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Martes, 28 de octubre de 2014

CULTURA › ENTREVISTA A LA LEGENDARIA BAILAORA ANDALUZA CRISTINA HOYOS

“Me gusta conservar las raíces y estar con los vanguardistas”

La sevillana dio anoche una conferencia y hoy participará de la inauguración de la muestra Flamenco en Argentina, que reúne fotos tomadas por el fotógrafo Oscar Balducci en los ’70, en ocasión de las sucesivas visitas de la compañía de Antonio Gades y Manuela Vargas.

 Por Cristian Vitale

“Tienes que emocionar... no se trata sólo de la técnica, y eso llega desde las tripas”, sostiene Hoyos. Foto Pablo Piovano

Habrá mil fotos que eternicen su danza. Que congelen a Cristina Hoyos, contorsionada, fina y vital, en cualquier mojón de su historia. En Galas Juveniles, aquella compañía infantil que la vio debutar a los doce años en su Sevilla natal. O, mucho más acá, como partícipe necesaria de Juncal, de Jaime de Armiñan; Antártida, de Manuel Huerga, y El Jorobado, de Peter Medak. O, ya recostada sobre sí, en el ballet que llevó su nombre desde fines de la década del ochenta y se expresó pleno en el espectáculo Caminos Andaluces. También habrá mil instantáneas de su cuerpo en movimiento al servicio de Cuadro Flamenco, de Tierra adentro o del espectáculo Romancero gitano, que presentó en los jardines del Generalife de la Alhambra, cuando mediaba la primera década del siglo. Pero ninguna, seguro, vendrá al caso en esta ocasión. Ninguna, excepto –claro– las que le tomó el fotógrafo Oscar Balducci cuando la formidable bailarina andaluza visitó Buenos Aires varias veces consecutivas durante la primera parte de la década del setenta del siglo pasado, como parte de la compañía de Antonio Gades y Manuela Vargas. Eran las épocas de la tríada fílmica de Carlos Saura (Bodas de sangre, Carmen, El amor brujo) y el lente inquieto de Balducci no pudo con su genio. “Se hizo amigo de todos nosotros, era como un compañero más”, rememora Hoyos ante Página/12, en los momentos previos a la ocasión.

La ocasión no es otra cosa que la muestra que, a partir de esta tarde a las 17.30 (ver recuadro), recorrerá instantes sublimes de aquellas presentaciones de Cristina Hoyos –y compañía– en Buenos Aires, retratados por el fotógrafo, poeta y dramaturgo argentino. “Cuando salíamos a escena con Gades y toda la compañía, nos emocionábamos porque sabíamos que él –Oscar Balducci, claro– estaba entre bastidores o en el palquito del teatro Avenida o del Odeón, casi bailábamos para él”, se ríe Hoyos. “Veíamos que estaba con su máquina mirando y que en cualquier momento iba a disparar y dejar ese momento para la historia. Lo queríamos mucho, porque él sentía todo lo que hacía... ‘¡He cogido un momento maravilloso!’, decía, y todos lo queríamos ver cuanto antes”, evoca ella, sobre el origen de los retratos de Balducci que, una vez concluida la muestra, serán donados al Museo de Arte Flamenco de Sevilla, que preside la bailaora andaluza. “Cuando murió me dio mucha tristeza porque me decía ‘Cristina, cómo me gustaría ir y llevar mis fotografías a Sevilla’, y finalmente no las ha podido llevar, pero ahora se hizo justicia. Me encanta que un argentino haya hecho esas fotografías de flamenco con tanto amor”, sostiene la experimentada bailaora, acompañada por su marido, que también formó parte de aquellos jornadas: Juan Antonio Jiménez.

–¿Alguna foto que recuerde especialmente?

–Una que tengo en casa, con una bata de cola roja bailando un taranto. Me encanta. Es una alegría para nosotros que tanto Lucía, la hija de Balducci, como Cecilia Rossetto, madre de Lucía, hayan hecho todo para que esta muestra sea posible. Cuando Balducci murió dejó un legado muy bonito en esas fotografías y Lucía sabía que a él le gustaría que esas fotos estuvieran en España, en una tierra flamenca como Sevilla.

