Sáb 26.10.2013
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CULTURA › REFLEXIONES SOBRE LA PUBLICACION DE LA SERIE FRAGMENTOS FOUCAULTIANOS

“Nos hace pensar que las cosas pueden ser de otro modo”

A casi treinta años de la muerte de Michel Foucault, tres libros reúnen artículos, entrevistas y conferencias del filósofo francés. Edgardo Castro, supervisor de la edición, dice que una de sus grandes enseñanzas es que “no se puede perder nunca la capacidad crítica”.

Su obra irrumpió de forma audaz en los años sesenta y hoy constituye un capítulo fundamental del pensamiento clásico. Lejos del rol estereotipado del intelectual, Michel Foucault fue, ante todo, un pensador irreverente que desafió a la modernidad y derrumbó todos sus mitos. Numerosos colegas contemporáneos quisieron interpretar su teoría y su método, y en ese esfuerzo lo han catalogado de estructuralista, de marxista y hasta de rebelde sin causa, pero lo cierto es que no ha sido más que un experimentador que escribió su experiencia, sin doctrinas, en un proceso arduo de decodificación, con el objetivo de deconstruir el presente para desnaturalizar lo establecido. Desde su primer libro, Historia de la locura, hasta sus posteriores trabajos como Vigilar y Castigar, donde describió el pasaje del suplicio a la prisión como forma punitiva moderna, el principal objeto de estudio que concentró su atención fueron los mecanismos de poder que subyacen en toda estructura social.

Casi treinta años después de su muerte, su pensamiento permanece vigente y en permanente redescubrimiento y, como muestra de este fenómeno, la editorial Siglo Veintiuno publicó recientemente la serie Fragmentos Foucaultianos, que reúne distintos artículos, entrevistas y conferencias inéditas en español y de difícil acceso, que forman parte de la compilación Dits et écrits (Dichos y escritos), realizada en 1994. La colección, integrada por El poder, una bestia magnífica. Sobre el poder, la prisión y la vida; La inquietud por la verdad. Escritos sobre la sexualidad y el sujeto y ¿Qué es usted, profesor Foucault? Sobre la arqueología y su método, revela a un Foucault en primera persona que habla de sus intereses, sus influencias ideológicas, sus métodos y la génesis de sus distintos escritos. A su vez, conceptos fundamentales de su obra como el poder, la sexualidad, la medicalización, la psiquiatrización y la normalidad, entre otros, también aparecen entre estas páginas que constituyen un verdadero hallazgo literario para todo foucaultiano que se precie de tal. De todos modos, el conocimiento del autor y de su teoría no es excluyente para la lectura de estos libros, puesto que el ritmo coloquial de la escritura facilita su comprensión.

Edgardo Castro, doctor en Filosofía y especialista en la obra del filósofo francés, supervisó la edición de la presente serie, que sugiere nuevos procesos de lectura. “Estos libros son una propuesta, afortunadamente discutible, que no pretende cerrar el debate ni decir la última palabra; son fragmentos de experiencia y de erudición –de ahí el nombre de la serie– que muestran lo extraordinario del efecto Foucault, a mi modo de ver: la combinación de una erudición avasallante y estricta con una experiencia concreta”, señala Castro, como un anticipo de la entrevista que ofrece a continuación a Página/12 para indagar acerca de una de las mentes más lúcidas del siglo XX.

–La compilación de la serie no es azarosa, cada libro tiene un eje temático...

–Sí, El poder, una bestia magnífica tiene como eje el problema complejo del poder; La inquietud por la verdad, la subjetividad y la sexualidad, que trata de seguir el camino a través del cual Foucault reformuló tantas veces el proyecto de su trabajo Historia de la sexualidad y, por último, ¿Qué es usted, profesor Foucault?, que es el tomo más actual, está dedicado al problema del método y al diálogo de Foucault con las ciencias sociales, un diálogo abierto que abre perspectivas sobre las otras disciplinas y que al mismo tiempo abre perspectivas sobre la propia filosofía. La literatura significaba para Foucault la forma de volver a decir de otra forma lo que ya ha sido dicho, y esto es un poco lo que sucede con esta compilación; estos textos no son desconocidos, pero producen un nuevo efecto de lectura compilados de este modo.

–Usted menciona en la introducción de El poder, una bestia magnífica, que los críticos de la obra de Foucault le adjudicaron a ésta un “efecto anestesiante”. ¿Qué implica esto y qué significa?

–Sí, hay una idea de que hay teorías que anestesian, que son como narcotizantes, y Foucault responde a los críticos que su teoría no anestesia, sino que a lo sumo sus escritos llegan a paralizar algunas prácticas, y él pone en juego estos conceptos distintos: la anestesia y la parálisis. Cuando uno está anestesiado, no es consciente del dolor, en cambio cuando uno está paralizado, sí es consciente. Muchos de sus textos quieren provocar una parálisis, y esto implica que uno pueda tener una actitud crítica respecto de cosas que le parecen evidentes y naturales. Un ejemplo interesante de este tipo de cosas es la administración estatal, una forma de disciplinamiento del comportamiento social. Foucault estudió, por ejemplo, los procesos de medicalización de las sociedades occidentales en países como Francia. En una sociedad donde todos los enfermos tienen una cama en el hospital, y todos los alumnos tienen un banco en el colegio, la crítica a los hospitales y al sistema escolar tiene un valor y un alcance diferente de lo que puede suceder en países como el nuestro, donde todavía falta que la educación y la salud lleguen a todos. Por eso creo que algunas lecturas exageran sus críticas y sacan de contexto los análisis de Foucault. Quien cree que él está en contra de las disciplinas se equivoca, porque la disciplina es necesaria; él en verdad está en contra de determinados usos de las disciplinas.

