HISTORIETA › MARTINIANO CARDOSO, EZEQUIEL ROSINGANA, AUTORES DE ODIO Y RENCOR
En el comic que puede seguirse en el portal Terra, el dúo sigue a Leandro Compton Hall, ex loser embarcado en una particular venganza contra personajes de su pasado. Pero la historia también sirve como retrato de los ’90.
› Por Facundo García
Lo que más duele no es recordar lo que se hizo, sino lo que pudo haberse hecho en caso de que las circunstancias hubieran sido otras. Quien recuerde a aquellas compañeras de colegio que se hacían rogar y luego se fugaban con los muchachos más grandes sin poner condiciones, quien haya sido víctima de un profesor cruel, quien no haya olvidado lo que se sufre al ser el “gordito gracioso” del curso sabrá de qué se trata Odio y Rencor. La historieta –que acaba de publicarse en el website de Terra (terra.com.ar)– ahonda en las obsesiones de Leandro Compton Hall, un treintañero exitoso que se reencuentra uno a uno con aquellos que le dejaron marcas cuando era adolescente. Claro que ahora las cosas han cambiado: Leandro está listo para sumergirse en revanchas que muchos lectores quisieran vivir en carne propia.
El guionista Martiniano Cardoso y el ilustrador Ezequiel Rosingana saben de qué hablan. Rondan esa edad en que uno es considerado “un señor” por los niños y “un pibe” por la gente madura, y confiesan tener pendientes una buena cantidad de desquites. Además, ¿qué otro nombre podía llevar un relato escrito a dúo por un peronista (Cardoso) y un trotskista (Rosingana)? “Definitivamente, es un cóctel explosivo”, ironizan ellos mientras elaboran el tercer capítulo.
–Desde hace unos meses el odio y el rencor están más en boga que nunca, ¿los afectó eso, o simplemente dejaron que los guiara la mala sangre individual?
Martiniano Cardoso: –Una vez estaba almorzando con Enrique Masllorens (Nota del R.: integrante de La Joven Guardia, banda que grabó “El extraño de pelo largo” y luego fue injustamente ignorada por la industria) y yo estaba muy caliente. Juré que me iba a vengar –ya no recuerdo de quién– y Quique me dijo: “Vos merecés integrarte al club Odio y Rencor”. Me contó que con el músico Manolo Juárez habían creado esta asociación que se plantaba en contra de toda esta onda “New Age” de mierda. Su programa consistía, básicamente, en no poner la otra mejilla y no olvidar ni perdonar a los que te habían cagado en la vida ni a las mujeres que te habían dejado por otro. Más adelante se me ocurrió que estaría bueno pensar qué pasaría si a un tipo muy exitoso –pero muy loser en la secundaria– lo dejase su mujer. Supuse que tal vez querría tomarse una revancha de las minas que le dijeron que no, o volver a ver a ésas a las que por hache o por be no les había tirado los galgos.
“Las minitas son el verdadero motor de la historia”, reza –parafraseando irónicamente a Marx– uno de los lemas de la serie. Por eso entre la gente que el protagonista vuelve a contactar hay ex compañeros y docentes, pero sobre todo antiguos amores, hayan sido éstos correspondidos o no. ¿El motivo? Bronca. Saña. Ganas de haber actuado de otro modo. Con una sinceridad que lastima más al que enuncia que al que se alarma, los dos autores confiesan sus raíces rencorosas. “No me parece que esté bien. No obstante, a veces creo que eso te empuja hacia adelante. Es un asunto medio futbolero”, acota el guionista. En sintonía su partenaire explica que las revanchas “muchas veces huelen a justicia”: “En realidad, Odio es una cachetada a tanta corrección política, a esta posmodernidad donde todo es igual, donde los verdugos colagenados sonríen candorosos desde el programa con más rating y nadie se calienta”.
Los que quieran leer esa oscura revista al universo adolescente como un canto agridulce de la era Facebook, pueden hacerlo. Sin embargo, las viñetas de Cardoso/Rosingana funcionan también como un repaso del cinismo con que buena parte de la sociedad argentina encaró las curvas más pesadillescas del circuito neoliberal. Dice Cardoso: “hay un momento de los 90 que a mí me fascina. Es cuando se está cayendo todo y la clase media alta sigue yéndose de viaje a Europa y Estados Unidos como si acá no pasara nada. Aunque era pendejo, estuve ahí. Sería fácil para mí juzgar y decir ‘qué vergüenza’ pero me estaría mintiendo. Esa burbuja en la que viví durante diez años dejó profundas marcas en quien soy hoy, y entonces trato de recrear ese mundo frío, careta y consumista. Y por supuesto, no es casual que la profesión del protagonista sea `director de cine publicitario’”.
El ilustrador va en el mismo sentido. “A comienzos del 2002 –retoma– Nicolás Casullo escribió una nota en Página/12 que se titulaba Qué clase mi clase sin clase. Era una descripción perfecta. Hoy diría que si la clase media está avergonzada por lo que pasó, no se nota. Compra sonrisas y buenas maneras, una de las formas que ha adoptado el fascismo vernáculo.”
–Es como si fueran a contrapelo de la lectura incompleta que las “buenas conciencias” hacen sobre esa época. Ustedes ponen en primer plano, por ejemplo, a esa galería de consumos que había entonces y que nadie quería resignar. Las papitas Pringles ayudaban a sostener la convertibilidad...
M. C.: –Era una sociedad que despreciaba a Menem, pero amaba poder comprar discos de rock importados y revistas inglesas como la Q. La actitud típica de lo que Luis D’Elía ha definido como el “progresismo blanco”.
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