Viernes, 20 de noviembre de 2015 | Hoy
CINE › HORTENSIA, DE DIEGO LUBLINSKY Y ALVARO URTIZBEREA
Por Diego Brodersen
Si el absurdo y la singularidad de su entonación son los signos más evidentes de Hortensia desde el minuto uno, no lo son menos las múltiples referencias a universos cinematográficos (absurdos y singulares) de otros realizadores de diversas procedencias, de Aki Kaurismaki a Wes Anderson y del Jeunet de Amélie a Martín Rejtman. No se trata de rebuscar y fiscalizar correlatos y linajes sino de hacer notar el obvio diálogo que la ópera prima de Diego Lublinsky y Alvaro Urtizberea (ambos con amplia experiencia previa en la televisión y, en el caso del segundo, también como productor cinematográfico) establece con algunas de las películas de esos autores. Como la heroína del exitoso film protagonizado por Audrey Tautou, Hortensia (Camila Romagnolo) vive un presente triste y rutinario cuando decide enfocar su existencia en la persecución de un objetivo. En su caso, dos objetivos: conseguirse un novio rubio y diseñar el zapato más bello del mundo. Es que su padre ha muerto recientemente, electrocutado con una heladera marca Siam –uno de los gags/guiños que definen ese humor absurdo, jugado usualmente en un registro bien deadpan—, y para colmo de males ha perdido su trabajo de vendedora en una armería.
Anclada en una temporalidad alternativa que parece congelada en algún momento entre los 50 y los 60 –una temporalidad de diseño de arte, no tanto reconstrucción de época como construcción de un imaginario visual sobre ese período—, Hortensia se mueve entre sillones vintage de diseño americano, tocadiscos de púa cerámica y vestidos de corte recto. Y los animales disecados de su padre, taxidermista de renombre, que le dan a los ambientes de la casa un aire entre lúgubre y opresivo. Hortensia, la película, está marcada por los encuadres usualmente simétricos de esos decorados y objetos de utilería (y algunas pocas locaciones, como tiendas y veredas de barrio), a tal punto que durante los primeros veinte o treinta minutos de metraje parecería que esos elementos terminarán por aplastar cualquier atisbo de emoción o juego narrativo. Al mismo tiempo, el estilo de humor elegido por Lublinsky y Urtizberea es uno de los más difíciles de llevar a buen puerto y las primeras escenas (incluido el festejo de fin de año que termina en la ruptura de la protagonista con su novio) no parecen indicar que el film vaya a brillar por su precisión cómica.
Algo ocurre, sin embargo, durante la segunda mitad y Hortensia logra encontrar en el ritmo monocorde y algo perezoso, y en su sabor siempre agridulce, un punto de anclaje sobre el cual navegar con cierta comodidad e incluso finura. En particular luego de que el par de pretendientes de la joven comienza a entablar una amistad que parece profunda, a pesar de sus diferencias y posiciones encontradas en el duelo sentimental. Es cierto que el registro de algunos actores no está siempre en sintonía con el del resto del reparto y que el abuso en términos narrativos de un personaje no humano (un perrito con un aire al de El artista, casualmente o no) atentan contra esos logros. Pero la película, a pesar de esas falencias y de su flanco derivativo, encuentra finalmente una manera modestamente personal e interesante de construir un mundo y a un puñado de criaturas para habitarlo.
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