Lunes, 30 de junio de 2014 | Hoy
CULTURA › ENTREVISTA AL FILóSOFO ESPAñOL MANUEL CRUZ
El catedrático catalán, autor de Adiós, historia, adiós. El abandono del pasado en el mundo actual, sostiene que esa relación con los recuerdos implica “renunciar a aprender de nosotros mismos”. Y dice: “La historia no ha terminado, nosotros la hemos abandonado”.
El discurso de una despedida no se reconstruye con el proverbial escepticismo, tan frecuente entre posmodernos de variado pelaje, ni con cosméticas actualizaciones apologéticas del fin de la historia. El filósofo español Manuel Cruz, en la introducción de Adiós, historia, adiós. El abandono del pasado en el mundo actual (Fondo de Cultura Económica), se anticipa al posible malentendido con una advertencia indispensable: “La historia no ha terminado, somos nosotros quienes la hemos abandonado”. Lo que vendrá a continuación será el despliegue de siete intensos capítulos en los que analizará “¿qué hacemos cuando recordamos?”, interpretando y reescribiendo a su admirada Hannah Arendt, respuesta condensada en establecer unas particulares y específicas “fronteras del tiempo”; desmenuzará los pormenores del pasado como territorio en conflicto –la condición de víctima, que es siempre interna a un relato–; explorará el carácter polisémico del término memoria, apelando a la literatura de Marcel Proust, W. G. Sebald y Enrique Vila-Matas, y las profundas contradicciones del imaginario. A pesar de postular que el presente se ha convertido en un lugar vacío, en un agujero negro que todo lo devora, el resultado es un libro escrito con la pasión de quien sabe que no hay más remedio que medirse con estas transformaciones y sus consecuencias.
“Me preocupa el imaginario colectivo actual, ese conjunto de nociones, valores y actitudes que compartimos con matices. Hay algo importante en el modo de pensarnos históricamente que está variando; nuestra relación con el pasado no es la misma que la de hace algunas décadas. En cierto sentido, nos hemos desentendido del pasado. Yo no estoy diciendo que la historia haya terminado ni esas tesis tipo Francis Fukuyama y similares –aclara Cruz en la entrevista con Página/12–. De la misma forma en que Nietzsche decía ‘Dios ha muerto’ –lo cual significaba que la idea de Dios ya no nos resultaba necesaria–, hoy se plantea que no necesitamos la historia para pensarnos en nuestra temporalidad, lo que creo que es un espejismo.”
–¿Por qué es un espejismo?
–Los medios de comunicación suelen anunciar que entramos en un período nuevo, en territorios inéditos. Cuando decimos que entramos en una nueva etapa, estamos automáticamente planteando que todo lo anterior ha quedado obsoleto. Uno de los mecanismos más eficientes del imaginario colectivo actual es ese presunto desentenderse del pasado. Yo creo que esa percepción, una manera de entender la historia muy distinta a la que heredamos, da como resultado lo que podríamos llamar un “extrañamiento”. No tenemos nada que ver con nuestros antepasados; un convencimiento que se extiende cada vez más. Esto es compatible con el hecho de que en nuestra sociedad se hable mucho del pasado, de que haya canales temáticos, documentales históricos. Pero esa manera de visitar el pasado es entendiendo el pasado como un parque temático.
–¿Qué implica convertir el pasado en un parque temático?
–Es como renunciar a aprender de nosotros mismos. O como diría Ortega y Gasset, sería “practicar un cierto adanismo”, creernos Adán en el paraíso, inaugurales, fundacionales. La cuestión no es si nuestra sociedad recuerda o no recuerda, sino si recuerda bien. La sociedad norteamericana que hasta los años ’60 hablaba constantemente de los procesos de colonización en clave épica –las películas del oeste– utilizaba el pasado para reafirmar sus propios convencimientos. La cuestión no es hablar del pasado, sino hablar bien. ¿Y qué significa hablar bien del pasado? Es estar en una disposición en la que podamos aprender de él. Que el pasado nos aporte conocimiento, no reconocimiento. El conmemorativismo no es conocimiento. Cuando tal día hacemos un acto litúrgico, eso es simplemente lo que creíamos saber. Reconocemos que emerge algo que no sabíamos en el momento en que nos sobresalta. El conocimiento del pasado nos tiene que inquietar: “esto no lo sabía y me obliga a reflexionar”.
–¿Cómo ha evolucionado este conocimiento en cuanto a la Guerra Civil y el franquismo?
