HISTORIETA › EL HIPNOTIZADOR, DE PABLO DE SANTIS Y JUAN SAENZ VALIENTE
El guionista vuelve a su primer amor, la historieta, aunque con los recursos ganados en su trayectoria como novelista. Y el dibujante se destaca por sus personajes que parecen respirar. Por eso conforman una de las duplas más potentes de la actualidad.
› Por Andrés Valenzuela
Es difícil precisar el punto en que El Hipnotizador se convierte en un gran libro. ¿Será en el dibujo de Juan Sáenz Valiente? ¿En el guión de Pablo de Santis? ¿O en la exquisita ironía de darle el rostro perverso de batracio del ex ministro de Economía Domingo Cavallo al antagonista del pendular Arenas? Lo cierto es que el relato, serializado originalmente en la revista Fierro y recopilado por Reservoir Books (Random House Mondadori), es una de las más sólidas historietas publicadas en el último año. Aquí De Santis vuelve a sus orígenes como guionista de historietas, ya que se había dado a conocer en la primera etapa de la misma Fierro, a mediados de los ’80, compartiendo cartel con Max Cachimba. Con el tiempo orientó su trabajo a la prosa (primero juvenil, luego adulta), donde consiguió amplio reconocimiento, tanto que muchos desconocen su notable pasado como historietista. El Hipnotizador muestra a De Santis en buena forma, con una historia inteligente y que se sostiene tanto en la presentación por capítulos unitarios como en la de novela gráfica.
El Hipnotizador es Arenas, quien vive insomne en el hotel Las Violetas (que se intuye en el barrio de Congreso) y ejecuta su espectáculo sobre las tablas de un teatro tradicional. El correr de los capítulos revela que tiene un amor perdido a pura tragedia y un enemigo persistente: Darek, otro prestidigitador del péndulo, que lleva el rostro de Cavallo y le robó los sueños al protagonista. Cada capítulo de la historia está narrado como un episodio autoconclusivo que puede leerse independientemente de los demás, aunque unidos forman una novela cohesiva. Para el conjunto, De Santis tomó lo mejor de su experiencia como novelista, pero en cada pequeño relato se las arregló para hacer cuentos accesibles al lector ocasional, siempre creando personajes secundarios atractivos, como Salinero, el conserje del hotel, y su ayudante Anita.
Es verdad que en varios pasajes De Santis carga todo el peso de la narración a su pluma –en cuadros de texto, en diálogos– y no al plumín de su dibujante. Pero no menos cierto es, también, que son los mismos dibujos de Sáenz Valiente los que potencian la historia, los que hacen que un juego de capítulos ingeniosos se transformen en una buena novela. Allí está la clave: en el tándem que conforman guionista y dibujante. De Santis-Sáenz Valiente constituyen una de las duplas más potentes de la historieta argentina contemporánea, porque el dibujante destaca en todo eso que su guionista le pide: gestos bien expresivos y posturas corporales elocuentes, con personajes que parecen respirar y trazos que en su exacta imprecisión llevan movimiento.
Lo curioso de Sáenz Valiente es que a primera vista no es tan sencillo decir por qué sus dibujos son tan geniales. Sencillamente, se los sabe buenos. Quizá porque capturan algo indecible que devuelve un mundo sin necesidad de apelar al dibujo realista. Hay más verdad en un dibujo de Sáenz Valiente que en muchas fotografías. El libro, por otro lado, es una versión ligeramente modificada respecto de la publicada en la revista. Para su reedición, el dibujante retocó y arregló varias viñetas, principalmente dando una fisonomía más uniforme a distintos personajes y corrigiendo alguna postura donde había algún problema de concordancia entre un capítulo y otro. Un aspecto insoslayable de El Hipnotizador es que abre interesantes posibilidades de relectura. Pasada la gracia del misterio resuelto, la historia conserva el potencial de nuevas posibles miradas. Porque aquí no sólo se inventó un puñado de anécdotas, o un par de personajes, sino unas vidas posibles.
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