CULTURA › PROTESTA EN LA BIBLIOTECA CONTRA LA JUDICIALIZACION DE LA LITERATURA
La frase de César Aira fue una de las muchas que resonaron en la noche del viernes en defensa de Pablo Katchadjian, querellado penalmente por su obra El Aleph engordado. Estuvieron Claudia Piñeiro, Luisa Valenzuela y Federico Jeanmaire, entre otros.
› Por Silvina Friera
La inclemente y ventosa noche de invierno en que los escritores protestaron contra la judicialización de la literatura, contra el procesamiento del escritor Pablo Katchadjian por su obra El Aleph engordado, será recordada, a pesar de la trágica erosión de los años, como una copiosa nota al pie de una comedia absurda sobre un nudo experimental querellado y sus vericuetos leguleyos. Todo empezó en la explanada de la Biblioteca Nacional. Unas 300 personas le pusieron el cuerpo a la baja sensación térmica del primer viernes de julio. Claudia Piñeiro, María Moreno, Luisa Valenzuela, Carlos Gamerro, Federico Jeanmaire, Liliana Heer y Roque Larraquy, entre otros, escucharon la lectura de la carta pública que resumió los hechos –cuando María Kodama arremetió con una causa penal por defraudación a los derechos de propiedad intelectual en 2011– y algunos nombres entre las más de tres mil adhesiones recibidas, como los de los mexicanos Margo Glantz y Mario Bellatin; Edgardo Cozarinsky y Alan Pauls. Algo había que hacer, dirá después el editor y poeta Damián Ríos, en el desbordado auditorio del Museo del Libro y de la Lengua, para dejar en claro que Pablo no es un plagiario, sino un “excelente escritor”. El proverbial debate protagonizado por César Aira, Jorge Panesi y María Pía López desmenuzó una cuestión más compleja que el elogio elemental: ¿Qué hacer con Borges y su legado?
Gamerro, en representación del centro PEN de Argentina, leyó un mensaje de John Ralston Saul, presidente de PEN Internacional: “La querella penal en contra de Pablo Katchadjian ofende los estándares más básicos de la libertad de expresión. Incluso la posibilidad más mínima de que un escritor sea sentenciado a prisión por plagio es inaceptable. Y los jueces están tomando ventaja de una ley completamente anticuada. Incluso peor es el hecho que Katchadjian no estaba plagiando intencionalmente. Y tampoco intentaba hacer de su trabajo experimental una actividad lucrativa”. El escritor preparó un texto para compendiar una reyerta literaria inimaginable. “El Aleph engordado no es un plagio porque ningún plagio es abierto sobre sus fuentes. El libro trabaja formalmente una tensión. Esa tensión, hasta hace poco, parecía estar solamente en el libro. Cuando empezó el juicio en 2011, pasó a estar encima de mí”, comentó Katchadjian. “El primer objetivo de la fundación Borges, según la página oficial, es propiciar la correcta interpretación de la obra de Borges. Creo que los que estamos acá no creemos que haya ninguna interpretación correcta de ninguna obra.”
“Este asunto pertenece al rubro de lo cómico”, afirmó César Aira en el auditorio del Museo del Libro y de la Lengua. “En la tragedia todos son buenos, salvo que se enfrentan porque pertenecen a regímenes jurídicos distintos; es el choque de las civilizaciones. Como todos son buenos, no puede haber final feliz. La comedia, en cambio, es intracivilización, sucede en un solo régimen jurídico, entonces necesariamente si se enfrentan es porque hay malos y buenos. Y ganan los buenos, como esperamos que pase esta vez”, auguró el escritor calentando los motores de su argumentación. “No es obligatorio para un escritor procesar nada ni ajustar cuentas con nadie, mucho menos es necesario procesar la tradición nacional. El escritor que se hace escritor por ser lector puede llegar a sentir que ya todo está escrito, que no vale la pena seguir escribiendo. Y tiene que hacer algo para salir de esa fascinación. Me tomé en serio esa máxima de La Rochefoucault que dice que admirar con moderación es signo de mediocridad. Mis admiraciones siempre fueron volcánicas, excesivas y paralizantes. Recuerdo la admiración incontrolable que me produjo (João) Guimaraes Rosa cuando leí los cuentos de Corpo de baile por primera vez. Lo procesé, por no decir que lo copié, y escribí un relato que tomaba la estructura, los temas y casi los personajes de uno de sus cuentos. Me pasó lo mismo con los cuentos góticos de Isak Dinesen. No tuve más remedio que copiarla y escribí una novelita siguiendo las líneas de uno de sus grandes cuentos, ‘El diluvio en Nordeney’. Todo eso que se puede hacer con los escritores admirados, la glosa, la imitación, la parodia, entra en el rubro general de experimento.”
