Lunes, 13 de agosto de 2012 | Hoy
HISTORIETA › BALANCE DEL FESTIVAL CRACK BANG BOOM EN ROSARIO
Durante cuatro días una multitud de artistas y fans se movilizaron desde Buenos Aires, Córdoba y otras ciudades y países cercanos. Uno de los secretos de la mística de este encuentro quizás radique en la cercanía que se establece entre los creadores y el público lector.
Por Andrés Valenzuela
Desde Rosario
Ni una, ni dos, ni siquiera tres razones alcanzan para explicar la magnitud, importancia e impacto del festival internacional de historieta Crack Bang Boom en la producción nacional de cuadritos. Podría argumentarse el buen nivel de los invitados nacionales e internacionales o señalarse la continua afluencia de público. También el papel cada año más relevante que las editoriales le asignan con su presencia en el evento y con el lanzamiento de títulos en estas fechas. Incluso podría considerarse la maravillosa vida social que se (re)construye durante cada jornada y en la masa comiquera distribuida en bares y restaurantes rosarinos. Cabría resaltar la solidez técnica de cada sede del encuentro, la amorosa dedicación del equipo de organización –con la camiseta puesta, tanto literal como metafóricamente– y hasta el placer de comprarse un comic viendo pasar un barco por el río Paraná.
Pero todo eso por separado no alcanza para explicar por qué en cada edición llegan por las suyas más y más dibujantes brasileños, por qué un editor chileno plantó sus libros cerca del escenario ni por qué una multitud de artistas y fans se movilizan desde Buenos Aires, Córdoba y otras ciudades para sobrepasar la capacidad de los hostels locales. Crack Bang Boom supera tanto las expectativas que hasta tiene suerte con el clima, y un sábado que se pronosticaba lluvioso de principio a fin amanece soleado y sólo suelta unas gotas hacia la medianoche; y un domingo gris se transformó en una tarde radiante en la rambla.
¿Es que el festival no tiene defectos? Sí, tiene, como cualquier cosa organizada por el hombre. En esta ocasión la dinámica de festival multisede no funcionó tan bien como en otras ocasiones y en algunos tramos obligó a los interesados en dos charlas consecutivas a tomarse un taxi para ir desde el Centro de Expresiones Contemporáneas hasta el Centro Cultural Bernardino Rivadavia y llegar a tiempo, o perderse el primer tramo de la segunda conferencia mientras se apuraban esas pocas cuadras de distancia. Pero es la única crítica seria que se le puede hacer, ya que la dinámica de interacción entre artistas invitados y público dentro y fuera del evento se sostuvo.
Quizás allí se pueda buscar otra explicación del fenómeno: la cercanía entre artistas –fuesen invitados o hayan venido por cuenta propia o de sus editoriales– y público lector. Unos en el escenario, otros en los stands, los dibujantes no pararon de hacer bocetos a pedido de quien se acercara. Las charlas –ricas, siempre– solían continuar bajo el escenario y la predisposición de los invitados era siempre la mejor, contagiada por el espíritu festivo que impregna a Crack Bang Boom.
Entre los invitados extranjeros se destacaron Robin Wood, que atrajo a su habitual legión de fanáticos (quizás algo mermada por su reciente aparición en el Festival de Historieta de la Feria del Libro Infantil y Juvenil, dos semanas atrás), y Dave Johnson, hombre conocidísimo entre los puntillosos que se preocupan hasta por el nombre del portadista de su comic favorito, pero desconocido para el gran público. ¿Otro mérito de Johnson además de haber hecho las tapas de infinidad de revistas? Fue director de arte de las dos primeras temporadas de la popularísima serie animada Ben 10 (creada por Joe Kelly). El dibujante norteamericano tuvo la mejor predisposición constantemente y pasaba con afabilidad de firmar cuanto libro le acercaran a discutir durante la cena los méritos de las peleas “vale todo”. Entre los nacionales llamó mucho la atención el trabajo de Tomás Giorello, un hombre que poco y nada trabajó en el mercado local pero que despliega páginas exuberantes en cada número de Conan. Además, compartieron cartel otros consagrados, como Quique Alcatena, Ernesto García Seijas o Sergio Langer.
El lugar ganado por Crack Bang Boom en el circuito de festivales habilita, además, otras gratas consecuencias inesperadas. Por ejemplo, que una editorial flamante (Dead Pop) lo haya elegido para presentarse en sociedad. O que un autor ya reconocido, como Max Aguirre, descubriera que había sumado nuevos lectores por su invitación al evento. “Funcionó como legitimador de mi trabajo, cosa que no se me hubiese ocurrido: hubo gente que no me leía, chusmeó lo que yo hacía cuando me vio en la lista de invitados y cuando vino compró el libro y me lo trajo para que lo firmara”, contaba a Página/12.
Otra particularidad que refleja el lugar central que ocupa el encuentro rosarino en el calendario historietístico fue la visita de un grupo de productores culturales puntanos que desean reproducir la fórmula en San Luis y se acercaron a los organizadores en busca de inspiración y experiencia.
Menos inesperado es ver un puñado de caras recurrentes, fans que ya consideran a Rosario como una visita anual obligada en su amor por el noveno arte, más allá de quién venga de visita o la fecha en la que se realice. Si en menos de tres ediciones el encuentro ya tiene un grupo de fieles capaces de hacer 300 kilómetros o más y dormir en habitaciones rodeados de desconocidos, es que algo poderoso sucede aquí.
Como notas de color, conviene sumar el dato de que este año Crack Bang Boom repartió premios monetarios a los ganadores de sus dos concursos: el de historieta y el de cosplay, ambos con una dotación de 1000 pesos para los primeros lugares.
Al momento de escribir estas últimas líneas, el sol bajó. Al festival le quedan apenas un par de horas (cuatro días que pasaron demasiado rápido) y, de pronto, el entusiasmo y la algarabía van dejando paso a la satisfacción exhausta y ese vacío que se siente después de una experiencia que se sabe terminada. Un vacío de esos que sólo pueden llenarse con una nueva expectativa: ¿cuándo es el próximo?
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