Domingo, 24 de febrero de 2013 | Hoy
CULTURA › ENTREVISTA AL ANTROPOLOGO CARLOS MARTINEZ SARASOLA
En su libro La Argentina de los caciques. O el país que no fue el investigador revela las aristas de un país “automutilado” desde su nacimiento. Y descubre la voluntad indígena de coexistir con el modelo social y cultural que se impuso.
“Un mundo donde quepan muchos mundos”, es una de las más recordadas frases del portavoz del Ejército Zapatista de Liberación Nacional mexicano, el Subcomandante Marcos y, a su vez, el motor de las exploraciones del antropólogo Carlos Martínez Sarasola. Durante buena parte de la hora y media de charla con Página/12, insiste en que sobre esa cita hace pie a la hora de emprender sus trabajos y ensayos. El más reciente, La Argentina de los caciques. O el país que no fue, retoma una intención recurrente en Sarasola: la de revelar las aristas de una Argentina “automutilada” desde su nacimiento a partir de la exclusión premeditada de los habitantes originarios de estas tierras.
Publicado por el grupo editorial Del Nuevo Extremo, el libro aborda una hipótesis que, en clave de ucronía, descubre la voluntad indígena de coexistir con el modelo de país agroexportador idealizado por figuras como Mitre, Sarmiento y Roca. A través de documentos originales y cartas escritas de puño y letra por caciques de las tribus ubicadas en La Pampa y la Patagonia, el también autor de Nuestros paisanos los indios desentraña las razones del enfrentamiento entre “blancos” e indios, que motivaron el desarrollo de políticas estatales de aniquilamiento y exterminio, como la Campaña del Desierto. “La idea del libro fue tratar de demostrar, a través de las palabras de los propios indígenas, que su voluntad era formar parte en la medida en que fueran respetados sus derechos como pueblos originarios”, sintetiza Sarasola.
–En La Argentina de los caciques usted insiste en la consolidación de un país “que no fue”, ¿a qué se refiere con esa hipótesis?
–Siempre pensé que la Argentina es un país que nació automutilado, sin varias partes. Hubo un momento en que el Estado nacional, encarnado en el general Roca, decidió construir el país sin los indígenas. Esta decisión no fue compartida por los pueblos originarios. La idea del libro fue tratar de demostrar que la voluntad de los grandes caciques de La Pampa y loa Patagonia había sido participar de la nueva sociedad en formación.
–¿De qué forma emprende esa demostración?
–Me interesaba rescatar la palabra de los caciques, qué es lo que ellos decían cuando les escribían a Sarmiento, Mitre, Roca, Avellaneda. Esto es una forma de exhumar una historia poco conocida. Hablamos de los malones y los ataques a los poblados de fronteras. Pero todos esos enfrentamientos que se produjeron entre las comunidades de las llanuras y los poderes centrales de Buenos Aires y otras ciudades del interior eran por la defensa de sus territorios, su cultura, sus formas de vida y sus cosmovisiones. Eran en respuesta a una agresión que los indígenas estaban recibiendo. Nunca hice historia de buenos y malos, pero fue diferente el enfrentamiento por parte de los blancos que buscaban tomar los territorios indígenas, del de los indígenas que los estaban defendiendo.
–¿Ese intento de “exhumar” la historia proviene de una búsqueda revisionista?
–Mi formación es como antropólogo, hago etnohistoria. Desde ese punto de vista, reviso la historia. Pero no me puedo definir como un revisionista. Soy un antropólogo que tiene una mirada muy fuerte sobre los pueblos indígenas y la historia argentina. Lo que hice fue visibilizar la presencia indígena en distintos períodos no recuperados por la historia y la antropología. Trato de recuperar una historia poco conocida. Es una gran deuda que tenemos con el mundo de la frontera que fue arrasado: indios, afrodescendientes, gauchos. Ultimamente estudio mucho el tema de la frontera, el país que no fue, la Argentina automutilada, el tema de la frontera como un lugar de encuentro y no de enfrentamiento.
–¿Por qué ese interés de trabajar con las fronteras?
