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Domingo, 2 de junio de 2013

CULTURA › JUAN GELMAN HABLA DE HOY, SU NUEVO LIBRO

“Hay palabras ignoradas que nunca van a asomar”

El poeta señala que su último trabajo, compuesto por 287 poemas en prosa, “fue un intento de expresar lo que me pasó con la muerte de mi hijo, una especie de síntesis. Pero no lo sé... Es una vista al pasado, pero en presente”.

 Por Silvina Friera

¿Escribir un poema consistirá en hacerse legible para los lectores y tal vez indescifrable para sí mismo? Semejante pregunta no debería extrañar si se tiene en manos una nueva maravilla de Juan Gelman. Los alrededores de la escritura están repletos de esta clase de interrogantes. Y otros más, claro. Si existiera algo así como un estado “natural” del poeta, quizá sería la intemperie y la interrogación constante, además de la insatisfacción ante experiencias que sólo pueden ser dichas a media voz, con la fortuna aliada al cinturón del habla y de la mirada. “La palabra va de aquí para allá, busca un sitio de no marcharse nunca. Su única casa es imposible, nadie se la va a construir”, se lee en el poema “LXVI” de Hoy (Seix Barral), su último libro, 287 poemas en prosa –algunos brevísimos, como si reducir la expresión a un menor volumen potenciara el “decir”– y uno más, no numerado, titulado “¿Y –sin el signo de interrogación al final; algo siempre se pierde en el camino– para cerrar con una contundencia que hace saltar al lector de la silla y ponerse de pie, en caso de estar sentado. Gelman, hueso duro de roer, se mueve todo el tiempo, refractario a las normas, al piloto automático o al funcionamiento aluvional de “la maquinita”, como él prefiere llamarla. Cambia las formas –condensación y brevedad no le son ajenas–, pero la espiral de sus obsesiones continúa girando, mutando para permanecer.

“El lenguaje es un hueso, vaga a su antojo antes de poseer al hijo. En sus pausas se come al infinito y su enlace con el deseo mundial abarca la discontinuidad que nombra. Es libre en suspensiones del origen, conoce su duración en el instante que se fue. Le pesa la inocencia del círculo, tanta miseria alrededor. Penetra las unidades incompletas. Cuánta palabra echada atrás esperando una cuna”, dice

la voz poética en el poema “LXXXII”. “Los pájaros azules deforman el paisaje cuando el mundo se pone pálido y metáforas, anacolutos, epanadiplosis, enálages, patáforas, oximorones caen y huyen como malditos de la lengua. ¿Adónde irán a parar harapos viejos? ¿Se acercarán a alguno para pedirles limosna, explicaciones en la calle? –se lee en el ‘CX’–. La mirada se va al mirar, la voz se va al hablar, crecen las evidencias de las tintas alquiladas.” Los poemas dialogan entre sí. No son unidades aisladas, autónomas; forman sin duda una red con variaciones temáticas enlazadas: la ñata contra el vidrio del lenguaje y sus búsquedas empecinadas –“el tránsito de la posibilidad a la imposibilidad” o “la relación entre las palabras y las cosas que las nombra”; la muerte del hijo, las pérdidas, el duelo y el paso del tiempo, las horas que se van.

“¡Marcelo Gelman! ¡Presente!” El hijo del poeta, entre otras víctimas de la dictadura militar, sonó más vivo que nunca el jueves 31 de marzo de 2011 cuando el Tribunal Oral Federal N° 1 juzgó a los represores del centro clandestino Automotores Orletti. Eduardo Cabanillas, el asesino de Marcelo, fue condenado a prisión perpetua. Juan recuerda que no sintió nada. Ni alegría, ni odio. Nada. Y se preguntó por qué. La respuesta está encadenada en los textos que empezó a escribir, hace dos años, y que ahora integran Hoy. El poema “VIII” es el primero dedicado a su hijo: “¿Cuánta sangre cuesta/ ir de saber a contramano/ del olvido al horror/ de la injusticia a la justicia? ¿Hay que tocar los altares ardientes/ evitar la vergüenza/ la falta que preocupaba a Teognis/ interrupción del día? El beso del lazo se convierte en el lazo que el asesino ajusta. Desvío sin límite ni fondo ni virtud. La mismidad es un espejo roto en tercera persona y oigo tu mano dibujando un pájaro azul”.

