CULTURA › TERMINó AYER EN SAN RAFAEL EL FESTIVAL NACIONAL DE LITERATURA (FILBA)
La dicotomía civilización y barbarie –encarnada en el conflicto docente en la provincia de Mendoza– atravesó el encuentro, con un público ávido por escuchar a los escritores invitados, que participaron de lecturas, charlas y talleres.
› Por Silvina Friera
Desde San Rafael
El viento ruge su rabia y dobla la copa de los álamos. Verlos agitarse, como si estuvieran a punto de desplomarse, impresiona. La naturaleza es mucho más salvaje –y hermosa– de lo que se percibe a simple vista. La belleza de la ciudad de San Rafael, al sur de la provincia de Mendoza, fue perturbada por la lluvia y las piedras que cayeron el jueves por la tarde, cuando empezó la quinta edición del Festival Nacional de Literatura (Filba), que terminó ayer. Quedan los fragmentos de escenas y debates de cuatro días de literatura y política –con la dicotomía civilización y barbarie encarnada en el conflicto docente en la provincia de Mendoza–, con un público ávido por escuchar a los escritores invitados, que participaron de lecturas, charlas y talleres, como Eduardo Sacheri, María Teresa Andruetto, Luis Chitarroni, Jorge Consiglio, Gabriela Massuh, Eugenia Almeida, Mariana Enriquez, Oliverio Coelho, Mercedes Araujo y Gabriel Dalla Torre, entre otros. “Todos tenemos una historia en la punta de la lengua, seamos escritores o no”, dice Eduardo Belgrano Rawson durante la apertura del Filba en el aula magna de la Universidad Nacional de Cuyo, una de las sedes del festival.
“Tomar cocaína me había gustado mucho cuando empecé a hacerlo, en la adolescencia. Me gustaba la falsa energía, esa luminosidad de neón en el cerebro, la charla histérica, la bestialidad de la situación, especialmente la física. Pero a esa altura, y desde hacía rato, no me daba ningún placer”, revela Mariana Enriquez en el panel Al Límite, que compartió con Iván Moiseeff y Tálata Rodríguez. “Una noche tan intrascendente e intensa como las demás, me metí en el baño del Búkaro a tomar un tiro. Cuando iba a encender la luz, me di cuenta de que no hacía falta. En el baño era pleno día. No tenía techo, el baño, y el sol brillaba en el cielo de otoño totalmente solo, sin nubes, en medio del azul más límpido que se pueda imaginar. Yo creía que, como mucho, serían las cuatro de la mañana. Ese sol fue mi límite. Recuerdo que me sentí muy patética, muy sola y muy triste. Y la diferencia entre lo que de verdad pasaba y mi reloj tóxico resultó en una especie de shock”. Esa fue la última vez que la escritora tomó cocaína. “El Búkaro cerró. Creo que mataron a un chico ahí adentro, a cuchilladas, y nadie encontró el cuerpo hasta muy tarde, o les dio miedo llamar. Ahora me pregunto, sin embargo, si ese muerto habrá existido. Si el lugar de verdad se llamaba Búkaro o nosotros lo llamábamos así. Y me impresiona cuántas vidas perdí y olvidé en mi propia vida”, confiesa la autora de Las cosas que perdimos en el fuego y Los peligros de fumar en la cama. “Me parece que últimamente hay una línea delicada entre la literatura del yo y hablar de uno mismo. Hablar de uno mismo es interesante literariamente y al mismo tiempo roza con un poco de narcisismo. Mi abuela decía ‘se está mostrando’. Yo elijo mostrarme, pero con medida”, aclara Enriquez.
