Martes, 28 de octubre de 2014 | Hoy
CINE › RICHARD LINKLATER HABLA DEL INCREíBLE PROYECTO DE BOYHOOD
Rodada a lo largo de doce años, la nueva película del director de Antes de la medianoche narra la historia de un chico desde los cinco a los diecinueve. “Es todo ficción, lo documental es el crecimiento del protagonista”, dice Linklater.
Por Karyn Mammana
Nacido en Austin, Texas, en 1960, Richard Linklater sigue intentando filmar –con una obstinación que ningún otro cineasta contemporáneo parece tener– el paso del tiempo, en vivo. En Rebeldes y confundidos (Dazed and Confused, 1993) la intención era capturar la densidad del tiempo (casi) real, filmando 102 minutos del día de graduación de un grupo de chicos y chicas. En la serie “Antes” (Antes del amanecer, 1995; Antes del atardecer, 2004; Antes de la medianoche, 2013) combinaba el tiempo real (cada película duraba lo que cada encuentro entre Jesse y Céline) con el paso del tiempo, que también se correspondía con el real (nueve años entre una película y otra: nueve años en la vida de los personajes). Ahora se trata de filmar lo que sería una obsesión de educadores y psicólogos infantiles: el crecimiento de un niño, desde la primera infancia hasta el fin de su adolescencia.
Ganadora del Oso de Plata al Mejor Director en Berlín y Premio Fipresci de la Crítica Cinematográfica a la Mejor Película de 2014, Boyhood narra la historia de Mason, que vive junto a sus padres y hermana en Austin, desde los cinco a los diecinueve. Hasta aquí, una película de iniciación como cualquier otra. Pero Boyhood, que este jueves se estrena en la Argentina con el subtítulo Momentos de una vida, no es una película de iniciación como cualquier otra, porque Linklater está obsesionado con filmar el tiempo real. En este caso, el crecimiento real del protagonista, al que filmó durante esos nueve años, a razón de tres días por año.
“Es una película de ficción”, aclara sin embargo el realizador de Waking Life (2011) y Escuela de rock (2003). “Son todos actores haciendo papeles, en base a un guión previamente escrito.” El protagónico lo hace Ellar Coltrane, que no tenía experiencia previa en cine. El de su hermana, Lorelei Linklater, que como el apellido indica es la hija de Richard, y también debuta aquí. Qué otro sino Ethan Hawke, su actor fetiche, podía hacer de papá, acompañado de una regresada (¡y bienvenida!) Patricia Arquette. De la relación entre lo real y la ficción, entre lo escrito y lo que se rueda, de su propia relación con los chicos y adultos que protagonizan Boyhood (y del paso del tiempo, claro) habla Linklater en la entrevista que sigue.
–Es todo ficción. Son todos actores. Lo documental es el crecimiento del protagonista a lo largo de la película. Esa verdad biológica tiñe de alguna manera el conjunto del film, y yo me propuse que así fuera, que la película “se sintiera” como un documental. Por más que haya en ella actores tan famosos como Ethan Hawke y Patricia Arquette.
–No, los chicos no. Pero tuvieron que representar personajes, no es que los filmé “tal como son”. Fue como un proceso de fusión progresiva, entre ellos y los personajes. No les gustaba la ropa de Mason y Samantha, por ejemplo. “¡Yo nunca me pondría esto!”, me decían. De a poco se fueron apropiando de los personajes, hasta que los personajes terminaron convirtiéndose en ellos. Para mí, al final son ellos, Ellar y Lorelei, no Mason y Samantha.
–Exacto. ¡Actuaron en una película durante doce años de su vida! De hecho, Ellar Coltrane filmó ya otra película y apareció en comerciales de televisión.
–No, en absoluto. Fue muy fácil trabajar con ella, el cine para ella es algo natural, ya que se crió en medio de rodajes. A Ethan Hawke, que hace del padre, lo conoce desde los nueves meses.
–No, la idea vino primero. Hice un casting, elegí al actor que me pareció más adecuado y ahí empecé.
–Arranqué con una idea general de la película, sabía qué quería que les pasara a los personajes. Sobre todo a los adultos: mudanzas, cambios de empleo, divorcio. En cuanto al chico, tenía muy claro que quería filmarlo de los 5 a los 19 años.
–No, eso lo iba escribiendo en el curso del año. Quería aprovechar la ventaja de poder hacerlo, que normalmente no se tiene. Normalmente, hay que escribir el guión entero en un margen acotado de tiempo. Acá tenía doce años para desarrollarlo, y quise aprovecharlo. Es una película que iba creciendo en el curso del rodaje: yo filmaba la parte correspondiente a los cinco años, pongamos, y después de filmar tenía un año entero para ver lo que había rodado, montarlo y repensarlo. Eso fue muy beneficioso para la película.
–Mantenía contacto, pero no como parte de un plan, sino por el simple hecho de que somos vecinos y casi parientes. Salíamos bastante seguido, íbamos al cine, a tomar un helado, charlábamos. Las circunstancias de su vida real no se parecen mucho a la del personaje.
–Son todas cosas muy vistas. Por otra parte, mi intención era que la película funcionara como un libro de memorias: cómo uno se ve a sí mismo cuando mira hacia atrás. Y eso no necesariamente incluye todos esos “hitos” que usted mencionó. La memoria sigue su propio curso.
–En parte sí. No sólo de mi infancia, sino también de mi condición de padre. Pero más que algo estrictamente autobiográfico, es una suma de cosas que me ocurrieron, que tal vez podrían haberme ocurrido, que pensé que podían ocurrirme...
–... Da dos años de preproducción, si se suman todas las preproducciones “parciales”. Y otros dos años de posproducción. Eso, para un film independiente, es muchísimo tiempo. Sí, sin duda que en términos de reunir al equipo cada año era un poco como empezar de cero otra vez. Eso, doce veces. Pero a la vez cada año nos sentíamos más a gusto con el proyecto. Volver a juntarnos para filmar esa película que a todos nos gustaba, vernos las caras otra vez, sentir que íbamos creciendo juntos... Sobre todo en la segunda parte de la película, y creo que esto tiene que ver con la maduración de los chicos. En un momento dado habían dejado de ser niños y ya se comportaban como seres independientes. Y eso era muy excitante de compartir.
–Tres días. Para filmar esos tres días teníamos que hacer el mismo esfuerzo de preproducción que para los treinta a sesenta días que suele durar una película “normal”.
–¡Traté de que no lo hubiera! (Risas) Lo que más me importaba era poder mantener la continuidad, a través de todo ese tiempo. Y eso incluye lo visual, el estilo: tenía que mantenerlo coherente de principio a fin, y para que fuera coherente era necesario que yo no evolucionara como cineasta.
Traducción, edición e introducción: Horacio Bernades.
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