Viernes, 20 de noviembre de 2015 | Hoy
CULTURA › OPINION
Por Horacio González *
Las figuras quiméricas que salen de la alforja de collages impenitentes de Bernasconi –y no olvidemos que el collage es la base del pensamiento mitológico– componen un mundo completo donde reina el absurdo y al mismo tiempo la ternura. La idea de hacer preponderar los finales de ninguna manera le es ajena a todo lector; siempre hay un oculto deseo de anticiparse o jugar a las escondidas con los instrumentos acumulativos de un relato que propone un autor. En los cuentos, es habitual recordar la conclusión, pues el remate suele ser cuidadosamente elaborado. En las largas novelas sobre la memoria, se suele recordar el principio: “Durante mucho tiempo solía acostarme temprano”. Pero Bernasconi es un lector cuyo ingenio desbordante lo lleva hacia el final, porque de algún modo luego leerá todo a contrapelo, de una manera retrospectiva, como quien en su camino va juntando ruinas que acontecieron antes. Cuando las encaja unas con otras, esos desechos suelen convertirse en figuras sorprendentes que hacen de toda materia un objeto animado. Los esperpentos de Bernasconi son grandes creaciones pictóricas y escultóricas, y como el Golem, esperan de sus espectadores el soplo con el cual ellos mismos participen de la vida que estas figuras ya tienen. Son habitantes fantasmales de un ameno planeta de objetos animados y fantásticos, y así, totalmente esperanzados.
* Director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.
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