CULTURA › EL ADIóS A LA EDITORA Y ESCRITORA CATALANA ESTHER TUSQUETS
Durante 40 años dirigió la editorial Lumen y fue la primera editora de Mafalda en España. Su otro best seller fue Umberto Eco, dentro de un catálogo que ella definía como “invendible”. También fue autora de numerosos libros, varios de ellos autobiográficos.
› Por Silvina Friera
La señora de la edición española estaba convencida de que la vida es muy larga. En el principio hubo una niña de buena cuna, “rarita y un poco ensimismada”, a la que le gustaba leer. Esa dama pionera, referente cultural en la década del sesenta y setenta en Barcelona, últimamente andaba suelta de equipaje y con su memoria prodigiosa averiada por la embestida del Parkinson. La sensación del final intensificó su irreverencia extrema como escritora. Sus pensamientos cabalgaban siempre por delante de sus acciones. Tenía la certeza de que todo está regido por el azar. Se podría afirmar que Esther Tusquets, en este aspecto, era borgeana. Su mérito fue aprovechar esa editorial que le cayó de las nubes –Lumen–, cuando aún no tenía vocación de editora y nadie daba un duro por ella. Y, sin embargo, la eximia jugadora se podía jactar de haber sacado un buen partido de una mano de poker. En rigor de dos: Mafalda y El nombre de la rosa –Quino y Umberto Eco– se transformaron en los primeros best seller de un “catálogo invendible”, según confesaba sin anestesia, con autores de calidad como Samuel Be-ckett, Virginia Woolf, James Joyce y Susan Sontag, que entonces no estaba publicada en España. “Envejecer es horrible, una verdadera masacre, creo que eso lo decía Thomas Bernhard”, repetía “la vieja dama indigna” que murió ayer a los 75 años, en Barcelona, la misma ciudad donde nació.
Indómita hasta para administrar su epílogo póstumo, Tusquets advertía que cuando se muriera “no van a encontrar nada de mí, ni un papel, ni una carta, ni una agenda”. Verdad o artificio, exageración o señuelo para tentar a los buitres, la escritora y editora afirmaba que “todo lo he ido destruyendo”. El tiempo certificará si este empeño declarativo se corrobora en los hechos. Antes de poner una parte de sus fichas en el juego de la escritura, una evidencia repentina postergaría esta inclinación. A los 23 años, la licenciada en Filología y Letras había superado a la niña difícil y poco sociable, hechizada por el teatro, angustiada y triste, como se autorretrató la mujer que nació en 1936, en Barcelona, en el seno de una familia burguesa que ostentaba una gran foto del dictador Francisco Franco. Magín, el padre de Esther, compró en 1960 Lumen, una editorial religiosa ultraconservadora fundada en Burgos 20 años atrás, para su hija. Menudo obsequio recibió la joven. El reto era mayúsculo. Aunque no tenía vocación de editora, aceptó el desafío de cambiarle la cara a ese sello, que terminó dirigiendo durante cuarenta años. La punta del iceberg la encabezó una colección infantil con autores consagrados. La entonces flamante ganadora del Premio Nadal Ana María Matute fue la primera en publicar un libro en esta colección, El saltamontes verde, bajo el mandato de la editora en ciernes. Luego crearía “Palabra en el tiempo”, colección que lanzaría a Beckett, Styron, Woolf, Joyce, Céline y Sontag, entre otros. Arriesgar, innovar, apostar por nuevas voces o narradores pocos conocidos, suele estar reñido con el resultado de los balances contables. Lumen perdió dinero los siete primeros años. La díscola niña argentina de Quino torcería el rumbo de una aventura condenada al fracaso. Esther tuvo la suerte de ser la primera editora de Mafalda en España.
Lumen se asentó también de la mano de los libros de Eco. El hermano de Esther –el arquitecto Oscar Tusquets– fundaría junto a su esposa, Beatriz de Moura, otro sello emblemático, Tusquets, hacia fines de la década del sesenta, dentro de esa especie de santísima trinidad editorial que en la transición española conformarían junto a Anagrama. “A principios de los sesenta había dos únicos referentes: Seix Barral, la editorial rompedora, y Lumen, que era como un corredor de fondo. Tusquets nos enseñó a mantener relaciones personales con los libros publicados”, ponderaba Jorge Herralde la labor de Esther como editora. Cuando amenguó el obstinado esfuerzo del trajín por mantener a flote la editorial, esta mujer que admitía ser “un poco desvergonzada y sin mucho sentido del pudor” dejó a más de un amigo con los ojos como platos y las mandíbulas apabulladas. La escritora abandonaba la clandestinidad. Durante una cena presentó en sociedad su primera novela, El mismo mar de todos los veranos (1978), el comienzo de La trilogía del mar que completó con El amor es un juego solitario (1979) y Varada tras el último naufragio (1980). En el inventario de los títulos habría que añadir Para no volver (1985), Con la miel en los labios (1997), ¡Bingo! (2007), Habíamos ganado la guerra (2007) y Confesiones de una vieja dama indigna (2009), entre otros.
Esther ya no encontraba a nadie que llevara bien el negocio a mediados de los noventa. Y decidió vender Lumen, en 1996. La agraciada con el catálogo sería la multinacional Bertelsmann, a través de Random House Mondadori, que adquirió el 80 por ciento. Lejos de opacar, reducir o volver demasiado literal esa transacción, Tusquets la ejecutó a su manera, casi como si fuera una pequeña escena teatral. El representante de la multinacional alemana tuvo que mostrar su propuesta comercial en el transcurso de una partida de bridge, juego que Esther aprendió con su padre y que junto al bingo y al poker podían estimular una ludopatía incontenible. “Un bingo es un sitio al que una mujer puede ir sola a las cuatro de la mañana, que hay muy pocos. Y puedes ir pensando bastante en tus cosas. Luego está la emoción del azar. Soy muy jugadora, me divierte el puro azar”, reconocía la editora y escritora sobre esa vieja devoción que tenía que explicar como si fuera una extravagancia inadmisible. “No añoro mi etapa de editora; no volvería por nada del mundo; es un negocio muy complicado: el azar es la mitad del oficio”, subrayó después de cuatro décadas al frente de Lumen. Pero después de la jubilación, reincidiría cuando en 2002 fundó un pequeño sello independiente, RqR, junto con su hija Milena.
Como si lidiara contra la monotonía de la existencia, como si ajustara las clavijas vitales, sus últimos libros se emplazaron hacia la autobiografía. En el devenir radical de sus memorias exploró sin tabúes lingüísticos experiencias muy íntimas con hombres y mujeres, los dimes y diretes de su afición por el juego, una forma para ella de “crear emociones artificiales”. Lejos de la nostalgia por el pasado, la señora de la edición creía que el presente es el único horizonte que vale la pena. Su vida fueron los libros que editó y los que escribió. En la partida final, Esther comprobó acaso lo que ya intuía: que la muerte es el más solitario de los juegos.
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