Lunes, 10 de noviembre de 2014 | Hoy
CULTURA › CHARLA DE RODOLFO LLINáS
Por Silvina Friera
El alma porteña ha sufrido este año la honda pena del incendio urbano más grande de la historia de Chile. El siniestro dejó 15 muertos, más de 500 heridos y 2900 viviendas destruidas. Los habitantes de Valparaíso –tan porteños como los de Buenos Aires– saben que tienen un paisaje para el infarto óptico: los cerros que de noche titilan y el mar como un murmullo apacible, acentuado por el sonido burlón de las “carcajadas” de las gaviotas. Una eternidad de escombros abandonados puede convertirse en un espacio “futurista”: un Centro Interdisciplinario de Neurociencias. El edificio Juan Ignacio Molina –que lleva el nombre del precursor del conocimiento científico en Chile– derrocha colores en una intervención realizada especialmente para la cuarta edición de Puerto de Ideas por un grupo de estudiantes de diseño de la Universidad de Valparaíso. Telas rojas, naranjas, azules, celestes, verde y amarillas, unidas por una especie de lamparita, se agitan por el viento, como banderas de una posibilidad: descentralizar, socializar y democratizar el acceso a la cultura, a la ciencia y a las artes. “El arte, la otra cara del cerebro” fue la consigna de la conferencia inaugural del neurofisiólogo colombiano Rodolfo Llinás ante unas 500 personas que celebraron el excepcional sentido del humor de este “científico duro” para surfear los percances tecnológicos, cuando su notebook colapsó con todas las fotos y videos que necesitaba exponer. “Un momentico: hay que reiniciar el computador, acaba de despertarse”, bromeó el autor de El cerebro y el mito del yo. “Pensamos que el arte nace de la emoción y que vive en el corazón. Que el arte vive en las manos de los artistas, en la pluma del escritor; y se olvida con frecuencia que es producto de un cerebro”, contextualizó Llinás. “Somos nuestro cerebro y nada más; nuestro cuerpo es un títere.”
El colombiano, un showman con dominio escénico asombroso, afirmó que “no somos los únicos animales que hacemos arte, algo que cuesta creer”; y comentó que “el ojo dibuja lo que estamos viendo; mirar es una manera sutil de tocar”. Hay que coincidir con Llinás que la imagen coloreada del cerebro que desplegó sobre la pantalla era de una hermosura increíble. ¿La autoconciencia es sólo humana? La respuesta es un rotundo no; bastaba con ver la manera de “actuar” de un pájaro frente al espejo. Los animales son usinas artísticas; en un brevísimo video se observó a un pájaro que buscaba con quien aparearse al tiempo que cambiaba la coloración de su plumaje y daba saltitos y bailaba. ¡Y con qué gracia se movía! Los pavos reales son escultores a la hora construir sus nidos. “Hace cuarenta mil años empezamos a pintar, mucho antes de la escritura”, subrayó Llinás luego de proyectar imágenes de las pinturas de la Cueva de Altamira y la Cueva de Lascaux. “No he inventado nada. Simplemente he documentado la magia que quería compartir”, dijo Pablo Picasso tiempo después de haber visitado el Museo del Trocadero en París, donde recorrió una sala repleta de esculturas africanas que le produjeron una honda impresión por la semejanza con las figuras más “deformadas” de sus propias pinturas.
Una pieza circense de lujo –Willygood, de la compañía francesa Bam– fue la frutilla del postre de la primera noche de Puerto de Ideas, dirigido por la politóloga Chantal Signorio. El guitarrista flaco con aire desgarbado, el músico y performista francés Jérémy Manche, irrumpió en el teatro Municipal con su guitarra que sonaba distorsionada, un sonido sucio y desprolijo. Una mezcla explosiva de rock ambiental, blues y electrónica se combinó con la aparición de dos acróbatas, la estadounidense Natalie Good y el francés con rastas William Thomas. Al inicio cada uno ejecutaba su número y demostraban lo que “saben hacer”, una mixtura entre danza contemporánea y acrobacia. Poco a poco unieron sus cuerpos elásticos en rutinas compartidas, como si se despidieran del “egoísmo de la soledad”. Natalie es una equilibrista que coqueteó con el peligro de una manera poética, caminando de frente y espalda por la cuerda fija, balanceándose con las piernas, saltando y bailando con un solo pie. Que sus tentativas de hacer un flic-flac (el salto atrás) no hayan salido “limpias” fue sólo una minucia del empecinado azar que no pudo eclipsar tanta belleza.
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