–La frontera es un lugar de encuentro, de mezcla, de integración. La palabra integración es un término que utilizo poco, pero es importante. En aras de la integración se hicieron grandes desastres. Esa línea divisoria, que los blancos marcaban, era un territorio de encuentro, no de separación. Hoy se sabe que las fronteras, más que líneas divisorias, son espacios de encuentro. Muchas veces pienso qué hubiera sido del país si todos estos pueblos estuvieran viviendo en sus lugares. Hoy están, pero muy desperdigados. No son las culturas que encontraron los españoles. Mi interés está puesto en construir “un mundo donde quepan muchos mundos”, como dicen los paisanos mexicanos.
De buena parte de la energía y la impronta transformadora de la década del ’70 se nutrió un amplio espectro de movimientos de liberación que, a nivel nacional e internacional, trajo a escena varias deudas de la inequidad liberal. La eclosión de reclamos reivindicatorios y luchas obreras o estudiantiles representó, para las comunidades indígenas, una buena oportunidad de conseguir el reconocimiento negado por casi cinco siglos de yugo eurocentrista. Ese intento por poner de cabeza los principales mandamientos de un sistema político y económico de exclusión, lamenta Sarasola, “quedó mutilado con la llegada de la dictadura militar”.
“El interés sobre los pueblos indígenas, como política pública, es muy reciente. Empieza con la posdictadura, en los ’80, aunque las primeras organizaciones indígenas arrancan en los ’70. Pero el punto de inflexión fue en 1992, con el quinto centenario, cuando explota el tema no sólo en Argentina, sino también a nivel continental”, recuerda el autor.
Integrante de esa generación, como él mismo se encasilla, Sarasola reconoce que el mundo indígena siempre fue para él “un foco de atracción”, aunque fecha el comienzo de esa curiosidad en un encuentro, cuando joven y de viaje en Europa, con un libro que le abrió el apetito por la antropología: El descubrimiento de Machu Picchu, del explorador e investigador estadounidense Hiram Bingham.
–Muchas de las fuentes que utiliza, como cartas de los caciques y tratados, son documentos originales. ¿Cómo reciben las comunidades indígenas la publicación de ese material?
–Tengo muy buen vínculo con los paisanos indígenas. Todos mis libros fueron bien recibidos por ellos. Entre los que estoy más cercano, que son los descendientes del cacique Pincén, la recepción es excelente. Espero que sea así con el resto. Estoy personalmente involucrado. No soy un investigador que está en la universidad, detrás del escritorio, sino que tengo una relación personal directa con ellos.
“¿Por qué Roca destruye el mundo indígena?”, se interroga Martínez Sarasola. Las razones que incentivaron la empresa encarada por políticos y pensadores de la época desbordan, según Sarasola, los límites de la historia oficial mitrista: “Más allá de las causas políticas, económicas, militares, lo que pasaba en ese mundo era muy distinto. Ese mundo integraba, recibía a negros, disidentes, militares exiliados, gauchos, una gran mezcolanza. Esa mezcla, en la que el indígena no perdía su identidad, a los ojos de Buenos Aires era intolerable”, arriesga el antropólogo.
–Era una moral antagónica a la porteña.
–Exactamente. El mundo de las tolderías era de una riqueza extraordinaria, tanto a nivel humano como cultural. Es un mundo que integra, no fragmenta. Ellos incorporaron la religión católica, que fue impuesta, pero cuando la incorporaron, la resignificaron. La hicieron coexistir y no dejan de ser quienes son porque van un domingo a misa.
–¿Cómo sobreviven los reclamos de reconocimiento cultural de las comunidades indígenas al discurso homogéneo de la globalización?
–Vamos de cabeza a la heterogeneidad. El mundo marcha hacia la diversidad, hacia el respeto por los otros. Los pedidos de los pueblos originarios tienen tanta vigencia porque Occidente se dio cuenta de que tenían razón. Hay un intento de promover que somos todo lo mismo, pero esa cáscara ya fracasó. Es el caso de Internet. Para el mundo indígena fue fundamental como herramienta. Hoy están conectados como no lo estaban hace quince años. Se pueden usar esos recursos que estaban pensados para uniformizar. La riqueza de la especie humana está en las diferencias.
Informe: Daniela Rovina.
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