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Lunes, 28 de julio de 2014

CULTURA › ALBERTO SILVA Y EL ZENBA, CENTRO DE EXPERIMENTACIóN CONTEMPORáNEA

“En el zen, más que enseñanza, lo que hay es aprendizaje”

El poeta, traductor y especialista en cultura zen dirige un nuevo espacio en el que confluyen prácticas corporales y disciplinas vinculadas con la estética, el lenguaje y el pensamiento. Participan escritores, pensadores, músicos, artistas plásticos y cineastas.

 Por Silvina Friera

Alguien cruza una línea tenue: la distancia entre lo imaginado y lo real, el umbral que separa una idea y el principio de su materialización. Alberto Silva, poeta y traductor, invita a recorrer la casa reciclada de la calle Arévalo al 2200, en el barrio de Palermo, donde acaba de inaugurar el ZenBa, Centro de Experimentación Contemporánea, un nuevo espacio cultural en el que confluirán las prácticas corporales y las disciplinas vinculadas con la estética, el lenguaje y el pensamiento; una zona de convivencia –no exenta de discordias, desencuentros y hasta incompatibilidades– entre escritores, poetas, pensadores, músicos, artistas plásticos y cineastas, convocados para participar de cursos regulares, talleres, conferencias y un ciclo de mesas redondas titulado “La conversación infinita”. “Ba es un kanji japonés, un carácter simbólico que quiere decir lugar, sitio o ámbito. En ese juego de significaciones de Ba se juega también lo que es este centro cultural, dedicado al bienestar de la persona. No es un bienestar que podría huir de las condiciones circunstanciales sino lo más inserto posible en la cultura de Buenos Aires”, subraya Silva sentado en un pequeño banquito, casi como si estuviera descansando en un zafu (almohadón), adoptando la “postura del diamante”, con la pelvis levemente basculada hacia adelante, las rodillas apoyadas sobre el suelo, la columna vertebral erguida, los hombros relajados y las manos rozando los muslos.

Antes de entrar a una de las habitaciones con ventanas a la calle, hay que sacarse los zapatos. El suelo acaricia los pies. Debajo de las capas enlacadas, hay un soporte elástico, como en muchas salas de danza de la ciudad. El olor a pintura fresca viaja más rápido que cualquier sonido. Este ámbito, “un proyecto en construcción” (como se anticipa en la página web), tendrá dos vertientes: una de prácticas del cuerpo –zazen Teisho, iniciación al zazen, zen dinámico, eutonía, improvisación corporal y yoga– y la otra de talleres de escritura creativa, de lectura de poesía, de lecturas desde el psicoanálisis y seminarios de pensamiento zen, de literatura japonesa, de teoría musical y de animación de objetos y títeres. “El asunto es crear un espacio donde el zen no sea una especie de criterio o de magisterio oculto. El zen vive aprendiendo de las circunstancias, de los rasguños y heridas de nuestra vida en sociedad”, plantea el autor de los ensayos La invención de Japón, que ha realizado la edición, traducción y análisis crítico de una memorable antología de haikus japoneses: El libro del haiku. “No hay un plan maestro, ni un titiritero, pero tampoco es un proyecto totalmente improvisado”, advierte Silva, director de ZenBa, en la entrevista con Página/12.

–¿ZenBa es un centro cultural inédito en la ciudad? ¿No hay otro con estas características?

–Yo apostaría que no existe otro. Este centro no quiere ser un templo, no es comemonjes; es laico, urbano, ciudadano, civil. No es budista, no se mueve en una doctrina, en una ideología o en una ceremonia. No dice palabras en lenguas exóticas. Es una propuesta que se basa en una afirmación central de Eihei Dôgen, del siglo XIII, el iniciador de esta corriente de meditación y de práctica, del estilo soto: “el que enseña es el zen”, no un maestro, no una doctrina. El zen existe en la práctica de las personas. Cuando se dice zen, se dice un pensamiento y por otro lado una práctica. Lo que tiene el zen de propio es que la práctica amasa, manufactura, acomoda, potencia el pensamiento. Es algo que desde la práctica se va comprendiendo bien, para que la palabra y el pensamiento estén vivos. Yo siempre digo que el zen es como un pescado mientras está en el agua, no una foto del pescado, ni tampoco el pescado con tres días en la bandeja de la pescadería, donde ya huele un poco extraño.

