CULTURA › CALE - TRAPITOS AL SOL, EN LA BIBLIOTECA NACIONAL
“La de Calé es una figura muy respetada entre sus colegas, pero un poco olvidada por el gran público”, dice Judith Gociol, del Archivo Nacional de Historieta y Humor Gráfico, responsable de la muestra que destaca el arte del creador de Buenos Aires en camiseta.
› Por Andrés Valenzuela
“Sea buen chico. Regrese al hogar-Divito”, ruega sucinto el telegrama. Divito, gran dibujante, lúcido autor devenido editor y empresario, tenía poca paciencia con sus colegas menos disciplinados. Al único al que le tuvo consideración fue a Alejandro del Prado, el que firmaba sus dibujos y textos como Calé. Divito, sencillamente, advertía la genialidad de Calé, su mirada penetrante de lo social y su capacidad de trabajo. Por eso le toleraba los desplantes y los plantones que sufrían los cadetes de la revista en el estudio, mientras el dibujante criado en Rosario aprestaba su chiste. Ese telegrama (y otros de similar tenor), revistas, memorabilia futbolera, bocetos, cuadernos de notas, contratos con orquestas de tango, cortos animados de Buenos Aires en camiseta y una cantidad de originales de esa obra cumbre del humor gráfico argentino se exponen en la sala Juan L. Ortiz de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502).
Calé - Trapitos al sol fue curada por Judith Gociol y José María Gutiérrez, responsables del Archivo Nacional de Historieta y Humor Gráfico que funciona en la Biblioteca Nacional y al cual la esposa e hijos de Calé donaron buena parte de su obra. Además, su hijo, el músico Alejandro del Prado, tocó la guitarra en la apertura. La inauguración fue un momento muy particular para el edificio de Agüero y Las Heras, visitado por una multitud de figuras que le rindieron homenaje, como Quino, el dramaturgo Francisco Javier y el cineasta y animador Martín Shor, entre muchos otros.
“La de Calé es una figura muy respetada entre sus colegas, pero un poco olvidada por el gran público. Además recibió pocos homenajes, y se hicieron pocas muestras en el tiempo que pasó desde que se murió”, considera Gociol quien, además, destaca la feliz coincidencia de la muestra de la Biblioteca Nacional con la dedicada a Oski en el Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473). Dos figuras tremendamente influyentes para los dibujantes que vinieron después y que reciben así reconocimiento de importantes instituciones culturales nacionales. “Ambos influyeron mucho con sus dibujos, Caloi reivindicaba a Calé, Quino decía que lo miraba mucho. Y claro, Landrú y Fontanarrosa tienen mucho de Oski”, advierte Gociol y explica que la palabra era fundamental en la construcción del discurso de Calé. “Estaba esta idea de mostrar la otra cara de las cosas, de des-solemnizar, hacer realmente un Buenos Aires en camiseta.” Calé, además, llegaba mucho al gran público. Primero por publicar en Rico Tipo, una de las principales revistas de su época, pero además porque su sección era de las más valoradas por lectores, colegas y, claro, su sufrido editor.
En Trapitos al sol el énfasis está puesto en la mirada social (prácticamente sociológica) de Calé, que se ponía de manifiesto en Buenos Aires en camiseta, pero que se extendía a toda su obra. Calé no se detenía sólo en el detalle anecdótico, ni en el costumbrismo “de postal”. Lo suyo era una ecografía sobre el barrio. Las camisetas, las muchas telas de los trajes, la vida en el yugo del laburo, la cancha, los periodistas deportivos, la vereda y las medias con pantuflas. Y también las miserias, el gataflorismo, las miradas múltiples sobre los mismos hechos, las claudicaciones y resistencias cotidianas. Con cariño, pero sin piedad: probablemente el mejor modo de caricaturizar.
Los curadores agruparon la obra de Calé por tema y no por época, de modo que se entremezclan sus primeros trabajos, bocetos diversos y la obra de comienzos de los ’60, poco antes de su temprana muerte. El tango, el fútbol, la calle, la peluquería, la escuela, el noviazgo, el trabajo, el transporte público, la política. Todos asuntos que abordó constantemente.
Pero no todo era dibujo en la vida multifacética de Calé. Tuvo un acercamiento notable al tango. Es cierto que comenzó bocetando los personajes con que se topaba en milongas, pero no se limitó al lugar tangencial que propicia la caricatura y la ilustración de tapas de álbumes, programas de recitales y demás obra gráfica, sino un involucramiento activo como agente artístico. A menudo organizaba recitales, milongas y eventos para permitir la presentación de sus orquestas predilectas. Pero hizo todavía más. Por caso, trabó amistad con Horacio Salgán, con quien tomó clases de piano como paso previo a convencerlo de reunir a su orquesta, y luego se convirtió en su representante. Aunque el propio músico en alguna ocasión señaló que Calé era un simple muchacho entusiasta que los ayudaba a conseguir funciones, la muestra de la Biblioteca Nacional presenta el contrato modelo que el dibujante, bajo su nombre “de civil” Alejandro del Prado, presentaba a quienes aspiraban a contratar a la orquesta.
Además, era un ferviente hincha de River Plate e incluso trabajó durante años en la revista del club, haciendo crónicas profundamente descriptivas en las que se ensañaba con dirigencia, árbitros y hasta jugadores, porque la pasión no le cegaba la mirada sagaz y la lengua ácida. Fruto de este paso por el mundo del balompié, Trapitos al sol presenta varias perlitas. Hay una pelota de la época, con un bello cuero marrón, firmada por el mítico jugador Angel Labruna; una casaca con la banda roja (pequeña y con botones tipo camisa), y la bandera que una novia rosarina le había cosido a Calé, que éste llevaba a la cancha cada domingo y que colgó del tanque de agua cuando nació su segundo hijo (porque como recuerda el primogénito, la ocasión ameritaba celebrarlo “como un campeonato”).
La inmensa popularidad de Buenos Aires en camiseta no calmó el entusiasmo artístico de Calé: lo colmó de ansiedades. Sentía que no estaba a la altura de la admiración que se le profesaba y se empeñaba en mejorar sus dibujos y textos, aun en desmedro de su salud. Uno de sus hijos cuenta que a fines de los ’50, comienzos de los ’60, su padre convivía con dos frascos: el de tinta Pelikan y el de Actemín, droga de venta legal que estaba de moda “para despabilarse” y que podría sindicarse como la causa de muerte de Calé: un paro cardíaco es cosa rara a los 38 años, como le sucedió en 1963. A días de su partida, el humorista recibió un tributo popular del que pocos disfrutan: cuando River le ganó a Chacarita 2 a 0, el jugador de la banda Martín Pando le dedicó su gol. Un homenaje bien de pueblo para el tipo que lo había dibujado como pocos.
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