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Viernes, 11 de noviembre de 2011

HISTORIETA  › LAURA VAZQUEZ, ENCARGADA DE LA SECCION “OJO AL CUADRITO” EN FIERRO

“Apostar por el gusto no tiene precio”

La investigadora y docente es autora del libro El oficio de las viñetas. La industria de la historieta argentina. Y la sección que hace en la revista que se publica mañana con Página/12 es un espacio donde la crítica académica intenta iluminar los baldíos de la creación en este arte.

 Por Lautaro Ortiz

Después de una edición aniversario antológica –un libro completo de Carlos Trillo junto a Domingo Mandrafina–, la revista Fierro, que sale mañana junto a este diario, propone un número distinto que, en concordancia con la portada de este mes, podría denominarse “sinestésico”: un conjunto de historias destinadas a alterar los sentidos de los lectores. Es que vuelve Lucas Varela con sus relatos (guionados por Diego Agrimbau) que muestran cómo ciertos trastornos neurológicos (la sinestesia es uno de ellos) alteran la percepción en los hombres; en este caso es la posibilidad de ver sonidos y oír colores. Por eso la joven sinestésica que abre la edición 61 está rodeada por algunos de los títulos de las historias que contiene la revista: “Justicia Poética”, de Pablo de Santis y Frank Arbelo; “Los Horneros”, de Barreiro-Ferrúa y Lorenzo; “Cieloalto”, de Agrimbau y Pietro, y “Paraná”, de Pablo Túnica; además del humor, a cargo de Lucas Nine, El Niño Rodríguez, Iñaki, Decur y Damián Sacalerandi.

Una mención especial merece la aparición del dibujante conocido como El Marinero Turco, bastión de Fierro de los ’80, que mañana acerca su visión (plástica y de historieta) sobre la vida del gran mago Houdini. Desde su editorial, Juan Sasturain lo festeja: “No me cabe la menor duda de que El Marinero, junto a Max Cachimba, Pablo Fayó y algunos otros eternos y saludables pendejos de los que siempre será injusticia olvidarse, han hecho por la historieta argentina tanto –en otra dirección que la habitual, en un camino arriesgado y sin red– como los más reconocidos y exitosos creadores”.

Pero la Fierro no termina ahí. También estarán Esteban Podetti con “El cartoonero”, los relatos del narrador Pedro Lipcovich y la sección más seria (pero más jugada) de la revista: “Ojo al cuadrito”, un espacio donde la crítica académica intenta iluminar los baldíos de la creación en este arte. Quien asumió esta tarea fue la investigadora y docente Laura Vázquez quien, además de mostrase como guionista (junto a dibujantes como Dante Ginevra y Alejandra Lunik), es autora de uno de los libros más esclarecedores sobre el difícil mercado de la historieta en nuestro país: El oficio de las viñetas. La industria de la historieta argentina. Encargada de hacer pensar a los lectores de Fierro en el pasado y futuro de la historieta, Vázquez propone un análisis riguroso sobre temas que van desde la construcción de la realidad narrativa de la historieta actual, pasando por el sentido de la aventura en los relatos de estos nuevos tiempos y hasta comprometiéndose en temas espinosos y polémicos como el lugar de la mujer.

–¿Es difícil hacer crítica de historia en una revista de historieta?

–La sección vino a ocupar un lugar crítico vacante por la visibilidad que alcanza Fierro y por las características de su público. Muchos lectores comentan la sección y no son precisamente lectores entrenados en el medio. Sin duda que los artículos son leídos por colegas, críticos, artistas y, lo que aparece como distintivo, son leídos por los consumidores de este diario. Eso marca una diferencia importante porque sugiere una devolución distinta, pero también impone otras reglas de escritura. El concepto es escribir en esa dinámica: no es una sección “para informarte”, ni siquiera para “saber más”. El objetivo es disparar ideas a los lectores, despertar inquietudes y pensamientos. La lectura como goce. Es un riesgo, claro.

–¿De qué manera incide la crítica en el mundo de la historieta argentina?