Anoche, al cierre de esta edición, Cristina Hoyos estaba dando una conferencia que, bajo el título de “Mis antecesoras, el lado femenino en el baile flamenco (aquellos zapatos de tacón y clavos)”, focalizaba la atención sobre el aporte histórico de las mujeres a la danza flamenca. El Teatro Margarita Xirgu era el ámbito de una de esas clases magistrales que suele dar, a cambio de su retiro de los escenarios. “Suelo hablar de las bailaoras antiguas y de lo que cada una hizo: de Antonia Mercé Argentina, que tocaba muy bien los palillos; de otra que era moderna; de otra que era antigua, de otra que era más clásica. No están todas porque, madre mía, el siglo pasado dio grandes artistas, pero he cogido las más relevantes, las que marcaron historia, y son unas cuantas. Es cierto que el flamenco nació a principios del siglo XIX y no antes, como piensan algunos, pero para que eso ocurra hubo en Andalucía un interesante caldo de cultivo que protagonizaron las mujeres”, profundiza.

–¿Lo que sostiene acerca de que el flamenco no es tan viejo como parece es una disputa historiográfica o una “verdad”?

–No es una disputa. Ya había bailarinas en la época de los romanos... cuenta la historia que ya en ese momento había bailarinas de la vieja Andalucía que se contorsionaban, hacían movimientos de brazos, y después, en el siglo XVIII, vino la escuela bolera, en la que se tocaban los palillos, se bailaba de una forma que luego se fue aflamencando. Así aparecieron las grandes bailaoras, unas con más técnica, otras con menos, otras más vanguardistas, en fin...

–¿Y usted es tradicionalista o vanguardista?

–Ya dijo el escritor José Manuel Caballero Bonald, un gran flamencólogo nacido en Jerez de la Frontera, que yo tenía mucha solera bailando y que era el puente entre lo anterior y lo presente. A mí me gusta ir con el tiempo... conservar las raíces flamencas, acordarme en algunos momentos de las bailaoras anteriores, y estar a su vez con un vanguardista como Antonio Gades. Me ha gustado hacer unos movimientos de brazos nuevos, unos movimientos de cuerpo nuevos, e ir con el tiempo. Quizá no dar un salto muy grande, pero ir con el tiempo, porque el flamenco ha ido evolucionando, ha ido adquiriendo más técnica, algo que te da otra visión de las cosas, te amplía los sentimientos, te da libertad y seguridad, y te impide encerrarte en un tipo de baile. Pero también, eso sí, tienes que emocionar... no se trata solo de la técnica, y eso llega desde las tripas

–¿Hace mucho que no baila?

–Hace tres años que no bailo porque, sabes, pasan los años y los pies se van poniendo delicados, pero me sigo dedicando al flamenco, claro, a través de los cursillos, de las coreografías, en fin, digamos que me alejé de los escenarios, pero tengo una oficina y, cuando piden algún ballet de cuatro o cinco parejas, pues me dedico a organizarlo. Me dedico más a hacer coreografías de óperas españolas, pero no porque esté cansada sino porque considero que lo que he hecho estuvo bien y que es imposible mejorarlo por una cuestión de edad ¿no?, por el cuerpo. Aunque si aparece un ballet con algún personaje que esté de acuerdo con mi edad, lo puedo llegar a hacer.

–¿Cómo era esa Buenos Aires que conoció en los setenta como parte de la compañía de Antonio Gades?

–Estábamos encantados, porque los teatros se llenaban todos los días, tanto el Avenida como el Odeón. Y después nos íbamos con los amigos a cenar y estaba todo abierto, y si queríamos comprar un libro también estaba todo abierto, pero después dejé de venir porque hacia 1988 hicimos nuestra propia compañía, nos fuimos a vivir a Sevilla y las cosas cambiaron. Ya no tenía ganas de bailar con una bata de cola, no quería hacer argumento, ni la novia, ni Carmen... quería bailar otro tipo de flamenco. De todas maneras, Buenos Aires siempre fue una gran ciudad para mí... tengo muchos amigos, tantos como en Francia o en Italia.

–¿Siempre bailó flamenco?

–Siempre, sí. Por suerte he nacido en Sevilla, que es un gran manantial de arte flamenco, pero si hubiese nacido en otro país no sé lo que hubiese bailado, lo que sí se es que he nacido para bailar... he visto bailar tango, he visto bailar clásico, he visto bailar contemporáneo, he visto bailar neoclásico y hubiese podido dedicarme a cualquiera de ellos.

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