Como los pájaros que persisten en construir un nido, hace mucho tiempo que este proyecto andaba dando vueltas por el imaginario de Silva. El poeta y traductor nació en Buenos Aires en 1943. En la década del ’50, como muchos antiperonistas, su familia decidió instalarse en Uruguay. “Mi padre se arrepentiría de su incomprensión con el peronismo”, aclara. Después rumbearía hacia París –donde se doctoró en Letras y vivió entre 1966 y 1972–, posteriormente partiría a Santiago de Chile para dar clases en la universidad. Por el golpe de Augusto Pinochet estuvo escondido en un garaje de septiembre a octubre de 1973 (le quemaron su tesis de doctorado y tuvo que escribir otra); regresó a París y de ahí partió hacia un ashram yoga en las montañas de Cataluña. De la Universidad Autónoma de Barcelona –en la que fundó un centro de investigación sobre Japón– se fue a Kioto, donde vivió entre 1996 y 2009, hasta que eligió volver a Buenos Aires. “La recepción del zen en Occidente está muy sesgada a través del budismo, de una cierta ética o iconografía samurái; hay una cuestión muy ligada a lo eclesiástico, a lo ceremonial. Todas estas cosas son adhesivos incómodos para el zen. El zen hizo muchísimos esfuerzos para irse despegando de estas costras de una manera amable. La casta samurái siempre quiso capturar al zen. Tener la mente clara ayuda a la dominación de las otras personas, porque facilita que esa dominación se legitime por la argumentación. Los samuráis captaron rápidamente el beneficio que les podía otorgar la práctica del zazen. Estas cosas han manchado la percepción que Occidente tiene del zen”, explica Silva.

–¿Qué características tiene esa percepción?

–Aquí, en Buenos Aires, han sido pioneros en traducir a Daisetsu Suzuki, que tiene una visión muy samurái y casi mágica; es una especie de realismo mágico del zen, en donde aparece el maestro y dice: “¡Jooo!”. Y entonces tuvo la iluminación (risas). Cosa que puedo entender como un chiste, y nos estamos riendo de esta anécdota, pero mucha gente la entendió en serio, con lo cual hay un abismo entre lo que me puede proporcionar el zen de beneficio y ese aspecto chistoso. En Buenos Aires, hay mucha gente new age o pituca que considera lo japonés y lo zen como una especie de adornito que le puede servir para sentirse bien. No pido el DNI a nadie, pero intento plantear claramente que el zen es un instrumento de autoconocimiento, una herramienta para avanzar en el propio equilibrio y bienestar. Las mentiras sociales se descascaran rápidamente con el zen, que te ayuda a mirar la verdad de lo que tú eres. Hay una serie de tonterías ligadas a la moda que ni van ni vienen. El zen tiene todo que aprender de la circunstancia. La gente cree que el que propone zen es alguien que sabe, y hay cierta tendencia a considerarlo en una posición magistral.

–¿Se mira la disciplina como se mira la educación, en tanto hay un maestro y un alumno?

–Sí. La educación en el sentido que decía Paulo Freire, cuando hablaba de una “educación bancaria”; el alumno es alguien vacío al que hay que llenar. La ayuda es el estado natural de la persona en sociedad, y el que no capta lo que lo ayudan los demás es porque hay algo que no entendió de la contextura de las cosas. No es ceder la posición magistral, es manifestar que no hay maestro. Yo diría que más que haber enseñanza hay aprendizaje, porque una de las cosas de la “educación bancaria” es que el que dice algo, piensa que porque lo dijo va a llegar. En el zen todo el peso está puesto en el aprendizaje. La gente llega con saberes interesantísimos que enriquecen la práctica del conjunto. El zen como lenguaje es japonés, chino; es de Singapur, es de California, es de Francia y tal vez sea de Buenos Aires con el tiempo. Entonces necesita aprender a hablar ese lenguaje. Si no, habla con un lenguaje exótico, oriental, con ocho comillas de cada lado. ¿Qué es lo oriental en la vida de una persona?

–Desde el estereotipo, lo oriental es sinónimo de calma y tranquilidad, lo opuesto al vértigo, a la tensión. Pero la impresión es que cuando se dice lo oriental con tantas comillas, se habla de un otro que desconocemos, ¿no?

–Exacto. Y es un otro sobre el que fantaseamos mucho y al que le ponemos todas las cualidades que nosotros quisiéramos tener: un poco imperturbable, algo estoico, un poco samurái... Yo insisto mucho en el origen porque, si hay origen, hay desarrollo. Si el zen fue indio, tibetano, chino, coreano, japonés, puede ser occidental. No es solamente una utopía o una expresión de deseo. Lo único que queda vivo hoy en día del zen es la meditación. Este movimiento muy minoritario en Japón que se llama zen –cosa que no se sabe en Occidente– empezó desde hace algunas décadas a emigrar a Occidente, buscando condiciones más libres; con lo cual lo que hay vivo del zen es la meditación, lo que se llama zazen. El zen se está muriendo en Japón, y si puede revivir, ¿por qué no en Occidente?

