CULTURA › MARTíN GRAZIANO, AUTOR DE CANCIONISTAS DEL RíO DE LA PLATA
En su libro, Graziano entrevista a Gabo Ferro, Lisandro Aristimuño, Ana Prada y Martín Buscaglia, entre otros. Y dice que el cancionismo “es el resultado de que autores que tenían en el rock a su cordón umbilical volvieran a barajar las tradiciones anteriores”.
› Por Luis Paz
“Escribo para gente que todavía no nació.” Lo dice Gabo Ferro en la última respuesta que da en el capítulo que el periodista Martín Graziano le dedica en su libro Cancionistas del Río de la Plata. Escribir para los que aún no nacieron es, además de una certeza conmocionante, una idea cercana a la que, en general, Graziano desarrolla en su obra. El cancionismo es una tradición. Claro que sí. Pero nuevas generaciones de autores, con sus propias semánticas, le están dando otras formas a una música que no por tener un anclaje deja de tener novedad en sus bases. Una música popular para este pueblo, el de aquí y el de ahora. Ni chacarera, ni baguala, ni tango, ni rock: “Es otra música, el resultado de que autores que tenían en el rock a su cordón umbilical volvieran a barajar las tradiciones anteriores; los folklores rurales, la canción urbana bohemia, el tango, el jazz y la música contemporánea”, traza Graziano.
El valioso intento que realiza en este libro es documental: al ensayo que firma, en el que desarrolla conceptos necesarios para introducirse a estas poéticas y estas músicas nuevas (no del todo flamantes, pero sí recientes), lo siguen entrevistas con algunos de los más destacados cancionistas contemporáneos del Río de la Plata. Gabo Ferro, Lisandro Aristimuño, Pablo Grinjot, Alvy Singer y Lucio Mantel, Nacho Rodríguez, Julieta Rimoldi y los uruguayos Ana Prada y Martín Buscaglia, por caso. E incluye un catálogo de un centenar de discos. “Como es un trabajo de campo, tenía que tener el tono de un registro documental”, justifica el autor. “Un antecedente en el formato es Cómo vino la mano, de Miguel Grinberg: un ensayo seguido de perfiles o entrevistas indirectas. Quizá dentro de treinta años se pueda hacer un ensayo mucho más amplio sobre estos artistas y su época, pero ahora había que dejar un registro de las voces de este momento y armar una cosmogonía de autores.”
–¿Es correcto considerarlos una generación de cancionistas?
–Hablaría de escena, en principio; luego, quizá con suerte, de una generación. Por lo pronto es una escena que lo que está haciendo es reorganizar a la canción. La gran pregunta que implica esta escena es cuál es la canción que sale cuando dejamos de pensar en término de géneros. Lo que sucedió históricamente con la música argentina es que fue encajonada casi pitagóricamente: el rock acá, el tango allá. No obstante, Gardel, en el momento del Centenario, tomó la cancionística rural, anónima, y la mezcló con la modernidad del tango urbano y el pop que llegaba de Europa, el hot jazz o el foxtrot. La diferencia, en este caso, es que ese trabajo lo está haciendo una generación y no un tipo.
–Una de sus principales hipótesis es que la obra de estos autores está poniendo en tensión lo que somos y lo que queremos ser. En ese sentido, usted los presenta como una escena en emergencia.
–Lo que distingue a estos cancionistas es que luego de salirse de su ámbito afectivo del rock, decidieron que podían ser y hacer otra cosa, y construyeron un nuevo lugar que tiene espacios propios y un público de formación reciente, con un trabajo arduo durante la última década. Los cancionistas se vieron, compararon la canción argentina, tanto de rock y folklórica, rural y urbana. Compararon la música del Centenario con la del Bicentenario y, en sus viajes al interior y en torno del Río de la Plata, encontraron su centro. Tiene que ver con sus edades, también: éste es un ámbito maduro, adulto, de gente que creció en democracia y busca encontrar qué música popular darle a esta época. El último movimiento grande de la música popular se dio con el retorno de la democracia, pero funcionaba en un contexto que ya no está. Y se produjo una crisis: ¿qué puedo decirle y cantarle a la gente que creció ya en democracia?
–¿Qué pueden decirle y cantarle?
–Esa es la cuestión, es algo que se está haciendo. Los cancionistas y su público están construyendo una nueva sensibilidad, tomando a la tradición y reorganizándola. Por un lado, es algo lleno de incertidumbre, porque hay un vacío, aunque no lo es tanto ya ahora, hay pasos dados. Pero por otro lado, es un vértigo energizante porque todo debe hacerse.
–El subtítulo de su libro es Después del rock: una música popular para el siglo XXI. ¿Por qué su insistencia en la tensión con el rock?
–Son varios elementos. Primero, que en el rock en un momento surge la idea de lo que es y no es rock. En la década pasada, cuando muchos de estos músicos empezaron a hacer su obra, aparecían “Soy Rock” y “Rock and Roll Yo” (canciones de Babasónicos y Charly García, respectivamente) y en el público y las bandas se daba más fuerte la diferencia entre ser rock o no serlo. Antes no era así: Nebbia tocaba con Domingo Cura. Después, algo a título personal: no me parece que la inconciencia sea una virtud; y así se la señala en el rock. Dylan, uno de los fundadores del rock, era un cancionista, un tipo que conocía el folklore estadounidense. Antes de romper una tradición, tenés que saber cuál es la fuente que querés tirar.
–Dylan llamó a no confiar “en nadie que tenga más de 30 años”...
–Ahí entra el tema de ser joven. Durante el auge de la contracultura, ser joven tenía una entidad muy clara y había una brecha generacional, una ruptura con los padres. Pero hoy escucho a Liliana Herrero y me parece más joven que una banda tributo de rock hecha por jóvenes, un gesto que me parece conservador. Eso alimenta una sensibilidad que se ha vaciado. Hace poco leía el libro de Patti Smith (Eramos tan niños) y veía una foto de ella con Robert Mapplethorpe y me alucinó y también me dio terror. Está cargada de fuerza y concepto: eran ellos contra el mundo. Pero la veo y podría ser una publicidad de vaqueros de hoy. El lenguaje de la publicidad empezó a absorber al rock, lo vació y quitó de él el carácter contracultural. Hoy, el rock ya es un vaquero; si queremos hacer algo que discuta con el statu quo, tenemos que hacer otra cosa. Son terrenos ganados por el rock, está clarísimo, son triunfos. Pero ya nos vestimos de colores, nos dejamos el pelo largo y nos drogamos, ya está. La sensibilidad de hoy es diferente y se necesita música diferente.
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