HISTORIETA › UNAS QUINCE MIL PERSONAS PASARON POR EL FESTIVAL CRACK BANG BOOM
La cuarta edición del encuentro rosarino arrojó ventas sólidas en todos los stands y una euforia entre los asistentes compartida por varios de los invitados. Hubo presentaciones de libros, “competencias” online con dibujantes franceses y concurso de cosplay.
› Por Andrés Valenzuela
Miércoles. Cae la tarde sobre el río Paraná. El buque de carga Luzern arroja sus anclas en el lecho barroso que custodia Rosario, como si su tripulación quedara a la espera del festival internacional de historietas Crack Bang Boom. Desde entonces hasta el domingo, en que finaliza el encuentro, la figura del barco flota sobre los asistentes al evento. No hay nadie que no lo mire con sorpresa mientras entra a los galpones del Centro de Expresiones Contemporáneas, al Centro de la Juventud o al Parque España para las distintas actividades.
Jueves. Es temprano y es día laborable, pero ya hay visitantes en el CEC. Es un buen síntoma, aunque nadie quiere arriesgarse a decirlo. La cuenta final depende siempre del estado del clima del domingo, jornada de cierre. Algunas nubes amenazan mientras terminan de llegar los invitados internacionales: a David Lloyd, dibujante de V de Venganza, ya lo esperan en Rosario Paul Pope (Supertrouble, TBH), Scott Allie (Abe Sapien, editor en jefe de Dark Horse), el homenajeado Ray Collins, el brasileño Will Conrad (que dejará el alma en cada dibujo a cada fan durante los cuatro días de festival) y su multitud de compatriotas. También están los incontables autores argentinos, entre invitados oficiales y oficiosos que se llegan al evento: Carlos Nine y su hijo Lucas, Domingo “Cacho” Mandrafina, Pablo Túnica, Alejandra Lunik, Oscar Capristo y tantos más.
Tras la apertura y homenaje a Collins, la entrega de los premios del tercer concurso anual del festival, la inauguración de la muestra de Ciruelo y la proyección a sala llena de Diablo, el film de Nicanor Loreti, llega la hora de la cena. El tradicional bar El Cairo se aprieta para acomodar a la legión comiquera. Hay encuentros y reencuentros, y hay también pedidos de dibujos. Allí, un Pope reverencial se acerca a Nine padre para declararse “un enorme admirador” de su obra.
Viernes. Unas gotas de lluvia enturbian la mañana, pero ya pasadas las dos de la tarde el clima se contiene. Al rato de abiertas las puertas del evento, el traductor del festival, que sigue a sol y sombra a Allie, llama al primer muchacho cuya carpeta quedó seleccionada para tener una entrevista con el hombre que editó Hellboy. Una decena de aspirantes con la misma suerte aguarda su turno entre comentarios nerviosos. En la oficina del director del CEC, Allie hace observaciones sobre las muestras, pide que le envíen algunas correcciones y se despide. La mecánica se repetirá al día siguiente.
El viernes es, además, una jornada llena de presentaciones de libros. Siete sellos argentinos y uno uruguayo presentan una decena de títulos. Crack Bang Boom es una fecha clave en el calendario de ediciones historietísticas y, sin contar los fanzines que llegan desde todo el país, el total de novedades rondará las 30, entre las de autores nacionales y las de extranjeros. Ahora, además, el propio festival se suma al empuje, publicando sus propios libros, Editorial Municipal de Rosario mediante.
Sábado. El cielo sigue gris, pero no llueve y la gente empieza a volcarse al festival. La actividad arranca temprano con la clínica de Carlos Nine y se internacionaliza desde temprano con la “batalla de dibujantes”. Allí, autores argentinos enfrentan –Skype mediante– a sus pares franceses del festival Lyon BD. Uno manda una viñeta y del otro lado del Atlántico vuelve su continuación, como en una suerte de cadáver exquisito competitivo y online. Mientras esto sucede, aumenta el número de chicos y muchachas en cosplay por los pasillos: hay Batmans, Gatúbelas, Tank Girls, Donna Troys, pokémones y un Galactus que se lleva todas las miradas y por el que muchos apuestan sus ahorros para la competencia del día siguiente.
Domingo. Galactus no gana el concurso de cosplay y se teme por el futuro de la Tierra. El jurado lo declara segundo, como para apaciguar los ánimos, y nomina ganador a una interpretación de Kratos, con espectacular pintura a cuerpo completo. Crack Bang Boom confirma su mística y, por cuarto año consecutivo, el sol brilla sobre el Paraná. Las familias aprovechan para pasear por la costanera y el movimiento hacia el CEC y Juventud hacen el resto para atraer más curiosos y niños. La pasarela montada fuera de los galpones suma más curiosos. Si el año pasado, con la ayuda del Día del Niño, se habían alcanzado los 12 mil visitantes en cuatro días, en 2013 la organización habla de un 25 por ciento más para la misma cantidad de jornadas.
La percepción general acuerda con las cifras oficiales. Este año, el festival tiene más metros cuadrados y, aun así, en sus mejores momentos sigue siendo difícil atravesar los pasillos. Cada stand que pone a los autores a firmar libros y dedicar dibujos se llena de gente esperando su garabato, y ni que hablar de los escenarios donde se ubican los invitados oficiales. “Ayer dediqué un libro, y llegó otro y lo compró. Y después otro y otro más... para cuando levanté la cabeza, ya era de noche”, cuenta un dibujante.
La algarabía no es generalizada. En los stands consultados por Página/12 hablan de ventas sólidas, aunque no espectaculares. En sus cuentas predomina una modesta satisfacción más que la euforia, y adjudican esto a la altura del mes. “No sé si las ventas son muy buenas, pero Crack Bang Boom es un gran 1º de enero para la historieta argentina”, reflexiona el autor y editor Brian Jánchez. Otros, como su colega de La Pinta, están chochos con la facturación del fin de semana. “Acá hay encuentros, empiezan proyectos, arreglás futuros trabajos”, señala Jánchez cerca del Galpón de la Juventud, donde tiene su puesto.
El balance final, sin embargo, resulta positivo para casi todos los involucrados. Algunos ya especulan sobre los invitados de 2014, y en las despedidas sobran los “hasta el año que viene”. Otros revisan el calendario a la espera de los futuros festivales y prometen encuentros, cervezas y más dibujos en el próximo gran hito del año, que será en Tecnópolis, a fines de septiembre. Mientras tanto, en el Paraná, el Luzern sigue anclado. Quizá sus tripulantes recorrieron Crack Bang Boom y quedaron tan extenuados como quienes visitaron el festival durante cuatro días y, pese a eso, piden más.
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