–¿En qué consistían las críticas que se hicieron a su obra?

–Las críticas que recibía, en general, venían de la izquierda marxista, porque él tenía una relación conflictiva con el marxismo, por su experiencia en el Partido Comunista, y porque en su obra la posibilidad de la acción política nunca es global, es decir, no es una obra partidaria de la lógica del todo o nada y tampoco postula que todo se puede cambiar. Existen luchas fragmentarias; no se pretende resolver todo. Foucault hablaba del chantaje de la modernidad –para hacer alusión a este tipo de críticas– que implica catalogar al crítico de antimoderno. Una de las grandes enseñanzas que dejan sus textos es que no se puede perder nunca la capacidad crítica; su obra produce un efecto paralizante que genera una visión crítica sobre nuestras prácticas.

–Foucault era un intelectual que hace manifiesto su respeto por la libertad del otro. No pretendía ser un profeta ni decirle a los otros qué hacer...

–En sus textos no hay bajada de línea. El es, ante todo, un pensador de las prácticas de la subjetividad, y un autor de gran actualidad, en el que la presencia de los clásicos de la historia de la filosofía, como Kant o Hegel, es extraordinaria.

–En estos tiempos en los que se apela de forma reiterada a la problemática de la inseguridad, y por ende al sistema carcelario, como forma punitiva, ¿puede decirse que la teoría de Foucault, acerca del éxito de la prisión como fábrica de delincuencia, está vigente?

–Sí, efectivamente, su teoría es que la cárcel produce delincuencia. Existen fenómenos, como la psiquiatrización o la penalidad, sobre los cuales uno corre el riesgo de pensar que remiten a problemas marginales o sectoriales de la sociedad, y esto no es cierto. Por el contrario, ahí está en juego una interpretación global de la propia sociedad. No siempre los locos o los delincuentes fueron encerrados. El porqué hacemos eso, y cómo lo hacemos dice mucho de una sociedad. La modernidad política y filosófica es fundamentalmente un problema securitario. La modernidad está fundada sobre lo que uno podría llamar la paranoia de la seguridad, que genera el problema del riesgo. Descartes era un paranoico que creía que hasta Dios lo quería engañar, y Hobbes era un paranoico que creía que hasta sus familiares lo querían matar. La inseguridad es sólo el 50 por ciento del problema, el otro 50 por ciento son los dispositivos con los cuales uno hace frente a la inseguridad. Las sociedades modernas son sociedades en las que los individuos son alentados a vivir en riesgo. Todos los dispositivos normalizadores generan formas de legitimidad del poder, y éste se resuelve a través de condiciones de legalidad y de legitimidad; ambas son necesarias. Con respecto a la cárcel, ésta es un medio en el que se gestiona la delincuencia, y por eso es inevitable un serio planteo sobre el problema carcelario.

–Existen quienes acusan a Foucault de abolicionista, por su crítica a la prisión. ¿Qué piensa de esto?

–Ese es el chantaje del todo o nada sobre el que ya hice mención. ¿Por qué si se manifiesta una crítica hacia una institución, de ahí hay que sacar la conclusión de que uno es abolicionista? Ahora, si alguien opina que las cárceles funcionan bien, me gustaría que lo demuestre. No he leído sobre el sistema penal en la Argentina, pero sí he leído los textos a los que Foucault remite y creo que los problemas que hay que plantearse son muchos. La prisión, en principio, podría desaparecer. Podría también proponerse la hipótesis de suprimir las escuelas, porque la cultura durante muchos siglos no funcionó allí. En Vigilar y Castigar, por ejemplo, Foucault se propone estudiar una sociedad disciplinadora; disciplinar fue una gran estrategia del siglo XIX, pero hoy se puede medicalizar. Está claro que el problema de la seguridad es algo muy complejo, pero no me parece que sea la solución llenar de gendarmes el conurbano. El juego no puede ser del todo o nada; es necesario tomar distancia de las cosas.

–¿Por qué el interés de Foucault por los “rechazados”?

–Porque, como dije antes, es en el perímetro de lo social donde se delinea el perfil de una sociedad. Los rechazados somos nosotros. La normalidad y la anormalidad van de la mano, son dos caras de la misma moneda. No creo que él haya sido un erudito de los rechazados, sino que ha sido un erudito de las formas históricas de nuestra propia sociedad.

–¿En qué radica la importancia de leer su obra?

–Los problemas de Foucault son nuestros problemas, y esta colección abre nuevas perspectivas sobre textos que ya hemos leído. Desde luego, no es una lectura obligatoria, pero es una lectura posible que puede abrir nuestro horizonte de experiencia y de vida. Foucault no te dice qué hacer, y tampoco propone una definición del hombre. En él hay sobre todo una política de la libertad, sin recetas, que al mismo tiempo no es una política humanista, y eso es lo más difícil de entender.

–¿Qué deja su pensamiento?

–Nos deja un lugar abierto y una interrogación. No nos deja ningún programa de reformas ni fórmulas, sino la tarea de pensarnos a nosotros mismos y pensar que las cosas pueden ser de otro modo.

Informe: Candela Gomes Diez.

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