CULTURA › DARIO SZTAJNSZRAJBER
“Me interesa la filosofía que deconstruye la racionalidad para meterse con el arte, con la emoción”, dice el hacedor de Desencajados, la obra filosófica-musical en la que hace dialogar a Spinetta, Charly y el Indio con Platón, Nietzsche y Derrida.
› Por Emanuel Respighi
Tal vez el origen de todo haya sido la complejidad que le generaba pronunciar correctamente su apellido, de origen polaco. O el constante ejercicio de tener que explicar su procedencia cada vez que alguien escuchaba esa sumatoria de consonantes impronunciable, luego de deletrear una por una (y a veces más de una vez) cada una de las letras que lo conforman. Sea como fuese, lo cierto es que Darío Sztajnszrajber posee en su naturaleza la facilidad de hacer entendible lo complejo, sin por ello caer en falsos reduccionismos. Esa cualidad, que desarrolló en ciclos televisivos y radiales como Mentira la verdad, 1000 manos, Gete sexy y Metro y medio, es la que esta noche lo lleva a estrenar la quinta temporada de Desencajados, la obra filosófica-musical en la que hace dialogar a Luis Alberto Spinetta, Charly García y el Indio Solari con Platón, Nietzsche y Derrida. El espectáculo, que hoy a las 20 se presenta en el ND Teatro (Paraguay 918) y el 15 de abril en el Teatro Bar de La Plata (Calle 43, entre 7 y 8), no es otra que una nueva excusa para seguir tendiendo puentes entre el pensamiento filosófico y los saberes populares.
Ni filósofo ni ensayista ni conductor televisivo: cuando Sztajnszrajber debe llenar el espacio sobre su “ocupación” en algún formulario, simplemente escribe “docente”. “Antes que cualquier otra cosa, me siento docente. Creo que soy docente, más allá el contenido. Mi área de especialización es la filosofía, pero podría haber sido profesor de literatura, incluso. Lo que tengo claro es que no podría no haber sido docente. “Esa es mi verdadera vocación”, reconoce, ante Página/12, el conductor de Mentira la verdad, el programa de canal Encuentro que compite en los premios Emmy International por tercer año consecutivo, esta vez en la versión Kids. La ceremonia se realizará el martes próximo en Cannes, Francia.
–¿Qué es ser filósofo en la actualidad? Hay quienes creen que para autoproclamarse “filósofo” se debe, al menos, haber construido un cuerpo teórico nuevo u original, que no basta con ser intérprete de otros. ¿Cuál es su postura al respecto?
–Cuando se plantea que al lado de Platón nadie puede proclamarse “filósofo”, salgo a defender la popularización del término. Si un docente de filosofía en un secundario logra que el curso esté activamente pensando y cuestionando un tema, es un filósofo. Al menos no es un mero profesor de filosofía. No formo parte de esa lectura elitista de que nadie puede usar la palabra “filósofo” porque les queda a todos demasiado grande. A la inversa, cuando cualquiera se dice filósofo, apropiándose del termino sin ningún tipo de rigor, sólo porque se le ocurrió una idea suelta, lo mando a estudiar un poco. Hay ciertas concepciones de la academia contra las que hay que pelear, pero también cierto populismo filosófico que cree que es filósofo el que piensa dos giladas.
–En Desencajados la filosofía se articula con canciones de Spinetta, Charly, Solario o Gustavo Cerati. ¿Los considera filósofos que encontraron en la música el medio para expresarse sus ideas, o para usted son sólo músicos?
–Son músicos. Algunos han leído filosofía. Sabemos que Spinetta, Fito o el Indio leyeron mucha filosofía, pero no la hacen en términos de género. Lo que no tengo duda es que muchas de las manifestaciones culturales están atravesadas por una búsqueda existencial afín a la filosofía. A esos músicos los ubico en esa búsqueda. Seguro. Pero no cualquier músico es un filósofo en potencia. En la mayoría no encuentro nada de filosofía. En Desencajados, la música y la filosofía son como dos laderas para llegar a la misma cima. En el espectáculo, la canción arma un clima, respetando la singularidad. No somos irrespetuosos explicando una canción. La canción allana y sensibiliza los temas que abordamos, como la muerte de Dios, el amor, la relación entre poder y relato, cómo somos esclavos del tiempo productivo.
