Domingo, 18 de agosto de 2013 | Hoy
CULTURA › PILAR DEL RIO, PERIODISTA, TRADUCTORA Y PRESIDENTA DE LA FUNDACION SARAMAGO
Durante 24 años vivió junto al Premio Nobel de Literatura. Vino a la Argentina para una serie de homenajes al autor de Memorial del convento. “El decía que lo más triste era morirse y saber que el mundo seguía siendo este infierno para tantos millones de personas”, señala.
Por Silvina Friera
Vivir todos los días como si fuera el primero. Como si fuera el último. Pilar del Río –lo ha dicho su compañero de ruta– tiene una conciencia muy clara acerca del mundo en que vive. Ver, oír y no callar ciertamente es lo que mejor define su carácter, su temperamento. Su modo de ser y de estar. La idea del cansancio es una herejía “cuando nos corre sangre por las venas”. Si algo no le gusta, suelta un ¡qué horror! que perfora el aire. Nada más lejano que el medio tono, la apatía o la distancia que muchas veces imponen los buenos modales. Puede ser cabrona y cálida en una misma frase, compasiva y exagerada. Jamás mezquina o indiferente. Aquí y ahora, en el piso catorce de la editorial Alfaguara, se empeña en vencer –y lo consigue– un percance tecnológico con el “ordenador de José”. Entonces, finalmente, la editora Julia Saltzmann y el periodista y escritor Reynaldo Sietecase pueden escuchar una pequeña maravilla: el disco-libro En esta esquina del tiempo, en el que Luis Pastor canta poemas del escritor portugués. “Alzo una rosa, y todo se ilumina.” Ese verso logra lo que no consigue el sol de la tarde: encender la mirada de todos. Pilar se acurruca en uno de los sillones. Luego mueve despacio las manos con la cadencia inconfundible de una andaluza. Viene a la mente otro verso que acaso condensa lo que ocurre en las pupilas radiantes de esta periodista, traductora y presidenta de la Fundación José Saramago: “Amor es fuego que arde sin verse”.
Eran las cuatro en punto de la tarde del 14 de junio de 1986. En el Hotel Mundial de Lisboa una reconocida periodista española se encontró con el autor de Memorial del convento, el primer libro que ella leyó. Después de ese flechazo literario, consiguió en las librerías El año de la muerte de Ricardo Reis. Antes de ese encuentro capital, Pilar había comentado y recomendado esos libros. Pero no era suficiente: necesitaba conocerlo. Y lo llamó como lectora. No quería entrevistarlo. Sólo buscaba agradecerle el haberla hecho mejor persona con esas novelas. Ya habían pasado las cuatro de la tarde cuando salieron a caminar por la ciudad. Intercambiaron direcciones y teléfonos con la certeza del flechazo sentimental que se avecinaba. “Sé que ella tuvo la misma sensación: yo había encontrado a esta mujer y ella había encontrado a este hombre”, cuenta Saramago en José y Pilar, un libro con las conversaciones inéditas que mantuvo el cineasta Miguel Gonçalves Mendes durante los cuatro años que filmó a la pareja en la intimidad de Lanzarote. El documental se proyectará hoy a las 17.30, con entrada libre y gratuita, en el Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551). Hubo un ida y vuelta en la correspondencia, hasta que la curiosidad y el interés del escritor lo llevaron a poner las cartas sobre la mesa. “Si las circunstancias de tu vida lo permiten, me gustaría, puesto que voy a Barcelona y a Granada, acercarme a Sevilla para encontrarnos.” Pilar le respondió que sí, que las circunstancias de su vida se lo permitían. Desde entonces nunca se separaron.
