Domingo, 2 de junio de 2013 | Hoy
CULTURA
CCLXXXVII
Desátense las furias del jodido para que el cielo cambie de color y crezcan las magnolias que nadie pudo imaginar. Que se vengan abajo los patrones de la angustia mundial, la luz de la sangre que mancha las piruetas del comer. Todos los días, todos los platos, toda la amarga servidumbre obediente a los fantasmas de estar como no estarse. ¿Dónde pasaba la carroza de la humilde hermosura? Vengan con sus rajones, sus partículas, sus giros en sí mismos, su no dormir acariciando astros que no existen. O cállense ya muertos, lejos de la piedad que no merecen.
CCLXXXI
Me cavo para no encubrirte más con visiones de tu abrigo largo. Un parpadeo dura mucho cuando se aparta el ser de sí en vuelos sin rumor. Libre aún entre muros de cemento y cal viva/arrojado a que nunca fueras certidumbre.
A Marcelo
CXXXI
¿Se amustia lo vivido cuando le dan palabra? ¿El después hablado lo traiciona? ¿Y qué le hace, dónde, cómo? ¿Encuentra viejas furias que atravesaron siglos/ comen tiempo? ¿Soles de ideas idas? ¿El no ser del amor para que sea? ¿El río que pasaba con las manos juntas? ¿Un niño absorto en su niñez? ¿Lugares donde el bien incubaba el mal? ¿Las alas gachas de una piedad muda? El frío tiembla en puertas del pasado que vuelven a golpear.
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