–¿Hay más vasos comunicantes que diferencias entre la filosofía y la música? Se puede pensar que una canción es “filosofía barata”, o que toda letra tiene una concepción teórica que la sustenta, además de la melódica.
–Hay mucha filosofía barata y zapatos de goma en la academia, también. La filosofía no está exenta de paracaidistas. La selección tiene que ver con nuestra concepción de la filosofía y de la música. Obviamente que hay canciones que tienen una pretensión filosofía que apunta a desplegar una búsqueda existencial. “Barro tal vez”, por ejemplo, es una obra que trasciende al ámbito musical. La canción del Flaco Spinetta es una obra filosófica, en el sentido de que busca salirse de los límites de la canción para generar una disrupción conceptual. ¡Y Spinetta la escribió a los 15 años! “Barro tal vez” la usamos al comienzo del espectáculo, en el momento en que postulamos que lo propio de la filosofía es la pregunta sin respuesta. En el momento en que instalamos la idea de que la filosofía te deja angustiado y abierto, escuchar cuando el flaco dice “si no canto lo que siento me voy a morir por dentro”, es una experiencia conmovedora.
–Una experiencia racional pero fundamentalmente emocional.
–Muchas veces me ha parado la gente para decirme que no entendían mucho, pero que algo les pasaba y les gustaba. La filosofía no se juega sólo en la racionalidad. Hay algo de lo emocional que se pone en juego en la filosofía.
–Está patentado el tablero. Históricamente, la filosofía era una disciplina propia de la mente, no de las emociones.
–No creo que haya una filosofía, sino que hay filosofías diversas. Durante mucho tiempo hubo una hegemonía de cierta filosofía racionalista. En los últimos años empezó a desarrollarse una corriente que asimila más la filosofía a un ejercicio corporal y mental. Me interesa la filosofía que deconstruye la racionalidad para meterse con el arte, con la emoción. Ahora, en la academia hay muchos filósofos deconstructivistas. A los griegos no se los lee de la misma manera después de Foucault. En Historia la batalla es más dura entre los sectores más conservadores y los menos. ¿Qué es ser conservador en filosofía? Es tener una idea de la filosofía analítica, positivista, asociarla al conocimiento científico. Esos reductos quedan cada vez más chicos. La filosofía ahora se asume como género literario, desprovista de su tradicional búsqueda de la verdad, asumiendo su carácter metafórico y ayudando desde la pregunta a cuestionar lo establecido. Y lo establecido no es sólo el poder central; es también el padre que obliga al chico a estudiar una carrera, el colectivero que no te abre la puerta cuando tocaste el timbre... El “micropoder”, digamos.
–¿La divulgación filosófica que tuvo representantes como usted o José Pablo Feinmann ayudó a que en la actualidad la filosofía se piense menos en un sentido positivista?
–Ayudó, sin dudas, pero como parte de un proceso que fue endógeno de la filosofía. Desde la misma academia surge Derrida, no al revés. Derrida no es un divulgador. Hubo un giro filosófico, una implosión. Foucault, Derrida o Deleuze son autores que desde el interior de la filosofía la hacen explotar para habilitar otras miradas. Incluso, Derrida era un tipo al que no le gustaba la divulgación ni la presencia en la TV, era muy crítico de los medios. Hoy en día, la filosofía y los medios tienen una relación muy novedosa. Uno ve cómo Zizek, por ejemplo, está al frente de muchos programas de TV. Que ya no son los del tipo mirando a cámara explicando la historia de la filosofía. Hay otra cosa. Michel Onfray es otro tipo que forma parte de la explosión de la filosofía no académica en las últimas décadas, que escribe una contra historia de la filosofía, husmeando en los filósofos de la historia que no se enseñan porque se los considera fuera del canon. Es un hedonista que rompe con la academia y funda la Universidad Popular de Caen, que no está regida por las estructuras formales académicas, al punto que al final de los cursos daban un certificado que decía “Ahora sos una mejor persona”. En Argentina, en los ochenta, Tomás Abraham había generado un acercamiento a este tipo de filosofías que contienen a los inquietos.
