En algún barrio, que puede ser Barracas, el Bajo Flores, Liniers, Devoto o cualquier otro, a una piba le baja la presión en medio de un ensayo. Los saltos, el calor de diciembre y enero, la comida magra en casa. A veces lo cuenta, otras se calla y sigue saltando, poniéndole una sonrisa a la tarde. En la murga encontró un lugar de pertenencia. Aunque sus viejos no siempre vayan a verla actuar. La piba (o el pibe) no sabe muy bien qué tiene por delante en la vida. Sabe, sí, que febrero es magia. Que febrero es una de las pocas oportunidades que tendrá en la vida para mostrarle a los vecinos de la ciudad –de su barrio y de los demás– lo que le gusta hacer, de expresarse artística y públicamente. A pibes como ella la Gendermería los baleó el otro día en el Bajo Flores. A pibes como esa chica muchas veces la clase media pide “encerrar en un corsódromo y bombardear”, como chillaban los lectores del extinto diario Crítica en los comentarios de una nota. Pero a esos chiquilines no les importan esas miradas de soslayo porque este fin de semana vuelven los corsos porteños. Vuelve una parte importante de su lugar en el mundo. Vuelven cuatro fines de semana –feriados incluidos– para demostrar los frutos de ensayos, de horas cosiendo lentejuelas y de patadas al aire.

En total serán 112 murgas (que pueden ir de los 50 a los 200 integrantes o más) que se presentarán en 37 corsos repartidos por los barrios porteños. Los sábados, la actividad comenzará a las 19 y se extenderá hasta las 2 de la mañana. Los domingos, terminará a la medianoche. El lunes 8 y el martes 9 repetirán la lógica de sábados y domingos, respectivamente. Desde la Dirección General de Promoción Cultural porteña estimaron en un millón la cantidad de vecinos que disfrutaron los carnavales 2015 y prevén aún mayor convocatoria para este año. Además de las murgas, por los escenarios de los corsos pasarán bandas y otros espectáculos, un proceso de diversificación que ya se inició el año pasado con la actuación de orquestas y humoristas. Otro cambio que subsiste de los introducidos el año pasado es la incorporación de corsos en el interior de clubes (este año, sólo el Club Floreal), y en plazas y parques (como Parque Avellaneda, Saavedra o Plaza Irlanda), atendiendo el reclamo contra los cortes de calles.

En cuanto a los corsos callejeros, algunos barrios con mayor tradición tienen más de uno. Es el caso de Almagro, Boedo, Lugano, Palermo, Paternal, Pompeya y Saavedra. Algunos rincones de la ciudad ya no tienen corsos. El que se montaba frente al Congreso –con buena infraestructura y un entorno envidiable– ya no está en la lista. Otros barrios que solían tener dos corsos, ahora tienen uno, como es el caso de Barracas. En ese barrio del sur se da un caso llamativo. Los jueces evaluadores, que en 2014 habían considerado a la murga Los Descontrolados de Barracas como una agrupación “clase A”, la degradaron al año siguiente por el mismo espectáculo, mandándola a las instancias evaluatorias. El colectivo murguero del Circuito Cultural Barracas, reconocido por sus pares por la calidad de sus espectáculos y la crítica social que enunciaban, entonces, decidió retirarse de los corsos oficiales. Por otro lado, algunos corsos suelen ser una garantía para pasarlo bien. Es el caso de Almagro II, en Lambaré entre Perón y Sarmiento, organizado por la murga de FM La Tribu, es otro rincón de pura alegría carnavalera, donde además brillan los locales de La Redoblona. O del de Boedo entre Independencia y San Juan, donde siempre hay buen ambiente, familiar y de un barrio que disfruta la cultura popular.