Lun 16.12.2013
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CULTURA › MAS DE CUARENTA MIL PERSONAS PASARON POR ARGENTINA COMICCON

Un éxito en busca de identidad

Las colas fueron la norma entre el viernes y el domingo en El Dorrego, ante la primera edición de este encuentro, que tuvo más de eventos orientados al fandom que de historieta. Hubo nombres convocantes, pero los pronósticos de ventas fueron cautos.

› Por Andrés Valenzuela

El cosplay fue menor que en otros encuentros, pero casi todos tenían detalles alusivos.
Imagen: Bernardino Avila.

Liniers habla. Cuenta de sus comienzos en los suplementos No y Radar de Página/12. A sus espaldas hay un ventilador, pero igual desde lejos se lo ve acalorado. En un auditorio con pocas sillas vacías, una multitud le presta atención entre el movimiento acompasado de revistas y folletos que ofician de abanicos. Parece un ballet improvisado, pero es fruto del calor agobiante del fin de semana que marcó la primera edición de Argentina ComicCon en el espacio cultural El Dorrego (Zapiola 50), del viernes al domingo pasado.

En términos de convocatoria, Argentina ComicCon resultó un éxito resonante, probablemente sustentado en la atracción de la etiqueta ComicCon y en el respaldo mediático de la radio Vorterix, sumado a algunas figuras llamativas como el mismo Liniers, el ilustrador y escultor Ciruelo, la actriz de The Walking Dead Emily Kinney, parte del plantel de la tira juvenil Cumbia Ninja y personalidades como Juan José Campanella o Mario Pergolini. En total, desde la organización estimaban al cierre de edición de este diario unos 40.000 asistentes, con las puertas aún abiertas y gente esperando para entrar. Bastaba caminar por el barrio para notar que inclusive temprano ya muchísimos jóvenes se alejaban del predio con el botín de lo adquirido en los stands. Y adentro, muchos habitués del circuito reconocieron a este diario que hacía rato que un evento en Capital no registraba tanta convocatoria.

Desde lo cualitativo, el balance requiere un lápiz un poco más fino. Más allá de lo que su nombre pueda hacer suponer, Argentina ComicCon se comprende dentro de los eventos orientados al fandom, más que a los amantes de la historieta. De hecho, el comic ocupa un lugar discreto, si se lo compara con otros eventos de matriz menos comercial. El centro del universo ComicCon no está en el papel sino en los contenidos audiovisuales, y es allí donde este también se desmarca de similares como Animate. La mayoría de los primeros stands con los que se encontraron los visitantes al Dorrego eran de canales de televisión por cable con gigantografías de programas como Marvel Agents of SHIELD o películas como la próxima del Hombre Araña, donde maquillaban a los niños con motivos alusivos. Muchos de esos stands, además, estaban armados para funcionar como escenografía para las muchas fotos que se toman celular o semirreflex los visitantes. En el puesto del canal SyFy, en tanto, hacían maquillaje de efectos especiales en vivo y consiguieron tener constantemente a un buen número de personas sentadas alrededor observándolos.

En los stands que recorrió Página/12 el sábado se apreciaban buenas ventas, aunque los pronósticos eran cautos. Varios señalaron que el costo de cada espacio doblaba al de otros eventos similares y entre quienes no se habían animado a la inversión flotaba la duda sobre si la mayor cantidad de público rendiría directamente sobre las cuentas lo suficiente como para justificar las tres jornadas dentro del galpón –más allá de su correcta infraestructura– del Dorrego. Es que a veces más gente no significa más ventas, si el público extra está sólo de paseo y no pretende gastar más en la salida. Si se sumaban entradas, algo para comer o beber (15 pesos el vaso de gaseosa y rigurosos 30 el choripán) y alguna compra en los stands, una familia tipo podía gastar 600 pesos en un rato.

En este sentido, vale destacar que esta ComicCon también se diferenció de otras (la referencia inevitable que flotaba en el ambiente era respecto de Animate) en términos de público, pues consiguió romper la barrera del circuito y acceder al interés de un montón de familias y simples curiosos, que se acercaron “a ver qué tal era”. Aquí seguramente pesa también la buena recepción mediática del evento y los nombres conocidos. La cantidad de gente se advertía en la cola para sacar entrada, en la cola para entrar, en las colas para comprar comida y bebida y en las muchas colas para firmar libros, revistas y folletos que enfrentaron los invitados (Ciruelo, por ejemplo, rara vez tuvo menos de diez personas haciendo fila y esperando por un dibujo suyo).

Por otro lado, en los stands no había sólo libros. La mayoría de los espacios eran lo que la convención categorizó como “generales” y que van desde puestos que venden pins con imágenes de los principales personajes de animé hasta remeras, clubes de fans (ahí hicieron su aparición los “whovians”, amantes de Dr. Who), escuelas de artes aplicadas o dibujantes de arte fantástico.

Desde luego, la apertura de la convocatoria a la gente que habitualmente no visita estos eventos no significa que faltaran los cosplayers y la gente “del palo”. Aunque el porcentaje de jóvenes en cosplay parecía ser menor al de otros encuentros, abundaban los detalles alusivos, el atrezzo, los accesorios de series de animé, remeras sobre programas de televisión, películas o videjuegos. Y podían ser desde un vestidito con la pantalla de un PacMan, inconcebiblemente calurosos gorros de tela polar o inclusive de lana iguales a los que usan algunos personajes de la serie Hora de aventura (de repercusión indiscutible, a juzgar por la cantidad de gente que los llevaba). Por otro lado, esto llama a reflexionar sobre el espacio identitario que constituyen esta clase de eventos, si consiguen que un montón de jóvenes se predisponga a un calor demencial con ropa de abrigo en la cabeza o inclusive en el cuerpo: había uno vestido de Scooby Doo con un traje de cuerpo entero. Multiplicaba el calor que se sentía de sólo mirarlo y motivaba un pensamiento: el año que viene se hace la cobertura en cosplay de Tarzán. ¡Tiene que ser un poco más fresco!

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