–En el siglo XXI, en plena era de la imagen, ¿se puede ser un buen filósofo sin ser un interesante comunicador?
–La filosofía siempre fue, básicamente, un ejercicio de comunicación. Incluso, desde antes de que explotara el mundo de la imagen. Lo propio de la filosofía tiene que ver con el erotismo de la palabra, con la posibilidad de movilizar en el otro una serie de cuestionamientos que generan una conversación infinita. Por eso es importante el modo en el que la filosofía se expresa. De hecho, a muchos les pasa que cuando leen textos solemnes o escuchan clases más clásicas, no se enganchan. El atractivo no sólo está puesto en lo que se dice sino también en el modo en que se lo dice. Eso atraviesa la historia de la filosofía. En el caso de la divulgación hay una necesidad de explotar esa línea.
–¿Cómo evalúa el nivel de debate de ideas durante el kirchnerismo? ¿Fue una época fructífera para el pensamiento porque planteó cambios estructurales en lo social y cultural, o al contrario, la hegemonía electoral y política del kirchnerismo limitó el ejercicio?
–Para debatir, se supone que se debe convenir en ciertas reglas mínimas que hagan posible que los intérpretes del debate puedan coincidir.
–Un programa como Intratables no brinda esa condición.
–Creo que sí. Intratables supone un guión previo, un formato conocido por todos, al que los invitados tienen que adecuarse. Nadie que vaya a Intratables va a poder hablar desde un lugar distinto al que previamente el programa exige.
–¿Pero el debate no presupone intercambio de ideas y, para que ello suceda, no se debería tener tiempo para desarrollarlas y escucharlas?
–Estamos de acuerdo. Lo que digo es que cuando se debate, o se coincide en las reglas, o no. Si se coincide, el debate se vuelve aparente, porque la aceptación de esas normas comunes hace que nunca esas posiciones diversas puedan realmente diferenciarse radicalmente, porque en el fondo estás coincidiendo en un plano común del que no podés salirte. En Intratables, uno puede ser de izquierda o de derecha, K o antiK, pero siempre te vas a ajustar a un formato previo que tiene que ver con la estética del programa, basada en no desarrollar mucho los temas, lecturas dicotómicas de la realidad, siempre a favor o en contra de todo. La reflexión política en Intratables se hace imposible. Ahora, Intratables es un espectáculo televisivo, que genera gran adhesión y que impacta en la política. Intratables expresa la espectacularización de la política. Yo no creo en esos debates. Creo en los debates que hieren. El kirchnerismo abrió el debate porque generó la posibilidad de evidenciar esa grieta histórica que siempre estuvo solapada, para que posiciones muy antagónicas entraran en discusión. Lo que me parece reprochable, en todo caso, es que el debate debe herir pero nunca debe llegar a la supresión del otro. Y durante el kirchnerismo, en vez de aprovechar las docencias para transformarnos a nosotros mismos, instaló la lógica de tratar de suprimir la diferencia del otro. En algún sentido, es una oportunidad perdida, porque hoy vuelve un discurso único, hegemónico, embanderado en ideas liberales. Lo que hoy vemos es un pluralismo real desde una concepción liberal de la cultura.
–¿Cómo es eso?
–El actual es un tipo de pluralismo como el que hay al interior de una góndola de un supermercado: uno puede consumir y elegir los productos que quiera, pero lo que no se puede es dejar de consumir. Ahora, se supone que se permiten diferentes voces, en la medida que esas voces acepten ciertas reglas. Si las cuestionás quedás radicalmente afuera de la posibilidad de tener voz. El verdadero pluralismo no es el que cierra, sino el que abre, es siempre conflictivo. La discusión sobre la democracia te lleva hacia los límites, genera discursos que la ponen en jaque. Cuando se cierra el debate para sostener cierta estabilidad en el sistema, el precio es dejar afuera un montón de voces. Y mucho más cuando lo que queda adentro es todo más o menos lo mismo.
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