Lunes, 20 de mayo de 2013 | Hoy
CULTURA › UN FIN DE SEMANA EN LA CONVENCIóN MONTEVIDEO COMICS
Fans del animé, cosplayers, especialistas en videojuegos, entusiastas del merchandising de todo tipo y, también, lectores de historieta, convulsionaron el distinguido Auditorio Sodre uruguayo, el mismo donde suele presentarse el Ballet Nacional.
Por Andrés Valenzuela
Desde Montevideo
Esta crónica comienza a escribirse en unas escaleras y termina en otras. Empieza en un descanso alfombrado del enorme Auditorio Sodre montevideano, donde se realiza la onceava edición de Montevideo Comics y termina en el último piso, cerca de una regalería donde venden katanas. Por esos pasillos se mueven centenares de adolescentes: gurises cosplayados (caracterizados como personajes), chiquilinas en grupo y flaquitos llevando sus championes por donde suele presentarse el Ballet Nacional. Tan llamativo, tan desbordante de cultura neo pop es el ambiente que las empleadas del Auditorio no consiguen borrar en todo el fin de semana una mirada de desconcierto apenas disimulada por sus modales correctos y bien dispuestos. Estos pibes que charlan de animé, videojuegos, fans del merchandising de todo tipo y, a veces, también lectores de historieta, están muy lejos de las señoras “bien” que en esta época visitan el edificio para comprar tickets para las funciones de la compañía nacional que dirige Julio Bocca. Y las escaleras juegan un rol clave en esto. Porque la convención ocupa la planta baja del Sodre y otros tres pisos del edificio. No sólo son lugar de tránsito y de descanso, también son lugar de pose: todos los cosplayers se paran ante cualquier intento de fotografiarlos. En 18 horas de evento, este cronista no vio a ninguno de ellos negarse al flash. Todo lo contrario, si el solicitante sugería una pose, o involucraba a un amigo, era aceptado sin cuestionamientos.
Raven de los Teen Titans, el Cuervo, una lunga Bruja Escarlata, varios Zeldas, muñequitos de Minecraft bien resueltos con cajas de cartón, algún Naruto tomando mate, Ryu y Chun Li caminando por ahí, Caperucita Roja con botas de caña alta, una Darth Vader de pollerita y corset, guadañas y espadas de cartón sobredimensionadas, jovencitas pokemoneras, Thors de seis o siete años, cantidad de personajes de series de animé, chicos y chicas con orejas peludas sobre sus cabezas o con pelucas lilas. Eso, desde luego, entre lo más llamativo. Porque también se encontraba una mayoría de “civiles”, comiqueros o no, muchos con remeras nerds (con The Big Bang Theory a la cabeza), padres con sus hijos y tías con sobrinitas que apenas balbuceaban palabra.
Si esta nota se demora en hablar de historieta es porque Montevideo Comics trata sobre cosplay, videojuegos, animación, cine y... también un poco sobre historieta. A ver, esta afirmación exige matices. Por un lado ocurre que claramente la convocatoria del evento no surge desde las viñetas, sino desde todos los otros pasajes. Pero no es menos verdad que junto con la entrada se repartieron gratuitamente 2000 ejemplares de una historieta uruguaya (Federici, detective inergaláctico). También conviene apuntar que el sector tuvo un pasillo y un rincón de charlas exclusivos, pero no se puede negar la legítima queja de algunos, que objetaron que la disposición del lugar no invitaba a llegar allí. Por ello las editoriales locales vieron caer algo sus ventas (que en cambio funcionaron muy bien para las librerías de los pisos superiores) y lamentaron que sus charlas se apretujaran en el cronograma, al punto que en la presentación de novedades del sector coincidieron 10 libros/autores en una exposición de 40 minutos. Sin embargo, en diálogo con Página/12 un importante editor reconocía que el encuentro funcionaba para él a pesar de todo. “Siempre surge alguna oportunidad” es su consigna (y consuelo), aunque éstas aparecieran fuera de la ronda de negocios que trata de montar la organización del evento.
Por ejemplo: se instaló un stand de la embajada venezolana. No es que en el país de la Revolución Bolivariana haya mucha historieta, sino todo lo contrario. Pero una misión de la prestigiosa Biblioteca Ayacucho llegó para contactar dibujantes y editores para un nuevo proyecto.
Luego debe reconocerse al evento otra atención a la historieta, que se manifiesta en los invitados: todos historietistas. Desde el norteamericano Duncan Rouleo o la leyenda española Enrique Sánchez Abuli hasta los argentinos Liniers, Juan Bobillo, Eduardo Mazzitelli, Luciano Saracino y Lauri Fernández. Cada uno tuvo su charla con el público, su momento para firmas y hasta alguna muestra en el hall central del Sodre.
Entre las actividades de los argentinos se destacaron la proyección de dos capítulos de la serie Germán, últimas viñetas, con la presencia de su guionista, y la charla en torno de la figura de Oesterheld compartida por Carlos Barocelli –quien dibujó una continuación de El Eternauta de próxima aparición–, Saracino y Fernández, quien presentó su investigación publicada en el libro Historieta y resistencia (arte y política en Oesterheld), editado por la Universidad Nacional de Cuyo.
El principal motor del encuentro, sin embargo, sigue siendo todo lo demás. Los muchachos caracterizados, el stand de Antel con la promoción de la película Anina, los stands con prendedores y muñecos, o las distribuidoras de cine de acción que (parece) no entienden el marketing del nuevo siglo. Warner aún confía en que alcanza con poner una urna para un sorteo, pero rápidamente se constata que la estrategia atrasa y no retiene a nadie ni aunque publicite el último tanque hollywoodense de superhéroes. Menos si está en medio de un montón de stands que invitan a los visitantes a probar videojuegos en desarrollo, tabletas digitales de dibujo con modelos en vivo o talleres informales de distintas disciplinas. Y sobre todo, si hay tantos que fueron a cazar fotos con sus smartphones o sus semi-reflex.
Este rasgo de época se repite invariablemente. La necesidad de registrar en una foto digital (miles de ellas) lo que sucede. La mediatización de la experiencia y del evento por parte de sus mismos protagonistas no reconoce fronteras e incluso genera módicas celebrities locales y hasta internacionales. Los japoneses, que inventaron el cosplay, comenzaron la tendencia, siguió en las comic-con’s norteamericanas (que cada vez tienen más de “con” y menos de “comic”), y se expandió a todo el mundo. Esto también va en la línea del creciente protagonismo del público en otras disciplinas (como la cultura rock, por ejemplo), del desdibujamiento de los límites entre el productor y el consumidor, que también ocurre en los infinitos videos de YouTube. En Montevideo Comics esto se resume en una imagen: una chica como Natalie Portman en Cisne Negro fotografiando a Sub-Zero.
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