CULTURA › LOS “CONSEJOS” DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA SE SIGUEN DE MANERA DESIGUAL
Aún se acentúan palabras como “solo” y “este”, aunque las “propuestas normativas” de acentuar mayúsculas “sí se aplican”.
› Por Silvina Friera
¿Se dobla, pero no se rompe? El interrogante siempre flamea como una bandera en el largo camino de la evolución de la ortografía. Un nihilista –un apocalíptico, en rigor– podría afirmar que la flexibilidad de las reglas, a través del uso y la costumbre, o el desinterés por la corrección implican el imperio de la barbarie y la destrucción del idioma. Más allá de las buenas intenciones, el drama que destila esa sensación de que se va todo al diablo, con perdón de la hipérbole, impone un binarismo de “todo o nada” que mella la tentativa de una reflexión de largo alcance. No se trata de volver sobre el eslogan de “jubilar la ortografía” y enterrar “las haches rupestres”, lanzado por Gabriel García Márquez a fines de los años ’90. Tal vez sea más productivo pensar hasta qué punto la voluntad de reglamentar una simplificación en el aprendizaje –una cuestión práctica difícil de rebatir– choca con el horizonte cultural y político que se materializa en la lengua como identidad de movilidad impredecible. A dos años de la polémica presentación de la última edición de la Ortografía de la Lengua Española de la Real Academia Española (RAE), Salvador Gutiérrez Ordóñez, miembro de la RAE, reconoció que el seguimiento de los “consejos” ha sido desigual. Aún se acentúan palabras como “solo” y “este”, a pesar de lo recomendado. El académico, no obstante, planteó que al repasar la prensa y los libros de texto se aprecia que las “propuestas normativas” de acentuar mayúsculas, signos de puntuación, etcétera, “sí se están aplicando de forma generalizada”.
Ninguna policía goza de mucha simpatía. En materia lingüística, lo saben los académicos, la antipatía puede ser feroz. La RAE, fundada en 1713, se ha caracterizado por ser endogámica, elitista, machista, clasista, conservadora, hermética, nacionalista y católica. Resulta imposible escamotear el malestar que continúa provocando su lema, que en estos tiempos se asimila a una efectiva publicidad de detergente: “Limpia, fija y da esplendor”. Después de tantos años de combatir contra la “suciedad”, mucha agua ha corrido por el río de la lengua. La institución, con mayor o menor tino, se fue adaptando a los tiempos que le ha tocado vivir. Entre las últimas modificaciones formuladas –no exentas de controversias entre escritores, docentes y académicos–, se suprimió la “ch” y “ll” –por lo que el alfabeto se redujo a 27 letras–, se cambió la denominación de algunas letras –la “y” griega por “ye”; la “b” por “be”– y se recomendó suprimir la tilde en “sólo” y los demostrativos como “este” o “esta”. En caso de no aplicarse las nuevas reglas, se estaría ante una falta. Antes, en un pasado no tan lejano, tener faltas de ortografía –omitir una o varias tildes o confundir letras y poner una “s” en lugar de una “c”, como “resibir”, por ejemplo– era percibido como un problema grave, una dificultad que generaba vergüenza y se traducía en la descalificación social. Ahora, redes sociales mediante, es más complejo calibrar si las percepciones sobre la mala ortografía no se han atenuado en el plano de la virtualidad, donde la excepción es encontrarse con acentos y textos adecuadamente escritos.
Gutiérrez Ordóñez, director del Departamento de Español al Día de la RAE –donde se emiten alrededor de un centenar de consejos diarios por escrito–, admitió que consejos como los de eliminar la tilde diacrítica en el adverbio “solo” o en los pronombres demostrativos, “hay autores que lo siguen y otros no”. El académico explicó que hay quienes “exigen continuar con la costumbre de poner el acento”. El nuevo menú ortográfico presta un apreciable servicio a quienes lo toman a beneficio de inventario y escogen pragmática o sentimentalmente aquellas sugerencias que pueden tomar sin sobresaltos mayúsculos. Pero también se dese-chan aquellos consejos cuyos núcleos básicos atentan contra cierta rutina. No es una tarea sencilla barajar y dar de nuevo en materia de normativa. Los hábitos cristalizados en la escritura son difíciles de erradicar en el corto plazo. ¿Cuántos acentúan “sólo”, aunque saben que podrían no hacerlo? Probablemente muchos, una amplia mayoría, en lo que sería sin duda una modesta victoria del usuario y una derrota parcial de los académicos. “En la ortografía no hay que adoptar posturas contundentes, sino tratar de reorientar los usos”, aseguró Gutiérrez Ordóñez. Acaso para dejar en claro que no hay afán de sancionar a quienes persisten en no implementar los cambios sugeridos, el académico opinó que no estarían faltando a la regla. Si la oralidad fluye sin mayores controles, la escritura fija cambia con sangre, sudor y un puñado de quejas y resistencias de diversas índoles.
Entre las luces y sombras de esta especie de “patito feo” que suele ser la ortografía, resuena una sentencia de Antonio de Nebrija, pionero en la redacción de una gramática y un diccionario: “En aquello que es como ley consentida por todos es cosa dura hacer novedad”.
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