–Las relaciones han sido cambiantes según la etapa histórica. El discurso histórico siempre ha dependido de la política. El problema no es que la política determine la historia, sino qué política determina la historia. En los años ’60, el franquismo en el poder se dedicaba a recordar constantemente el trauma de la Guerra Civil. En aquel contexto era la oposición, especialmente el Partido Comunista, la que hablaba de una política de reconciliación nacional. Esto es importante, porque a veces se hacen reconstrucciones como si hubiera sido el franquismo el que hubiera impuesto el olvido y la oposición hubiera aceptado callarse. Fue la oposición al franquismo la que dijo que había que intentar algún tipo de reconciliación. No solamente por razones éticas, sino también por razones políticas. En la España de los ‘60, muchos de los hijos de los vencedores habían llegado al convencimiento de que el franquismo era un mal régimen y se habían pasado a la cultura de los vencidos.
–Pero la transición española impone el olvido.
–No, no impone el olvido.
–¿Entonces por qué no se juzgaron los crímenes del franquismo?
–No se impone el olvido durante la transición ni al principio de la democracia, porque se habló constantemente de lo que ha sido el franquismo, de las injusticias y las torturas. No hay un pacto de silencio, lo que sí hay es un pacto jurídico-político que tiene que ver con la amnistía. No podemos iniciar una nueva etapa asumiendo todas las cuentas pendientes. Cuando hoy se dice que la transición la impusieron los franquistas a las fuerzas democráticas, la prueba más clara de que a los sectores franquistas no les gustó la transición fue el intento de golpe de Estado del 23 de febrero (1981). Claro que se puede discutir si estamos de acuerdo o no con la amnistía. La consigna de la izquierda tras la muerte de Franco, y cuando todavía no se había consolidado la democracia, era: “libertad, amnistía y estatutos de autonomía”. La amnistía la defendía la izquierda, el Partido Comunista y el PSOE, porque significaba poner en la calle a todos los presos políticos.
–No es lo mismo amnistiar a presos políticos que impedir que se juzgue al franquismo.
–Estoy de acuerdo que es discutible la amnistía. No olvidemos la dimensión jurídico-política del asunto. Entre los amnistiados había también muchos militantes de ETA, pero los militantes de ETA no eran lo mismo que los militantes comunistas, que claramente eran presos políticos. Los militantes comunistas que tenían a sus espaldas más años de cárcel aceptaron la amnistía. En ningún caso estoy diciendo que aquella salida no tenga sombras que podamos discutir. A lo que me niego es a una lectura que hoy se está reiterando mucho según la cual el hecho de que no se juzgaran los crímenes del franquismo fue el resultado de la gran presión de la derecha. No, esa es una versión completamente deformada. Cuando llega (José Luis Rodríguez) Zapatero, propone la Ley de Memoria Histórica. Hay una dimensión política inobjetable, en el sentido más noble de la palabra: que el Estado proporcione a los descendientes de las víctimas de la Guerra Civil, que fueron enterradas en cunetas, los medios para que puedan enterrar dignamente a sus familiares. Pero también hubo una instrumentación política de esta memoria. Hay sectores del Partido Popular, los más conservadores, que vienen históricamente de la cultura del franquismo, que para la fuerza del PP es fundamental. La derecha juega con una gran ventaja electoral respecto de la izquierda. La izquierda siempre ha estado dividida en Izquierda Unida (PC) y PSOE. Si a esa división se le aplica la Ley D’Hondt, la suma de escaños que da PSOE y PC separados no sería la misma si fuera una sola fuerza. Al PP le interesa muchísimo que no se le vaya ningún sector. Es evidente que en el PP hay sectores no democráticos, pero sinceramente es una caricatura decir que (Mariano) Rajoy o Soraya Sáenz de Santamaría son fascistas. Son conservadores, son de derechas, pero no son franquistas. Aunque no son franquistas, no quieren perder ese núcleo más duro. El PSOE, durante el gobierno de Zapatero, le metía el dedo en el ojo al PP con este asunto. Llevaba al Parlamento declaraciones para condenar solemnemente al franquismo. Esto lo hacía porque sabía que automáticamente el PP, para no enemistarse con su electorado más conservador, se negaría. En el momento en que el PP se negaba, el PSOE les decía: “veis, en el fondo sois unos franquistas encubiertos, en el fondo no sois demócratas”. La memoria fue el espacio de esta confrontación.
–¿Cómo continuó esta confrontación?