Desde México, Juan refuta la impresión de que los poemas han sido barajados en un minucioso orden diferente del producido por la escritura en sí. “Por comodidad, porque soy un fiaca, los ordeno temporalmente, como vinieron. Eso, además, tiene un sentido. No hay una concepción inicial de libro. Cuando uno se sienta a escribir, no sabe qué va a escribir. En todo caso se sienta porque apareció ‘la señora’, se te metió en la casa y no podés dejar de atenderla. Sería una desatención grave, muy poco gentil de mi parte. Lo que sí creo es que hay una especie de desarrollo interno de esa expresión, que es ajeno a uno y que se va expresando con cada poema”, cuenta el poeta en la entrevista con Página/12. Gelman tiene muchas ganas de presentar el libro acá. “Estoy enredado con un montón de compromisos, de viajes. Pero voy a tratar de ir en algún momento”, promete.

–¿Por qué se dio esa forma tan condensada en los poemas de Hoy?

–Mirá, ojalá lo supiera... No estoy evadiendo tu pregunta, te estoy contestando una verdad. Nadie escribe lo que quiere ni como quiere, sino lo que puede y lo que le sale. Por lo visto esta vez fue necesario hacerlo así. Tengo libros con versos muy largos, pero en este caso no se dio de ese modo.

–Como uno de los temas centrales es la muerte y las pérdidas, el dolor en sí mismo es una desmesura difícil de abordar y para expresarlo quizá sea necesaria la condensación, ¿no?

–Sí, pero creo que sobre todo es la cuestión del mal sufrido, en el sentido de que es algo que supera la capacidad de reflexión porque entrás en terrenos absolutamente desconocidos y nunca tenés la seguridad de si entraste en ellos o qué. Este es más o menos el asunto. Yo estuve recientemente en Cracovia, ahí participé de una mesa redonda sobre el Mal, experiencia y literatura. Después de analizar cómo lo había encarado Victor Hugo en ese larguísimo poema de 5400 versos que se llama El fin de Satán –y que se publicó después de su muerte–, y cómo lo encaró William Blake de un modo completamente distinto, me pregunté cómo era posible que Emily Brontë, a la que no se le conoce ninguna pasión, salvo la preocupación por su hermano borracho y drogadicto, una mujer absolutamente austera que murió a los 30 años en la mesa familiar, conversando, cómo ella podía describir en Cumbres borrascosas, de una manera tan profunda y aguda, el Mal en el amor. Luego mencioné los casos clásicos: (Alexander) Solzhenitsyn sobre el gulag y a Primo Levi sobre el campo de concentración nazi. Siempre me da la impresión de que hay algo no dicho ahí. La dimensión del Mal es de tal naturaleza que hay cosas que no se alcanzan a decir. Lo curioso es que personas que no han sufrido el Mal hayan sido capaces de escribir sobre el Mal con tanta profundidad, como Emily Brontë. Mientras que los que sí lo sufrieron en carne propia, como Primo Levi o como Solzhenitsyn, se encuentran con la imposibilidad de expresarlo cabalmente. Siempre queda algo sin decir, como si el Mal desbordara la capacidad de expresión. Y esos espacios no dichos son vacíos en los que hay palabras ignoradas que nunca van asomar...

Entonces viene a la mente el poema “CXXVVII”: “¿Qué sabe el decir del no decir? ¿Ahoga sus plantitas, huye de su trazado? Los practicantes de fuera del espejo parlan como si fueran otros del lenguaje. El corazón se embarca en naves que se pueden hundir y el alcohol entra al hígado del Verbo. En su envés hay otros cuerpos, superficies de penas heredadas, libertades que niegan el abismo y suben una cuesta que no se puede pronunciar. Tiene espacios donde todos ya cabrían ya impuros de su suerte”. O ya llegando al final del libro, el “CCXLVII”: “La palabra caduca al infinito, deja temblores, ve la luna con nubes que la tapan. El fluido del ego/ yo es agota en su tormenta, alrededor del humo crecen suposiciones/ purezas imposibles/ astros que la mano no agarra. Inútil es perseguir el relámpago que pasa. Y la fidelidad del desamparo”.

–Su último libro parece oponerse a esa concepción tan generalizada de que tarde o temprano se consuma el duelo, que siempre se encuentra “consuelo” ante la muerte. “¿Quién dijo que el tiempo petrifica las lágrimas?”, se lee en uno de los poemas. ¿Fue deliberado escribir contra esta especie de “sentido común” de que es posible superar la muerte y completar el duelo?