–En los últimos años asistimos a una retroalimentación entre academia e historieta, una rehabilitación del campo. Lo vivo a diario, con los tesistas de grado y posgrado en la universidad. Los profesionales, guionistas y dibujantes, no quedan fuera de eso, todo lo contrario. El mercado les exige dirigirse a públicos entrenados y especializados. Creo que, dadas las condiciones actuales, ya no basta con ser talentoso. El autor de historietas debe ser, además, culto. No es lo mismo decir que deba ser elitista. El elitista o snob atrasa décadas. Las series que mejor funcionaron en los últimos tiempos son las que responden a un público más exigente, voraz de cultura, interesado por todo, informado, sensible a su entorno, reflexivo y sobre todo, crítico y reflexivo.

–¿Cuál sería su visión crítica sobre esta nueva etapa de Fierro?

–Fierro, a nivel creación, en los últimos cinco años mantiene una fórmula muy equilibrada entre apuesta y continuidad. La convivencia de distintas generaciones, estilos, formatos de edición (series del continuará, autoconclusivas) dan por resultado una antología que mantiene su identidad en la diferencia. Las relaciones son coyunturales, es decir, históricas. Si tomás dos series de Fierro podés llegar a encontrar una visión de mundo representativa de la publicación, pero jamás una homogeneidad a nivel artístico. Es lo contrario a lo que sucedía en otros tiempos, cuando las historietas se parecían entre sí y el acierto estaba en seguir a los maestros. La distinción gráfica y narrativa, sumar desde la diferencia, se volvió en la revista un rasgo de legitimidad. Su marca es ser original y no copiar a nadie, un banco de pruebas que a veces no da resultados óptimos, pero siempre se corre el riesgo. En tiempos de uniformidad, apostar por el gusto no tiene precio. Y sí, Fierro es cuestión de gusto... ¡por suerte!

–¿Cree que aún no se logró en el mundo de la historieta amigar a la critica academicista con la simple reseña periodística?

–No creo que se vayan a juntar nunca. El periodismo de divulgación y la crítica cultural son como esos primos que se gustan, pero no pueden ponerse de novios. Los periodistas coquetean con la academia, la academia con el periodismo, pero al final del camino hablan idiomas distintos. En el medio, el problema no es la reseña, que en algunos casos hasta es más rigurosa y reflexiva que los artículos académicos sobre historietas. El problema sigue siendo la cita deferente, el homenaje, el club de amigos o los fans de una serie u autor. El tributo o la nostalgia es el peor de los populismos, porque ni siquiera se disfraza de periodismo. Es lo que es, un gusto incondicional y acrítico que sólo exige tu sumisión para tener el carnet de socio.

–Hace años que usted trabaja en un libro sobre Copi. ¿Qué significó que Fierro vuelva a publicar el trabajo gráfico de Copi?

–La republicación parcial de la obra gráfica de Copi significó volver a poner en el mapa la discusión sobre las vanguardias en la historieta de los ’60. ¿Cuántos ensayos, artículos, seminarios y charlas se dieron bajo su nombre? Podríamos armar una lista significativa para hablar del fenómeno. La publicación de su narrativa acompaña ese proceso. Por otro lado, sería fantástico ver publicados en antologías sus primeros trabajos. Esos dibujos que salieron en las revistas humorísticas La Hipotenusa, Tía Vicenta y 4 Patas. Rastrear lo editado por Panorama, Confirmado o Primera Plana al incorporar en los ’60 el humor de las “nuevas promesas”: Oski, Caloi, Quino, Copi y Kalondi. Todo ese material está disperso. Si se sistematiza y edita nos permitiría ver la evolución del artista. Pienso que Fierro, cuando edita a Copi, toma una posta que ya no tiene vuelta atrás. Ese trabajo ya había comenzado cuando Oscar Masotta lo publicó en LD (Literatura Dibujada, 1969) y cuando Jorge Alvarez compiló bajo el título Los pollos no tienen silla (1968) las tiras publicadas para Le Nouvel Observateur. Fierro se ubica en esa línea de recuperación y rescate. Ya sé que “rescate” suena mal. Pero es así. A Copi hubo que volver a traerlo. Nos guste o no, ya no era tan nuestro ese argentino en París.

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“El objetivo es disparar ideas a los lectores”, dice Vázquez.
 
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