Lunes, 10 de noviembre de 2014 | Hoy
CULTURA › LAS CONFERENCIAS DE PUERTO DE IDEAS, EL ENCUENTRO EN CHILE
La frase de David Grossman fue sólo uno de los grandes momentos del festival trasandino, que en su cuarta edición dejó una conferencia memorable, “El poder y lo urbano en un mundo desigual”, ofrecida por el marxista británico David Harvey.
Por Silvina Friera
Página/12 En Chile
Desde Valparaíso
El caminante recorre, cada mañana, cinco kilómetros por las montañas con la tristeza empozada en las pupilas. David Grossman (Jerusalén, 1954) suele advertir que los mayores dramas de la humanidad no ocurren en los campos de batalla sino en la intimidad de las familias. “Todos mis personajes tienen que estar en movimiento. Cuando escribo unas líneas, me paro y a veces camino en círculo sobre la alfombra”, confesó el escritor israelí durante su primera presentación en la cuarta edición de Puerto de Ideas, un festival de arte, ciencia y literatura que terminó ayer en Valparaíso, ciudad que a veces “se sacude como una ballena herida” –verso de Pablo Neruda–, con sus racimos coloridos de casas desparramadas sobre los cerros como escaleras al cielo. Grossman suele escribir sobre personajes que se enfrentan con una arbitrariedad humana como la Shoá o la ocupación militar. “Uno es capaz de reformularse cuando puede darle palabras propias a esa arbitrariedad. De repente se logra cierta libertad, que es la de contar la tragedia con palabras personales.” El autor de La vida entera estaba escribiendo esa novela –en la que una madre no quiere conocer la muerte de su hijo soldado– cuando Uri, su segundo hijo, murió en el sur del Líbano en 2006.
En Más allá del tiempo exploró el duelo por la muerte del hijo. “Los primeros días no podía hablar, me había quedado sin palabras. Si tuviera la mala suerte de ser enviado al exilio del dolor, lo convertiría en un mapa de palabras”, reveló Grossman en diálogo con el escritor chileno Arturo Fontaine, y mencionó la frase epifánica de uno de sus personajes: “Me acabo de dar cuenta de que la poesía es el lenguaje de mi pena”. Después de la muerte de su hijo, volvió a escribir “probablemente para volver a la vida” gracias al instinto de supervivencia del escritor y la necesidad de continuar alimentando a sus personajes. “Yo elegí la vida y para mí es tan importante el intento de olvidar sin matar como recordar sin morir. Extrañamente no me interesa la muerte, me interesa la vida. Escribir es crear un mundo. Uno habla poco de los placeres que tiene la escritura. Hay momentos tan especiales que es como algo que corre por tus venas y te revela cosas que nunca supiste ni esperaste. Todos mis libros tienen esos momentos de jubileo. La escritura es una actividad de esperanza”, ponderó el escritor israelí en la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso (UV) ante unas 700 personas.
“La desesperanza es peligrosísima. La gente desesperada se convierte en cínica y creo que el gran problema de la humanidad es que es muy fácil ser cínico; te libera de la responsabilidad y pone distancia entre uno y la realidad. Nuestra situación no puede estar en manos de desesperados”, reflexionó Grossman. “La paz es esencial para nosotros y los palestinos, y yo lucho por eso. Los israelitas los ocupamos y los oprimimos; antes lo hicieron los ingleses, los jordanos y los turcos. Nunca en mi vida he sabido lo que es un día de paz. Tener paz nos va a permitir a los israelitas estar en nuestro hogar. Quiero tener un futuro porque siento que la historia de Israel es una de las más extraordinarias de la humanidad. Sé que está de moda reírse de los sionistas, pero yo soy un sionista”, admitió el escritor. “No quiero ser víctima de ninguna arbitrariedad, quiero ser capaz de protegernos. Pero nos comportamos como víctimas desahuciadas en lugar de salir de esta trampa.”
El británico David Harvey la rompió con su conferencia “El poder y lo urbano en un mundo desigual”, si se concede la licencia de apelar al lenguaje de la calle del porteño de Buenos Aires. No sucedió nada extraño en el ADN de este geógrafo marxista, autor de Justicia social y la ciudad, Ciudades rebeldes: del derecho de la ciudad a la revolución urbana y Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, entre otros títulos. Simplemente después de una vida de estudiar las sociedades en las que vivimos devino un anticapitalista militante. “El problema central del capitalismo como sistema económico es que el capital tiene que crecer exponencialmente para poder vivir. Si continuamos creciendo al 3 por ciento anual promedio, vamos hacia un desastre”, pronosticó Harvey. La claridad meridiana de sus argumentaciones apabullaron, como si se hubiera propuesto fijar una experiencia que el olvido podría borrar rápidamente. Pasarán los años y las evocaciones continuarán aleteando en la memoria de quienes lo escucharon. “Hay una forma asumida por el capital que permite la acumulación sin límite y es en su forma de dinero. El dinero puede expandirse infinitamente sin restricciones, lo dice Marx en El Capital”, recordó Harvey, y comentó que antes de la década del ’70 la ruta principal para el capital era la inversión en la producción de valor en la industria. Pero otra senda fue la que prevaleció desde entonces: invertir el excedente no en la producción sino en la compra de activos, la tierra, los inmuebles y hasta el mercado del arte.
