Mar 02.12.2014
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CULTURA › EL TEATRO DEL PERRO, UN NUEVO EPISODIO EN LA OLA DE CLAUSURAS

“Algunos desconocen la ley”

Diego Mauriño, responsable del espacio, detalla los atropellos que sufrió por parte de funcionarios del Gobierno de la Ciudad y que se suman a una larga cadena de clausuras arbitrarias. En la Legislatura hay cinco proyectos para regularizar el vacío legal.

› Por María Daniela Yaccar

Hay, circulando en las redes sociales, un video que es casi un relato salvaje. Muestra un episodio ocurrido en la noche del 13 de noviembre. Se ven seis policías de civil, en el cordón de una vereda de Chacarita, y luego una camioneta de la Agencia Gubernamental de Control. Un inspector le entrega a Diego Mauriño un documento y le dice: “Se clausura el local por los motivos expuestos”. El local que se clausura es un teatro. Es la tercera vez que lo cierran, por razones diferentes. Los motivos expuestos esta vez son: exceso de capacidad (cosa que Mauriño refuta: sí, hay 57 personas, más de lo que permite la legislación; ¡pero las que sobran son los artistas!), y el ancho de la puerta de entrada, que tiene dos centímetros y medio menos de lo que debería tener. Mide 77,5 en lugar de 80.

En la vereda del Teatro del Perro, en Bonpland 800, Mauriño continúa leyendo la hoja que le dieron los inspectores. Le recriminan que no los dejó entrar, él refuta que no es cierto, que les pidió que esperaran y que ellos aceptaron. “Lo de ustedes es de un nivel de falacidad increíble. Tienen las pelotas de mentir frente a policías, un montón de testigos y filmando”, dice, completamente sacado, el director de la sala. Colabora una voz femenina: “Esto es una escuela. Vas a impedir que la gente venga a estudiar. ¡Revientan un teatro! ¡Una escuela de teatro!”, grita la chica, aparentemente una docente del espacio.

Hace trece días que el Teatro del Perro está custodiado por un policía de la Metropolitana durante las 24 horas. Puede haber nada más que tres personas adentro. Las clases, no obstante, continúan en el Parque Los Andes, a una cuadra y media de la sala, y en otros lugares prestados en solidaridad con los profesores. También las funciones siguen, en el Galpón de Guevara. “Estábamos preparados. No nos agarró de sorpresa”, dice Mauriño a Página/12. Esa noche estaban en plena función y salieron a filmarlo todo, a anotar nombres, apellidos y DNI. El joven hizo públicas las identidades de los hombres que le fueron clausurando el teatro una y otra vez. “Se venían mandando muchos mocos. Uno está acostumbrado a lo opresivo de la burocracia. Pero cuando alguien viene y te impide hacer tu actividad, saltando la ley, se pone muy áspero.”

El Teatro del Perro ya había sufrido, antes, dos clausuras “por motivos inventados”, dice Mauriño, que fue multado por 50 mil pesos. Hay dos ejemplos claros que quedan expuestos en el video: le pedían plano de evacuación, cuando un espacio para menos de cien espectadores no tiene que tenerlo. O le exigían ignifugado, y tampoco es un requisito. Lo increíble es que el 10 de noviembre les habían levantado la segunda clausura. Y, a tan sólo tres días, volvieron a obligarlos a bajar el telón. El espacio que conduce Mauriño, en el que trabajan otros cinco docentes y que funciona hace siete años (es alquilado), cumple, según lo que él asegura, con las normas que tiene que cumplir: la 2147 y la 2542, que rigen para el teatro independiente en la Ciudad. Estas leyes sufrieron modificaciones de 2010 en adelante gracias a que los mismos artistas/gestores pusieron el pecho a las balas, agrupados en el colectivo Espacios Escénicos Autónomos (Escena). Dos logros fundamentales fueron la posibilidad de funcionar con la habilitación en trámite y cierta flexibilidad para las salas con capacidad para 50 espectadores.

Aunque estos cambios revolucionaron la actividad teatral, ya que muchos teatros salieron de la clandestinidad, la situación actual vuelve a preocupar. En los últimos seis meses hubo 60 clausuras a espacios, entre los que se cuentan no sólo teatros, sino también peñas, milongas, clubes y centros culturales. Algunas aún no se levantaron, pero hay personas que prefieren no hacer pública su historia. El 22 de noviembre se leía en el Facebook de Almagro Tango Club: “El Gobierno de la Ciudad decidió clausurarnos injustamente. Nuestro único delito fue querer difundir nuestra cultura popular. Tenemos habilitación y todo está en regla y aun así nos cerraron, esto demuestra cuán justo es este gobierno con las gestiones autónomas de cultura, que en vez de promocionarlas las clausura”.

Mauriño subraya que el avance sobre el Teatro del Perro es “ilegítimo”, en el sentido de que está cumpliendo con la normativa porteña. “Hay inspectores que desconocen la ley, que piden cosas que están por fuera. Y hay otros que se manejan con abuso de autoridad”, sostiene. Y aclara que las irregularidades que efectivamente presentaba el teatro –los dos centímetros y medio del ancho de la puerta y un hueco en el espacio técnico que daba a las gradas, al cual le pusieron una puerta– fueron corregidas. Quieren volver a funcionar con normalidad. “Y quiero que despidan a los inspectores que desconocen la ley. Me ofrezco como voluntario para capacitarlos”, insta, y dice que es “sin ironía”.

“La clausura estigmatiza muchísimo al espacio: si pasás por un restaurante y está clausurado, vas a pensar que tiene ratas. No vas a ir a comer de vuelta”, compara. “Están mutilando la cultura.” Sugiere que, en lugar de seguir cerrando espacios, los inspectores pidan las mejoras necesarias y que den un plazo de una semana. Y cuenta que está organizando una protesta en la puerta del teatro, además de que participará, en conjunto con un grupo grande de artistas, de una movida el 11 de diciembre que llevará el nombre Cultura Unida: exigirán “cambiar el enfoque que muestra el Gobierno de la Ciudad”.

Por otro lado, en la Legislatura porteña hay cinco proyectos de ley (dos del PRO, uno del kirchnerismo, de Unen y de la Defensoría del Pueblo) para regular la actividad de espacios culturales. Por esto vienen luchando los artistas y gestores agrupados en el Movimiento Espacios Culturales Autónomos (MECA), que armaron un proyecto que inspiró algunos de aquellos textos. Esta norma pondría fin a la problemática con una legislación que reconozca cómo funciona la cultura en estos días: fuera de la órbita comercial –y en general, lejos del centro– abundan espacios autogestivos que ofrecen múltiples actividades. Claudio Gorenman, responsable del Club Cultural Matienzo y referente de Abogados Culturales (una plataforma de asesoramiento para los que ponen el cuerpo al circuito alternativo), informa a este diario que el tema podría ser tratado en diciembre. “La Comisión de Cultura no tiene un texto consensuado, pero sabemos que existe voluntad política de todos los partidos, incluyendo el PRO. Vamos a tener un fin de año agitado si todo sale bien”, sostiene.

A principios de este mes, en el marco de la discusión por el Presupuesto 2015, el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, habló de la necesidad de una nueva legislación para espacios culturales. Ahora, considerando que Mauriño dice estar cumpliendo con todo lo que la ley le exige, si la norma para espacios culturales se sanciona, “el desafío será que no se siga generando una censura indirecta a nuevos lenguajes”, concluye Gorenman.

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