“Miraré a tu sombra si no quisieras que te mire. Quiero estar donde estará mi sombra, si allí estuvieran tus ojos.” La frase de El evangelio según Jesucristo la llevaba Pilar del Río (Castril, provincia de Granada, 1950) en el dobladillo del vestido para la gala del Premio Nobel que obtuvo Saramago en 1998. No llevaba un vestido –ha dicho–, vestía una alegoría. Estuvieron veinticuatro años juntos. El 14 de junio de 2010 festejaron el que sería el último aniversario. “José me dijo que cumpliríamos muchos más –recuerda Pilar a Página/12–. Esa noche tuvimos una cena en casa con amigos. Y ahí fue donde dijo que no vivíamos en una crisis financiera ni económica, sino que era una crisis moral. Fue la última lección que nos dejó patidifusos a todos los que estábamos ahí. Parecía que estaba un poco ausente. ¡Y qué va!, estaba absolutamente al día. Y cuatro días después, el 18 de junio, el día que tocaba ir al médico...”. No completa la frase. Ese día murió Saramago.
–La novela que dejó inconclusa, Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas, ¿se va a publicar? ¿Cuál es la idea?
–La idea no te la puedo adelantar porque no es mía. Han estado trabajando varios editores, entre ellos el de Alfaguara. La novela va a salir de una forma digna de José Saramago. Más no te puedo decir. Son tres capítulos completos que tienen unidad. El dejó de escribir porque entraba en una siguiente fase que tenía que investigar y era un trabajo tedioso. Entonces lo fue dejando porque sabía que se iba a meter en un infierno. Y a nadie le apetece bajar al infierno, ¿eh? Y ahí fue cuando le pilló la muerte. ¿Sabes que me contó cómo terminaba y se me ha olvidado? Solamente sé la última palabra porque la encontré anotada.
–¿Qué palabra es?
–Es una frase: “Vete a la mierda” (risas). Eso está escrito en unas notas. Todos los detalles que me contó –para evitar tener la más mínima tentación de escribir lo que él pensó– se me han borrado absolutamente.
–Entre ustedes se escribían cartas, ¿no?
–¿Eso cómo lo sabes?
–Haciendo archivo, aparece en una nota de un diario colombiano, si la memoria no falla... cartas que aclaró que no pensaba publicar, ¿es así?
–¿Por qué habré dicho eso? No se van a publicar esas cartas. Vengo de firmar ante un notario que si me llegara a pasar algo, la única persona que puede tocar esa correspondencia –esa persona ha aceptado– no las puede publicar. Las tiene que destruir. ¿Por qué no las destruyo yo? Si no me muero ahora y vivo un poco más, quizá me apetezca leer eso que está ahí. Pero no es para publicar. Nosotros le llamábamos “el buzón de confianza”. Ahí íbamos dejando cosas que nos gustaban, que nos podíamos decir.
–¿La demora en la salida de lo último que escribió Saramago, Alabardas, alabardas..., se debe a que sería un modo de completar un duelo para usted y los lectores? Ya no habría nada nuevo, nada más de Saramago, y sólo quedaría releerlo, ¿no?
–En la Fundación vamos a ir publicando las conferencias o los textos que a lo mejor se publicaron en Francia o en Italia y no en otros lugares. Son textos públicos no tan conocidos, que nunca serán de una difusión mayoritaria como la novela, aunque creo que deben estar a disposición de los interesados. Sorpresas no vamos a tener. Y, efectivamente, Alabardas... es el último texto. Pensar que nos queda un último Saramago es más interesante que saber que ya no nos queda ningún Saramago.
–¿Hizo el trabajo de traducción de este texto, como lo hacía habitualmente cuando Saramago escribía sus dos páginas diarias y usted inmediatamente las traducía?
–Sí, el trabajo está hecho... Hay algunas cosas que en Argentina –en español– no están. Hay alguna obra de teatro que falta, como por ejemplo Que farei com este libro, que trata sobre Camoes haciendo todo para publicar Os Lusíadas, que es como el Quijote en portugués. Finalmente para publicarla tiene que ceder los derechos de por vida a una imprenta para que le hagan 200 ejemplares. Y la obra de teatro termina con Camoes muy contento, mirando el libro Os Lusíadas, preguntándose a sí mismo: “¿Qué haré ahora con este libro?” Y luego se acerca al público y le pregunta: “Y vo- sotros, ¿qué haréis con este libro?”. Además está escrito en un portugués maravilloso que tengo la enorme necesidad y urgencia de traducir. Y hay un libro de juventud, sí de juventud –no como Claraboya que no es un libro de juventud sino un libro donde está contenida toda su obra–, que estoy también por traducir. Yo tengo trabajo como traductora para los lectores en español, pero ya no vamos a tener ningún Saramago nuevo, salvo Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas.
