Viernes, 11 de noviembre de 2011 | Hoy
CINE › ABRIR PUERTAS Y VENTANAS EMOCIONA SIN BUSCAR LA EMOCION
La ópera prima de Milagros Mumenthaler, parte de la Competencia Internacional en Mar del Plata, viene de ganar tres premios en Locarno. También se vio Tatsumi, curiosa y también emotiva biografía fílmica, en forma de manga animado.
Por Horacio Bernades
Desde Mar del Plata
Tres son las películas argentinas cosecha 2011 que más giraron por festivales este año. Una es El estudiante que, tras su debut en el Bafici, lo hizo en Locarno, Toronto, Nueva York y Tesalónica, ganando, anteayer, uno de los premios más importantes del Amazonas Film Festival. Las otras dos están en Mar del Plata. Primero pasó por aquí Las acacias, ganadora de la Cámara de Oro en Cannes y premios varios en San Sebastián, Biarritz y Londres, programada en una Noche Especial de esta 26ª edición del Ficmdp, tres semanas antes de su esperado estreno porteño. La otra es Abrir puertas y ventanas, que acaba de hacer su debut en la Competencia Internacional de este festival tras ganar tres premios en Locarno (el de Mejor Película, entre ellos) y pasar por Toronto, San Sebastián y también Londres y Tesalónica. Película de puros climas alrededor de tres hermanas que acaban de quedar solas tras la muerte de la abuela, la ópera prima de Milagros Mumenthaler logra emocionar sin buscar la emoción. Junto a ella, y ya en el último tramo de la Competencia Internacional (hoy se conocerán las dos últimas, mañana se anuncian los premios), se presentó también Tatsumi, curiosa y también emotiva biografía fílmica, en forma de manga animado, del personaje del título, uno de los grandes creadores de historietas japonesas.
“Intenté indagar sobre la ausencia, la cotidianidad y las relaciones fraternales”, dice Milagros Mumenthaler en el foyer del teatro Auditorium, tras la presentación de su película y flanqueada por María Canale, Martina Juncadella y Ailín Salas, protagonistas de la película. Puede sonar a palabrerío hueco de conferencia de prensa. Nada más lejos de ello: Abrir... trata exactamente de lo que su realizadora dice que trata. Y no sólo trata: profundiza, investiga, trabaja en detalle. Como en Tres hermanas, de Chejov, todo lo que les pasa a estas otras tres hermanas les pasa por dentro. O ya les pasó: toda Abrir... funciona a partir de un fuera de campo que es temporal, espacial y anímico. Por un lado está la muerte de la abuela, de la que el espectador se va enterando de a retazos, y que determina que a Marina (la debutante María Canale, ganadora de un premio en Locarno), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas) se las vea, en esa casa grande de la familia, como sin saber muy bien qué hacer, con la casa y con sus vidas. Por otro, el mundo exterior, el afuera, desde donde eventualmente viene algún “forastero”, como el chico al que le subalquilan una habitación o el novio de Violeta, y al que cada tanto van las protagonistas. Sobre todo Sofía, que estudia en la facu.
Finalmente, el fuera de campo anímico, la latencia de la ausencia, que la realizadora construye a puras elipsis, que producen que de pronto todo aflore. Como sucede, notoriamente, en la extraordinaria escena en la que las chicas ponen en el tocadiscos (todos los objetos de la casa están teñidos de tiempo pasado) un viejo disco que solía escuchar la abuela, sentándose de a una en el sillón del living, mientras las lágrimas afloran, lentas y silenciosas. Se produce allí una comunión que hasta segundos antes era puro veneno, todas contra todas. Mumenthaler parece conocer al detalle el veneno de la hermandad, hecho de roces, reproches y chicanas. “Dentro de las relaciones fraternales, siempre me pareció complejo cómo va creciendo uno en relación al lugar del hermano”, señaló aquí la realizadora, que tuvo la lucidez de hacer convivir a las actrices durante largos meses, dando por resultado la clase de familiaridad que sólo el tiempo, y el agua que corre bajo él, pueden dar. Filmadas en planos secuencia que les dan todo el aire del mundo, Canale, Juncadella y Salas son candidatas de oro para un premio especial al elenco.
La colombiana Todos tus muertos, la peruana-venezolana El chico que miente, la peruana Las malas intenciones y la brasileña Girimunho ensanchan el último tramo de la Competencia Latinoamericana. La primera es una típica denuncia política, en tono de farsa negra, alrededor de un pobre campesino, autoridades negligentes y una cincuentena de cadáveres, apilados en medio de un maizal. La segunda, una no menos típica colección de episodios, en la que la zona del manglar venezolano sirve de tarjeta postal, lujosamente fotografiada, al paso de un niño que más que de la zona parece recién salido de un country. Más interesantes son las otras dos, que giran alrededor de personajes excluyentes. El de Las malas intenciones –ópera prima de Rosario García Montero– es Cayetana, nena de 8 años que, sintiéndose dejada de lado por sus padres de alta burguesía, quiere asesinar a su hermanito recién nacido. En su descripción del mundo de la infancia, García Montero demuestra tener tanta gracia, precisión y poder de observación como a la hora de retratar a la burguesía limeña de tiempos de Sendero. Anciana del sertâo, la protagonista de Girimunho es capaz de ir al baile a los 80 y largos, convencida –que esté perdiendo la vista ayuda a ello– de que su marido muerto vuelve por las noches, en forma de viento. Debutantes también, los realizadores Clarissa Campolina y Helvécio Marins Jr. diluyen fronteras entre documental y ficción, y generan una atmósfera nocturna y casi fantasmal, cayendo tal vez en cierto “fotografismo” de tonos saturados y colores fuertes.
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