El autor de Ema, la cautiva, La liebre y Cómo me hice monja, entre otros títulos, subrayó que hay que hacer un experimento con Borges. “El experimento es una apuesta en la que se pone en juego el tiempo. Y ese tiempo puede sacarnos de la parálisis admirativa. Toda la obra de Borges está hecha alrededor del concepto de tiempo; uno de sus libros favoritos se llama justamente Un experimento con el tiempo de J.W.Dunne”, recordó Aira. “El otro día releí un cuento de Cortázar que se llama ‘Sobremesa’ y vi que es un experimento con un experimento con el tiempo de Borges. Y seguimos haciendo experimentos para desatar el nudo, para poder seguir escribiendo. Yo hice exactamente lo mismo que hizo Pablo con mejores o peores resultados, porque siendo joven escribí algo reescribiendo una buena cantidad de páginas de ‘Nueva refutación del tiempo’. Pero Kodama no existía todavía, Borges estaba casado con Elsa Astete, y con el nombre de esta víctima termino mi alocución.”
Jorge Panesi advirtió que la propiedad de la literatura es problemática y arrojó un puñado de interrogantes: “¿Qué hubiese sido de la teoría literaria que hoy manejamos respecto de la propiedad y el autor si no hubiera estado Borges? ¿Hubiera sido igual? ¿Hubiéramos pensado igual? Me parece que no. Y si alguien pensó la propiedad de la literatura, la propiedad del autor, fue Borges”. El crítico y docente mencionó algunos casos de “viudas o viudos” –en un sentido laxo– que por el afán de “la recta lectura” interfieren sobre las obras. Como Ted Hughes, el viudo de la poeta Sylvia Plath, que destruyó la parte del diario de Plath donde aparecía él. “Si hay una verdadera visión de Borges, que es la que ella tiene, se litiga a cualquier persona que trate de leer a Borges. Esto es lo que ha ocurrido con Katchadjian y todos los que han intentado una lectura de Borges. No tenemos una edición crítica de las obras de Borges. Lo más parecido a una edición crítica de Borges es la que hizo Jean Pierre Bernès para la colección La Pléiade de Gallimard. Eso, nuestra viuda litigante, lo borró del mapa”, precisó Panesi. “El odio a la crítica literaria borgeana es el odio a la lectura de Borges, un odio secreto e infinito por la obra misma de Borges que está destinada a cuidar, como aquellos que cuidan tanto una cosa que impiden el goce de esa misma cosa.” María Pía López confesó que ama la obra de Roberto Arlt “hasta el plagio o la parodia” y agregó otra “viuda” al listado. La hija del escritor, Mirta Arlt, se empeñó en corregir lo que consideraba palabras “feas” o casi “obscenas” en Los siete locos y Los lanzallamas. “Cualquiera que quiera escribir, cuando está leyendo mucho a Borges, tiene necesidad de combatir lo que está leyendo. Yo necesito pelear con la lengua de Borges para poder escribir”, admitió la escritora y socióloga. “Lo que está en juego son dos modos de pensar la herencia: pensar la herencia como propiedad o pensar la herencia como un estado que implica siempre una pelea con esa herencia”, planteó la directora del Museo del Libro y de la Lengua. “La imagen que tenía cuando leía el texto de Pablo era la de alguien que está haciendo un esfuerzo para que algo no se vuelva asfixiante; por eso engorda y pone otra escritura, otra poética, otra sonoridad, y convierte esa salida de la asfixia en un gran texto literario. Cuando Borges escribe ‘Pierre Menard’ dice que algo había que hacer con el Quijote porque era ‘ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo’. Algo hay que hacer con Borges.”
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