–Por supuesto que estoy hablando de mí, no de nadie más. Nada de lo que está escrito en Hoy es deliberado. Uno no puede escribir poesía por obligación; escribe lo que sale. Pero, efectivamente, yo no sé hasta qué punto el duelo se puede completar. Porque en estos casos no es sólo el duelo personal. Se trata también de las otras tantas miles de víctimas. Insisto en el Mal sin connotaciones religiosas, reitero, porque una cosa es el Mal y otra el dolor que causa. A veces ni lo causa: el poder, hoy, en nombre del Bien, nos quiere mutilar la humanidad y lo consigue en buena medida. ¿Te sorprende esta respuesta? Es el mundo en el que vivimos: cada cinco segundos se muere un niño menor de cuatro años, según datos de la Unesco, de hambre o de enfermedades curables. Los chinos llaman al mundo “las diez mil cosas”, y esta lista sería interminable. Serían “las diez mil cosas”.

–“El poema quiere engañar al tiempo y el sufrimiento lo derrota”, se lee en el libro. Sin embargo, a pesar de esa derrota, el poema se escribe, aun con lo que no se puede decir...

–Se escribe el poema intentando entrar en espacios desconocidos. Son invenciones que te salen del cuerpo. Es un tema muy largo, muy difícil... Pero te habrás fijado que los poemas que le dediqué a Marcelo son pocos entre los 287 textos. Desde la muerte de mi hijo, de mi nuera, y el secuestro de mi nieta, han pasado 37 años. Creo que Hoy fue un intento de expresar lo que me pasó con la muerte de mi hijo, una especie de síntesis. Pero no lo sé. Es una vista al pasado, pero en presente.

–Aunque la forma cambió, Hoy no deja de dialogar con sus anteriores libros, ¿no?

–Sí, es verdad. Además, en mis dos o tres libros anteriores hay una suerte de condensación también. Y en cuanto a si es prosa poética o poesía en prosa o como quieras llamarla –ese concepto siempre se entendió mal por el título de Charles Baudelaire–, yo he escrito también poemas muy breves hace años, ¿no? En mi primer libro podés encontrar poemas en prosa y luego ese tipo de poemas están en Salario del impío, por ejemplo. La forma breve no me es extraña.

–Este libro es como una especie de espiral que tiene un final perfecto con el poema de cierre, el único con título, y esa seguidilla de preguntas...

–Me parece que lo tenía que cerrar así. Después vinieron más poemas y más... Llega un momento en que la obsesión baja, se extingue o es tan débil que ya no vale la pena continuar. Pero sigue produciendo poemas y uno tiene que cuidarse mucho de no incluir en los poemas que “sí” valen la pena esos últimos poemas que “no” valen la pena, porque pertenecen a una mecánica adquirida de la escritura y no a una necesidad expresiva.

–¿Es ir contra aquello que automatiza la escritura?

–Claro, que es lo que llamo “la maquinita”. Una vez que lograste el tipo de expresión adecuada podés seguir escribiendo sin problemas. Pero también sin sentido. Esos poemas no responden al libro. Ya son producto de otra cosa, de una suerte de estilo adquirido o como quieras llamarlo; pero con la obsesión bajísima y ya no necesita expresión. Poner al estilo o a la mecánica de expresión conseguida por encima de lo que necesariamente debe ser escrito me parece una traición a la poesía y a mí mismo.

“De la serie de hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don, un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo –escribió Borges–. Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre.” Gelman dedica varios poemas de Hoy a poetas como Antonio Gamoneda, Alberto Szpunberg, Jorge Boccanera, Rodolfo Alonso, Antonio Cisneros, Mario Trejo y también a Chavela Vargas, Joaquín Sabina y Cristina Banegas, entre otros.

–¿Qué significa dedicar un poema para usted?

–Ocurre por distintas cosas, a veces porque me parece que el poema es adecuado para la persona dedicada. En cuanto a los que se fueron –como Cisneros, Trejo y Chavela– por alguna razón ese día pensé en ellos. Y pensé en su falta, porque cada uno de los que se fueron son cachos de uno que se pierden. Yo supongo que dedico esos poemas para recordarme a mí mismo a los que se fueron.

–Hay varios dedicados a Ignacio Uranga, un poeta joven con el que tiene mucha afinidad.

–Su poesía es extraordinaria. Ignacio me envía sus poemas y escribí un prólogo para uno de sus libros. Me parece una poesía vigorosa, nueva; es muy original y muy propia de él.

–¿Qué destino tendrán los poemas producidos por “la maquinita” que sacó de Hoy?

–Se convierten en papel de reciclaje. Vos sabés que se gasta mucho en papel en distintas cosas, sobre todo en el periodismo... (risas).

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“La dimensión del Mal es de tal naturaleza que hay cosas que no se alcanzan a decir”, señala Gelman.
Imagen: Pablo Piovano
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