser humano, aunque la investigación resalta que éstas fueron superadas claramente por sus virtudes. Me parece que a él le hubiese desagradado un texto que lo pusiera en un bronce.

–“No hay dolor más atroz que ser feliz”, parece ser la frase que guía el libro.

–Sí. Y es fuerte, muy fuerte. Puede sonar hasta contradictoria, si se quiere. Al Zitarrosa artista no se lo puede ver descontextualizado de su pensamiento, sus convicciones, sus sentimientos, porque son los que estructuran su personalidad. El vivió preocupado por la injusticia social, por los padecimientos de los menos favorecidos, por la pobreza, que tanta tristeza le daban, como lo dice en el “Adagio en mi país”. Entonces, ante tantas personas que sufren, parecía como que ser feliz le era obsceno y que le dolía.

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El autor de “El violín de Becho”, uno de los grandes músicos populares de todos los tiempos.
 
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