–¿Cómo es la meditación en el zen?

–La meditación es sin cerrar los ojos. El yoga me llevó al zen, pero lo que hizo que dejara el yoga es la relación de autoridad y que hay cierto tipo de meditación que busca vaciar la mente. El zen se tira de los pelos con esto: ¿cómo voy a vaciar la mente cuando es mi tesoro? Tengo que acomodarla, apaciguarla, conciliarla, darle descanso, pero de ninguna manera vaciarla. Si uno cierra los ojos, está luchando con los pensamientos que le vienen, pero le han dicho que tiene que vaciar la mente. ¿Cómo coño se hace eso? ¿Qué pasa si dejas que todo entre? Mi primera invitación en un grupo de zazen es abrir grande las puertas de la percepción. Que todo circule para que encuentre su acomodo, su apoyo, su lugar de descanso.

–¿Cuál es el origen de su interés por el zen?

–El haiku me descubrió el zen detrás. En 1973 vivía en Santiago de Chile y estuve cuarenta días escondido en un garaje, de septiembre a finales de octubre. Y tenía a mano las traducciones de haikus que habían aparecido en Torres Agüero y en Editorial Universitaria. Tuve la sensación muy intensa de que el haiku tenía más vuelo que esas traducciones que eran del francés y del inglés. Y empecé a estudiar la lengua que me permitiera leer el haiku; hay muchas lenguas en el japonés y yo conozco algunas y traduzco de las que conozco, más antiguas que modernas. Eso me dio una ventaja cómica con mis alumnos, porque les digo palabras que ya no se usan. Soy traductor de haikus, pero no podría escribir un haiku.

–¿Por qué?

–Son vibraciones o fibras que van por otro camino. Un haiku pampeano me parece una confusión. Los haikus de (Mario) Benedetti me parecen una confusión también. Sí creo en un haiku más existencial, metafísico, más de Juan L. Ortiz, que es de los autores argentinos que, con otra métrica en “El Gualeguay”, un japonés autor de haikus ganaría leyéndolo. La métrica, el 5-7-5, se entiende mal. La métrica y la escucha y la lectura de la poesía en español no admiten demasiadas palabras monosilábicas o agudas al final. Entonces siempre hay una “perdiz”, una “codorniz”, un “hoy”, una “luz”, un “más” en los haikus. ¿Te parece que en el vuelo de tu palabra, de tu percepción del sonido, puede haber tantos frenazos para que sean cinco sílabas? Dale siete u ocho, déjalo que acabe, que baje de su clímax forzado, entre otras cosas porque así lo hace el japonés. ¿Cómo estás contando, si para ti lo sagrado es la métrica? El problema es que haya algo sagrado en la poesía. La idea de lo sagrado al zen le repele. Dôgen, el gran pensador japonés iniciador del zazen, es el gran literato de toda la historia japonesa. Fue en Japón lo que (William) Shakespeare en la lengua inglesa: un gran acuñador de nuevos conceptos.

–¿Cómo entiende que el zen percibe la cuestión del conflicto?

–Una referencia para ver cómo funciona el zen son los heterónimos de (Fernando) Pessoa. El practicante de zazen se descubre como el sujeto partido de los heterónimos de Pessoa y más. Y descubre la vana fantasía de querer unificar como un pegote todo eso. O, aun peor, de eliminar algunas partes para que florezcan las otras. La práctica del zazen nos descubre la dispersión interior y nos habitúa a buscar la conciliación entre esas partes. La persona se enriquece cuando no renuncia a nada de lo propio. Desde el punto de vista de la vida ciudadana, el zazen, que no es una doctrina o movimiento político, procede de esa misma forma. No desde la componenda, no desde una especie de término medio, sino simplemente entendiendo que la fractura de una sociedad es una imagen de la fractura que tienen las personas interiormente. Esto lo deja al zen sin una tabla de propuestas. Al zen se le ha reprochado que no tenga una moral. Pero el zen dice que no le interesa la moral sino la ética en el sentido de (Baruch) Spinoza. Una sociedad soñada no existe, como no existe la persona soñada. El zazen es la distancia que media entre la fantasía que me he hecho de mí mismo, lo que me gustaría ser –una persona tranquila, bien compuesta– y la realidad de lo que soy. El zazen funciona como puente, aproximando esas dos orillas.

* ZenBa funciona en Arévalo 2274. La página web es www.zenba.com.ar

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“El zen se está muriendo en Japón, y si puede revivir, ¿por qué no en Occidente?”, plantea Silva.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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