CULTURA › PACHO O’DONNELL PUBLICó MONTEAGUDO, PIONERO Y MáRTIR DE LA UNIóN AMERICANA
El historiador ya había escrito un libro acerca del prócer tucumano, pero la fascinación por el personaje lo llevó a una nueva investigación. “Era un tipo bravo, que sale del identikit de los personajes que ‘le gustan’ a la historia que nos contaron”, afirma.
› Por Cristian Vitale
Treinta y cinco años tenía cuando lo mataron de una puñalada en la calle Belén de Lima, el 28 de enero de 1825. De ahí para atrás, Bernardo de Monteagudo –abogado, revolucionario, prócer “semioculto” de la historia argentina– había puesto su pluma y su acción política a disposición de la independencia americana. Había impulsado la Asamblea del Año XIII y la guerra de zapa; había redactado la proclama de la independencia de Chile y las que San Martín leía a sus soldados; había gobernado la Lima ganada a los realistas, mientras San Martín se ocupaba del frente militar, y propagado aquel Congreso de Panamá que iba por todo. Había acompañado muy de cerca, al cabo, a los tres ejes humanos sobre los que giró la unión americana: San Martín, O’Higgins y Bolívar. “Y sin embargo, su obra persiste en las penumbras para los sectores por los que dio su vida: el criollaje, el indio”, sostiene Pacho O’Donnell, rodeado por los libros que pueblan la biblioteca de su piso en la ciudad, y esperando el café que temple su voz. No habla porque sí, sino por el libro que acaba de editar –Aguilar mediante– sobre vida y obra del prócer tucumano: Monteagudo, pionero y mártir de la unión americana. “Incluso cuando propuse la idea a la editorial, dije: ‘Miren que van a vender muy poco, porque nadie sabe quién fue Monteagudo’”, se ríe. “Hay que celebrar esto de meterse con un personaje ocultado, enterrado, poco ‘publicitado’.”
–Es paradójico que de los tres “jacobinos” de la lucha por la independencia, el menos nombrado por la historiografía argentina es el que más activó y perduró, porque tanto Moreno como Castelli, los otros dos, murieron temprano.
–Ambos son maltratados, sí, pero visibles. O al menos más que Monteagudo. Yo agregaría a Dorrego, Artigas o los caudillos federales, a quienes la historia oligárquica también visibilizó para maltratar, algo que ni siquiera hizo con Monteagudo. Creo que es así porque fue un gran latinoamericanista y éste es el eje de mi libro. Mientras que el de los vencedores de las guerras civiles, los unitarios que se rebautizan liberales, es un proyecto de un país chinchorro de los intereses imperiales, el de Monteagudo es un proyecto que va contra esos intereses.
No es la primera vez que el psicoanalista e historiador se mete con Monteagudo. Había escrito otro libro sobre él en 1995 y había hecho el guión, en carácter de dramaturgo, de El encuentro en Guayaquil, obra teatral que expusieron Lito Cruz y Rubén Stella, pero una fascinación especial por el personaje lo llevó a montarse sobre lo investigado e ir por más. “Su vida fue muy intensa. Pensemos que fue nada menos que quien redactó el manifiesto independentista de Chile, porque era capaz de establecer claramente el programa de un proyecto. También lideró el jurado que determinó el fusilamiento de Alzaga en 1812, fue protagonista principal de la campaña de San Martín al Perú y un gran diagnosticador de la política internacional. Un tipo bravo, digamos, que sale del identikit de los personajes que ‘le gustan’ a la historia que nos contaron. Monteagudo ha sido un hombre de talento y con una gran capacidad de mostrarlo y seducir, no sólo en el sentido de macho”, define el actual presidente del Instituto Manuel Dorrego.
–Que también tuvo...
–Se dice que era un tipo muy buen mozo, sí, y de hecho Vicente Fidel López, otro historiador fundacional, da una descripción casi erótica de su figura. Pero la seducción la ejercía en otro terreno, porque él quería estar en el centro de la revolución independentista americana. De hecho, cuando entra en Buenos Aires para defender a su amigo Castelli, al que juzgaban por el desastre de la batalla de Huaqui, inmediatamente se hace notar por sus textos, sus conferencias y su participación en las tertulias.
–Usted lo describe como un revolucionario en todo el sentido de la palabra.
–Que incluso no le escapa a los trabajos sucios. Monteagudo fue el creador de la guerra de zapa, algo así como el antecedente de la guerra psicológica moderna: cuando se inicia la campaña a Lima, él lleva una imprenta en la que se imprimen textos para bajar el ánimo de las fuerzas enemigas: agranda las victorias, minimiza las derrotas y esto genera un efecto importante en Lima, donde San Martín entra sin disparar un solo tiro, porque las fuerzas realistas, desanimadas, abandonan la ciudad. Al igual que Belgrano, Monteagudo se proponía enseñar, crear la noción de patria, de proyecto común: crear una conciencia de Nación Americana... Era obcecadamente antiespañol.
–Algo que demostró claramente cuando le tocó gobernar Lima, con San Martín ocupado en el frente militar.
–Sí, porque además de echar españoles o incautarles sus tierras, fondos y animales, toma medidas progresistas: reivindica los derechos indígenas y legitima el concepto de patria grande.
–Otra etapa poco revisada de la vida de Monteagudo es su muy cercana relación con Bolívar.
–Cuando Bolívar dice que su sueño es que las naciones americanas se unan en un congreso anfictiónico en Panamá, le pide a Monteagudo que escriba un texto, un ensayo que quedará inconcluso, en el que se establece la idea de que las naciones americanas deben unirse para protegerse de la voracidad de los nuevos imperios que vienen a apoderarse de aquello que España ha tenido que abandonar a la fuerza. La idea es extraordinaria, porque no tiene que ver con la retórica, sino con la creación de un ejército americano preparado para rechazar una nueva colonización. En ese momento, Monteagudo no está pensando sólo en Gran Bretaña, sino en la Santa Alianza, la unión entre las monarquías absolutistas de Rusia, Austria y Alemania, a las que se suman Francia y España para devolver el mundo al período anterior a la Revolución Francesa y recuperar las colonias perdidas.
–Su hipótesis es que la muerte de Monteagudo está directamente relacionada con esta situación.
–Las historias interesadas la han adjudicado a temas de faldas, pero hay una lógica de su muerte. Monteagudo tenía que morir, así como Dorrego tenía que morir... Hay tipos que no pueden seguir vivos, es una decisión política inevitable y eficaz para los sectores antipopulares. Es una muerte signada por el interés político y yo estoy convencido de que lo manda matar la Santa Alianza.
–Este es un frente y el otro es el Congreso de Panamá, que sabotea Rivadavia, y que liga más bien con los intereses británicos.
–Este es un hecho que todavía estamos lamentando, porque en ese momento o se apoyaba la balcanización de América que proponía la Foreign Office o se iba por la Unión Latinoamericana, que hoy promueven la Unasur o la Celac... Rivadavia trabajó activamente por la balcanización: fue un emisario de Gran Bretaña, un pionero de esa dirigencia socia de los intereses imperiales ajenos que llega hasta hoy. A Monteagudo, claro, hay que ubicarlo en las antípodas.
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