–En el documental José y Pilar sorprende la enorme compasión de Saramago hacia el público, durante los viajes, las giras, las presentaciones. Pero también se percibe un enorme fastidio o cansancio, como si estuviera en una encrucijada resumida en esta frase: “Esto lo tengo que hacer, pero no lo haría”.
–No: “esto lo tengo que hacer”. Si entro en la casa de una persona arrasando y esa persona viene por un autógrafo o por una foto, ¿quién soy yo para no hacerlo? El primero que entra en la casa es el autor y luego el lector quiere devolverle algo. Lo que pasa que el autor es uno y los lectores son millones. Y no se dan cuenta de que pueden ser tediosos. Pero el autor tiene la obligación de entender a los lectores como si fueran únicos.
–No es sólo el encuentro con los lectores, sino con los periodistas. El hecho de tener que participar de esa especie de “circo mediático” de las conferencias de prensa, donde le preguntaban casi siempre lo mismo y él se veía obligado a reciclar frases, respuestas...
–Los periodistas somos los grandes perdedores. Y digo somos porque también yo soy periodista. Somos los grandes perdedores de la película José y Pilar, y a lo mejor de la vida, porque hacemos un trabajo mal hecho, quizá porque estamos mal pagados. Hacemos preguntas absolutamente imbéciles. Y el autor tiene que controlarse para dar una respuesta inteligente porque entiende que el periodista está mal pagado, que no ha tenido tiempo, que lo acaban de mandar. Te contaré que José a veces me decía: “Pilar, te pones siempre de parte de los medios y no me defiendes a mí”. Porque yo siempre decía que para el periodista va a ser importante hacer esa entrevista. Y José decía: “Estoy tan cansado, Pilar, ¿estás segura de que tengo que hacerlo?”.
–A pesar del deterioro de su salud, seguía viajando, presentando libros, escribiendo, como si hubiera una pelea o una urgencia. ¿Contra qué peleaba?
–No creo que fuera una pelea en contra, sino a favor. El decía que lo más triste era morirse y saber que el mundo seguía siendo este infierno para tantos millones de personas. Hay fuerzas organizadas para evitar que la gente viva mejor. El poder económico y especulativo ha conseguido pasar su mensaje de tal manera que los pobres apoyan a los ricos para que luego gobiernen en su contra. ¡Esto es el colmo! Hay políticos que van de demócratas dando lecciones todos los días, diciendo que la democracia se regula con el mercado. El mercado regula la democracia. Mira qué sociedad más democrática tenemos ahora que sólo hay mercado.
–El problema es que la dirigencia política española está gobernando para el poder económico, de espalda a la ciudadanía, ¿no?
–Pero es porque los ciudadanos queremos. Parece que a los ciudadanos nos gusta así. Porque si no nos gustara, cada día diríamos: “Oiga, explique por qué esta ley no me beneficia ni a mí ni a mi barrio”. ¿A quién le está beneficiando? Lo que pasa es que los ciudadanos dicen: “tenemos suficiente con nuestras vidas privadas”. Los ciudadanos somos los responsables de los gobiernos que tenemos.
–¿Es optimista respecto del movimiento que se generó a partir del 15-M?
–En España, con un grupo de gente entre los que está Baltasar Garzón, hemos creado una plataforma cívica para pedirles a los partidos políticos de izquierda –porque los de derecha no nos interesan– que oigan las manifestaciones que se han producido en la sociedad. El movimiento del 15-M es importante como lo fueron las manifestaciones del Mayo Francés, que cambiaron la forma de mirar y de pensar. Ahora me gustaría que tenga consecuencias políticas inmediatas. Los partidos no pueden estar al margen de la sociedad. La desafección que existe entre ciudadanos y partidos es un fallo horrible. Hay que conseguir que los partidos políticos sean representantes de la sociedad y que gestionen el bien común.
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