La construcción literaria de una región y cómo traducir el paisaje son instancias de reflexión para Mercedes Araujo, poeta y narradora mendocina que vive en Buenos Aires; el puntano Eduardo Belgrano Rawson y la dramaturga y narradora mendocina Sonnia De Monte. “Mi proyecto literario me llevó a buscar el territorio fuera de Buenos Aires. El paisaje me resultaba equivalente a los personajes”, confirma Araujo, autora de La hija de la cabra, novela ganadora del primer premio de fomento a la producción literaria del Fondo Nacional de las Artes en 2011 y agrega que para escribir la novela necesitó volver a Mendoza para “sentir el paisaje”. “El volver a la naturaleza es lo que hemos perdido en la ciudad. Cuando volvemos, cuesta embarrarnos. Yo creo que estar ahí me dio el ritmo para llevar adelante un proyecto narrativo. Yo soy una lectora de historias, necesito que me las cuenten y necesito devolverle al relato su potencia”, reconoce Araujo. De Monte, oriunda de Bowen, autora de la novela Está lloviendo en Vitorica, admite que no podría vivir en una gran ciudad y que no le gustan las grandes aglomeraciones. “Yo elijo el campo, elijo un poco más de paz, si es que se puede conseguir en este mundo”, plantea la escritora. “Nosotros, los que no pretendemos estar en esos lugares rimbombantes de cartel, simplemente hacemos una literatura de forasteros”, invoca la frase de Haroldo Conti. La escritora no puede entender un paisaje “si no hay un ser humano”. Belgrano Rawson, con su histrionismo con acento puntano, evoca la geografía natal. “Cuando era chico, en San Luis, éramos tan pobres que ni paisaje teníamos. De obra pública ni hablar. Hemos vivido a la sombra de Mendoza”, ironiza el autor de Rosa de Miami. “Una maestra decía que en San Luis terminaba la Argentina. Y tenía razón: San Luis era la Siberia del país. Yo tuve una especie de embrujo con el desierto, que creo que Sarmiento definía como ‘una franja incierta en el horizonte’”.
Está lloviendo en San Rafael. Diluvió el jueves. Llovió el viernes. Llovió el sábado. Llovió el domingo... Nunca cayó tanta agua por estos pagos. No cae la polémica del cielo como un meteorito ajeno al cuerpo social. La disputa es constitutiva en la conformación y devenir del país. Más en estos momentos. El Filba no es una burbuja literaria. La primera discusión emerge cuando la traducción del paisaje como tema declina. “La caída de lectores es imparable en la medida en que sigamos resignados a ser un pueblo analfabeto. En Argentina se practica una política cultural para minorías. El 90 por ciento de la población jamás va leer un libro ni va a ir al cine o al teatro”, afirma Belgrano Rawson y sugiere que “hay que poner a todo el mundo a alfabetizar; pero es más fácil repartir netbooks”. Desde el público se escuchan murmullos y conversaciones, apenas audibles, que pueden ser traducidos como el ruido que provoca el desacuerdo o también como los comentarios que suscitan las adhesiones. María Teresa Andruetto pide el micrófono para aclarar que “Argentina no tiene casi analfabetos”. Belgrano Rawson le retruca, a la autora de Lengua madre y Los manchados, porque está hablando de “un universo sofisticado” que lee; pero él se refiere al 80 por ciento que nunca leerá un libro. A diferencia de lo que sucede con la inflación en el país, el porcentaje de analfabetos bajó, en unos pocos minutos, un 10 por ciento. La escritora cordobesa vuelve a la carga con más argumentos. “La distribución de libros en las escuelas creció en todo el país, aunque entiendo que faltan cosas por hacer. En los 60, el gran momento de la edición argentina, yo vivía en un pueblo y si quería un libro tenía que ir a encargarlo al bazar”.
El mal clima obliga a cambiar una de las sedes al aire libre: el laberinto Borges, creado por el diplomático y arquitecto inglés Randoll Coate (1909-2005), en la estancia Los Alamos, de la familia de la escritora Susana Bombal (1902-1990). Mejor estar protegidos, entre libros, en la bellísima Biblioteca Popular Mariano Moreno. La China, una gata gris y blanca de cuatro meses, corre de una punta a otra de la sala, alterada por la cantidad de chicos que participan del Filbita en una intervención poética con susurradores. “Desde Sarmiento para acá, podemos leer bajo la clave de civilización y barbarie, el devenir de nuestra sociedad y a la vez de nuestra literatura”, postula Andruetto durante el panel Civilización y Barbarie Hoy, en el que participó junto con Hernán Ronsino y Gabriela Massuh. “Lo mejor de nuestra literatura es una experiencia de lenguaje profundamente política; una literatura que va más allá del entretenimiento, aunque los avatares políticos tan intensos entre nosotros nos entretengan a veces tanto como una tragedia shakesperiana”, advierte la escritora cordobesa. “La barbarie está en el otro, en ese desconocido de nosotros cuya subjetividad preferiríamos nunca conocer. Se trata de un nosotros que puede mutar de clase y condición”, analiza Andruetto y enumera esas metamorfosis: los bárbaros pueden ser los indios, los gauchos, los provincianos, también los luchadores sociales, los guerrilleros, los “cabecitas negras” o simplemente los pobres y explotados de la tierra. “Tanta civilización asfixia y un poco de barbarie permite la salida de eso otro, menos controlado, algo de aquello que Kush llamó el hedor de América”, asegura, y propone tirar del hilo de un complejo interrogante: cuánta barbarie hay en la civilización y cuánto impulso de verdadera civilización hay en la barbarie.