–En la misma época en que el PSOE estaba a favor de la memoria y no dejar en el olvido a las víctimas, el PP decía lo mismo que la derecha ha dicho aquí, en Uruguay y en Chile: “no abramos las heridas, el futuro es lo que importa”. Dicen exactamente lo mismo en todas partes. Mientras este era el reparto de papeles en Madrid, en el País Vasco era al revés. Lo que decía el PP era que no se podía olvidar a las víctimas. ¿Por qué? Porque eran las víctimas de ETA. Entonces se cambiaba el discurso según cuáles fueran las víctimas. En el País Vasco, el PSOE mimetizaba el discurso del PP en Madrid y decía que no era el momento de hablar del pasado, sino de encontrar un proyecto de futuro que nos uniera a todos. Ahora el PSOE no habla de las víctimas de la Guerra Civil y en el país Vasco apenas se habla de las víctimas de la ETA...
“Una vez escribí un artículo que se titulaba, ‘Auschwitz: crimen perfecto’ –recuerda Cruz–. Un crimen como Auschwitz se caracteriza de tal manera que en los actos conmemorativos de la liberación del campo pueden coincidir sin pestañear (Vladimir) Putin, (Silvio) Berlusconi y (Dick) Cheney, el ex vicepresidente norteamericano. ¿Quién está del otro lado? ¿Quién se está identificando con lo otro? Nadie; es un universo vacío, es la causa justa por excelencia, no tiene ninguna sombra. Todos podemos coincidir porque delante no hay nadie. Los nazis que hoy puede haber son negacionistas, no dicen que estuvo bien, sino que no tuvo lugar, con lo cual es un discurso perfecto: todos a condenar algo que no defiende nadie. Fantástico, ¡qué buenos somos! En ese discurso hay trampa.”
–¿Cómo se sale de esa trampa, donde a la vez que se banaliza la memoria está el peligro de olvidar?
–La respuesta tiene que ser plenamente política. Un ejemplo es el de Sudáfrica: la verdad y la reconciliación. Igual que no se puede plantear la memoria por decreto, tampoco se puede plantear el olvido por decreto. La forma más segura de que no olvides algo es cuando te dicen “olvídalo”. A nivel personal, por supuesto, la gente olvida y recuerda lo que quiere. Pero otra cuestión es que nosotros lo pongamos en la agenda pública como algo pendiente. Si se tuviera que reparar todos los daños, ¿hay alguna sociedad que pueda soportarlo? La humanidad descubrió hace mucho tiempo que hay que dotarse de mecanismos de tal forma que no vayamos arrastrando todo lo pasado, porque ese pasado es una carga excesiva. No hay ni individuo ni sociedad que lo resista.
–Al abandonar el pasado, como plantea en las conclusiones de Adiós, historia, adiós..., ¿por qué se pierde la idea de futuro y de progreso?
–La idea de futuro típica de la modernidad, el espacio imaginario donde ubicábamos ilusiones, sueños, esperanzas, se ha volatilizado. La idea de progreso ya no va más. Tú podrás decir que hace mucho que se criticaba. Y es verdad. Pero la idea de progreso funcionaba en la sociedad.
–Los padres tenían la esperanza de que sus hijos estuvieran siempre en una mejor posición económica, educativa y social...
–Claro, se daba por descontado que eso era así. En España tenemos 27 por ciento de desempleo y 50 por ciento entre los jóvenes, unas cifras brutales. Hace un par de años se hizo una manifestación de sectores juveniles en París, luego también en Lisboa, y uno de los eslóganes más repetidos era: “Queremos vivir como nuestros padres”. Esa idea de progreso ha saltado por los aires, porque las utopías han quedado canceladas. El desarrollo tecnológico ha cambiado nuestra forma de relacionarnos con el tiempo. En el planteamiento clásico de la ciencia ficción el corte entre presente y futuro estaba muy claro. El futuro de la ciencia ficción era el lugar en que ocurrían las cosas que nos parecían inverosímiles. El problema es que nos hemos acostumbrado a vivir con lo inverosímil. No tenemos idea por dónde pasa la línea de demarcación entre lo verosímil y lo inverosímil. Si el problema fuera sólo referido a la tecnología, no tendría tantas consecuencias.
–¿A qué se refiere?
–El problema es que en nuestro imaginario se produce una curiosa paradoja o contradicción según la cual en ciertos ámbitos estamos dispuestos a aceptar cualquier cosa como verosímil y sin embargo en el ámbito social no aceptamos ningún cambio. (Fredric) Jameson decía: “Al hombre contemporáneo le resulta más fácil aceptar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Somos absolutamente conservadores e incapaces de pensar un cambio de sistema económico y en otros ámbitos aceptamos que pueda pasar cualquier cosa.
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