El geógrafo británico repasó la historia económica del último siglo y subrayó que Estados Unidos salió de la crisis del ’30 construyendo viviendas. “Los deudores hipotecarios no protestan porque tienen miedo de perder sus trabajos y no poder pagar sus casas”, explicó. “Ser dueños de sus viviendas era una manera de bajar el descontento social. Pero el capital crece y se mueve tan rápido que ha reducido el tiempo de duración de los bienes, como sucede con los productos tecnológicos. Antes el académico tenía que producir dos libros en toda su vida. En este momento si no produce uno al año piensan que falleció”, ironizó un Harvey afiladísimo, y agregó una curiosidad del tipo “aunque usted no lo crea”: China ha consumido más cemento en los últimos años que lo que Estados Unidos consumió en el último siglo. La urbanización que se produce está orientada a la construcción de condominios para unos pocos. “Se están construyendo ciudades para los ultramillonarios que no quieren vivir en ellas porque tienen muchas propiedades. Los ciudadanos empiezan a sublevarse; hay un resurgimiento del descontento social, como sucedió en Estambul o en Brasil, porque los ciudadanos tienen que pagar por todo y los servicios se deterioran, mientras que la mayoría de los megaproyectos recibe toda la inversión. Esto debe ser desafiado”, planteó el geógrafo. “Tenemos que pensar qué tipo de alternativa podemos construir, pero no estamos hablando de las cosas importantes. Debemos cambiar la naturaleza de nuestras discusiones.” La caminata por la avenida Errázuriz, desde la UV hasta la calle Uruguay rumbo al teatro Municipal de Valparaíso –donde hablaría el historiador estadounidense Robert Darnton– era un hervidero de “notas al pie” después de la charla de Harvey, como si sus palabras tuvieran el mismo estremecimiento que provoca un temblor en la tierra.
“Los libros y las bibliotecas son más importantes que nunca a medida que diseñamos el futuro digital”, manifestó Darnton al principio de su conferencia “Bibliotecas, libros y el futuro digital”. El director de la Biblioteca de la Universidad de Harvard señaló que durante muchos años las bibliotecas restringieron el acceso al conocimiento de la población. El dispositivo se iniciaba con la arquitectura, muros altos llenos de estaca y vidrios rotos; y se prolongaba en el recelo por mantener los libros “bajo llave” para preservarlos de las hordas de lectores. El autor de El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775–1800 puntualizó algunos detalles significativos: en el siglo XVIII, la mayoría de la gente no sabía leer y quienes sí podían hacerlo no tenían el dinero para comprar libros. “La Enciclopedia editada por Diderot era la Biblia de la Ilustración, pero tenía un costo de 980 libras francesas, dos años y medio de sueldo de un labrador común. La tecnología abre nuevas posibilidades, aunque tiene un lado oscuro: la suscripción. El capitalismo a gran escala está controlando el acceso al conocimiento; los capitalistas hacen su trabajo: proporcionar la mayor ganancia posible”, alertó el historiador estadounidense. “Es cierto que cada vez se produce más conocimiento, pero es menos accesible al público.”
Darnton es cofundador de la primera Biblioteca Digital Libre de América (DPLA), una iniciativa de la Universidad de Harvard para democratizar el conocimiento que está disponible en Internet desde el 18 de abril de 2013 y funciona como una red horizontal que vincula las colecciones digitales de bibliotecas, archivos y museos. Un desafío de cara al mañana es la alianza con los autores para “convencerlos de que después de un punto puedan poner sus libros en línea”. El historiador criticó a Google por la “tentativa audaz” de privatizar el conocimiento. “No me opongo a Google, pero es tan poderoso que puede aplastar los intereses del público”, aclaró el autor de El beso de Lamourette. Reflexiones sobre la historia cultural. Como la cascada de pequeñas lucecitas diseminadas por el paisaje nocturno de Valparaíso, Puerto de Ideas es un trampolín que contribuye al pensamiento contemporáneo en un mar que zumba y parpadea.
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