Gabriela Massuh, autora de las novelas La intemperie, La omisión y Desmonte, alerta sobre la destrucción del espacio público en la ciudad de Buenos Aires y objeta que el progreso se mida exclusivamente por el negocio inmobiliario. Walter Benjamin decía que el “capitalismo es la más fundamentalista de las religiones”. En El robo de Buenos Aires, Massuh desenmascara los tejes y manejes de la destrucción de la ciudad y desmenuza los grandes negocios realizados en Puerto Madero. “Juan Manuel de Rosas limpiaba la tierra de indios para darles la tierra a los terratenientes. Esto que pasa con Buenos Aires hoy es como una Campaña al Desierto. La barbarie actual se llama acumulación de capital”, explica la escritora que cuestiona el “afán higienista” de Mauricio Macri y recuerda un concepto de Hannah Arendt para subrayar que “la barbarie es la ignorancia del sufrimiento del otro”. Hernán Ronsino, narrador y sociólogo, prefiere empezar con un pequeño relato del guatemalteco Augusto Monterroso, “La oveja negra”, que viene como anillo al dedo de la cuestión. Una oveja negra llega a un país común y corriente y es fusilada. Después de un tiempo, el rebaño arrepentido decide hacerle un homenaje y se construye una estatua ecuestre. Llegan nuevas ovejas negras al pueblo y las vuelven a fusilar para entrenarse en el arte de la escultura. ¿Cómo se actualizan las tensiones entre civilización y barbarie? Ronsino, autor de Glaxo y Lumbre, procura pensar el lugar del peronismo y la tensión entre las clases dominantes y los sectores populares, siguiendo las ideas del artista plástico Daniel Santoro. “El peronismo es más peligroso que el marxismo porque el marxismo te pide que te sacrifiques por la revolución. En el peronismo, lo que importa es el goce de la clase trabajadora. Pero después vienen a cobrarte la fiesta, después hay que pagar”, compara Ronsino y señala que el bárbaro es una construcción que hace alguien, “una lucha por la dominación de un grupo sobre otros que ocurre en el plano de la lengua”. “La literatura nos permite imaginar lo otro –declara Ronsino–. A través de la escritura, uno puede desarmar la barbarie”.
Un señor pide la palabra. Pronto la dicotomía encarnará en el público para ejemplificar, si alguna duda quedaba, la potencialidad de una divergencia inagotable.
–La peor pobreza es la ignorancia. Y la mayor riqueza es el conocimiento –dice.
–No estoy de acuerdo, señor –refuta una mujer–. La mayor pobreza es no tener nada en la panza.
“¡Escuchá a los docentes, Correas!”, grita un maestro que es voluntario del Filba y tiene la remera del festival más roja que nunca, la garganta irritada, la voz arrasada. ¿Habrá oxímoron más siniestro que una paritaria por decreto? El macrismo –para espanto y sufrimiento de la ciudadanía– puede desafiar los límites de la imaginación. “Correas” es el escritor Jaime Correas, titular de la Dirección General de Escuelas de Mendoza (DGE). Correas está en una de las charlas en la biblioteca popular Mariano Moreno, el sábado por la tarde, como uno más entre el público, cuando un grupo de docentes lo ve y se acerca para plantearle cara a cara las quejas y problemas sin resolver que arrastra su errática gestión. La relación del SUTE (Sindicato Único de Trabajadores de la Educación) con el gobernador de la provincia de Mendoza, Alfredo Cornejo, un radical macrista, es mala después del fracaso de las paritarias y la imposición por el decreto 228/16 de un aumento del 7 por ciento de marzo a julio y del 7,7 a partir de agosto; decreto que incluye el cuestionado “ítem aula”, un adicional salarial en blanco que reconoce la labor docente frente a los alumnos, y que 10.498 docentes no lo cobraron por el simple y elemental derecho de hacer paro y movilizarse durante el último mes.
Un fragmento de “Esperando a los bárbaros”, un poema de Constantin Kavafis, que lee Andruetto, resuena en los intersticios de la política argentina: “¿Por qué no acuden como siempre nuestros ilustres oradores/ a brindarnos el chorro feliz de su elocuencia?/ Porque hoy llegan los bárbaros/ que odian la retórica y los largos discursos,/ ¿Por qué de pronto esa inquietud/ y movimiento? (Cuánta gravedad en los rostros)./ ¿Por qué vacía la multitud calles y plazas,/ y sombría regresa a sus moradas?/ Porque la noche cae y no llegan los bárbaros,/ Y gente venida desde la frontera/ afirma que ya no hay bárbaros./ ¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?/ Quizá ellos fueran una solución después de todo”.
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